Hacía tiempo que las musas no me acompañaban. Y lo más grave es que ni estaban ni se las esperaba.
La
lectura fue siempre una de las fuentes de inspiración. Pero durante mi última
estancia en mi castillo, ni siquiera esto me provocaba la necesaria capacidad
de escribir, limitándome a sobrevivir y lamerme las consecuencias de una grave
enfermedad sufrida.
Sin
embargo, son cientos de horas dedicadas al papel y la pluma. Muchas con sentido,
otras intrascendentes, pero todas respondiendo a una idea, la existencia, el
ser, la conciencia del yo que a veces se disuelve, y ello me ha llevado, como todos
habéis podido comprobar, a esa reforzada dedicación y amor por la escritura.
Así
que, últimamente, parece que mis pensamientos comienzan a fluir con más
presteza y ello me invita a seguir cogiendo la pluma y emborronar mis papeles.
De
todos modos, no hay que valorar las cosas por el tiempo que duran, sino por la
huella que dejan, y lo mismo es aplicable a mis escritos.
He
de confesar, en cualquier caso, que todas las veces que intento escribir algo original,
vuelvo a mis raíces.
Y
esas raíces se encuentran en conceptos éticos, morales, religiosos y
filosóficos, concretados en las ideas que conforman mi ser íntimo. Los
sentimientos, en fin, que me rodean.
Al
final y después de tantos años vividos, tan solo soy lo que a duras penas
sobrevive de mí, de tal modo que se diría que algún hechizo nos protege la vida
hasta el día en que morimos.
Marcel
Proust, hace más de 100 años ya nos dijo que donde la vida levanta muros, la
inteligencia abre salidas.
Me
reconozco pecador y por lo tanto mal cristiano, y ante esos muros tengo el
consuelo —la salida— de pensar que un mal cristiano se limita a esperar el día en
el que se lo lleven al infierno, o en el que se muestre en toda su gloria la
Misericordia Divina.
Guillermo
de Ockham, un fraile franciscano y filósofo inglés, que vivió a caballo entre
los siglos XIII y XIV, pasó a la posteridad por formular su famoso principio
llamado “La Navaja de Ockham”, que rezaba que «en igualdad de condiciones, la
explicación más sencilla suele ser la más probable», y para mi la “explicación
más probable” es la de la existencia de un Dios infinitamente misericordioso.
Por
lo demás, sigo amando mi libertad y mi Soledad, pues como nos dijo Jung «La
soledad es peligrosa, es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuánta paz hay
en ella, no quieres lidiar con la gente».
Así
que recordemos a Nietzsche, que nos recuerda que «Quien con monstruos —la gente—
lucha, ha de cuidar de no convertirse también en monstruo y tener en cuenta que
cuando se mira largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti»,
Es
decir, que no hay que olvidar que cuando señalas a una persona con el dedo, los
otros tres te están apuntando a ti.
Y
concluyamos con una estrofa del poema AVANTI del poeta argentino Almafiera
«No
te des por vencido ni aun vencido,
no
te sientas esclavo ni aún esclavo
trémulo
de pavor, piénsate bravo
y
arremete feroz, ya mal herido.
Ten
el tesón del clavo enmohecido
que
ya viejo y ruin vuelve a ser clavo»
Y,
como siempre, concluyo con una nueva pieza musical, hoy “Soledad y Silencio” de
Hilario Camacho 1976
©2024 JESÚS FERNÁNDEZ-MIRANDA Y LOZANA
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