No hay un tiempo para cada cosa, eso es falso.
Las cosas suceden en su momento cuando tienen que suceder
y no cuando nosotros nos gustaría que sucediesen.
Solo Dios sabe cuándo cada una de ellas ocurre.
Nuestra vida es un simple esperar que los acontecimientos
se produzcan, y no podemos intentar provocarlos.
Estos sucederán cuando el destino, cuando la
voluntad de Dios, establezca que es el momento de que suceda.
En cualquier caso no quiero referirme al tiempo de
acuerdo a las teorías científicas que los filósofos y los físicos denominan tiempo
A, y tiempo B, la primera es llamada tiempo presencial, la segunda tiempo eterno.
Sólo quiero referirme al tiempo desde la perspectiva de
nuestra vivencia diaria y no enredarme en teorías filosóficas o científicas que
nada aportarían a la inmensa mayoría de mis lectores.
Chateaubriand se refiere a ese tiempo “cotidiano con esta
anécdota:
“Castelnau escribió una parte de su vida en Londres.
Al final del libro VII le dice a su hijo «Trataré de este hecho en el libro
octavo» y el libro octavo de las memorias de Castelnau no existe. Lo que es un
aviso de que he de aprovechar la vida”.
Y así nos hemos de referir a
ese tiempo cotidiano, al que medimos para nuestra vida común y corriente,
pensando en el hoy y el mañana, pues el pasado ya ha ocurrido y es inalterable.
La existencia del tiempo implica
que nuestra vida es mesurable.
Podemos medir los acontecimientos con este concepto
relativo, los que van ocurriendo, e imaginar los que van a ocurrir.
Podemos establecer las pautas para que en el futuro
suceda lo que deseamos, aunque en las más de las ocasiones esto no suceda.
En cuanto al presente. Ya lo dice también Chateaubriand.
“El presente es el único momento que nos pertenece, pues
el momento futuro, solo Dios sabe lo que nos ha de deparar”.
En cualquier caso.
ese tiempo medido lo utilizamos para nuestras finalidades, sabemos que tenemos
citas en el futuro, sabemos que llegaremos a protagonizar determinados
acontecimientos y en el presente estamos realizando algo que inmediatamente
queda en el pasado, inamovible inalterable.
Y vemos ese transcurso del tiempo en los presentes que vamos viviendo, ello queda también muy bien representado por Chateaubriand, quien nos cuenta que
“Recordaba los versos que escribía entonces a dos jóvenes lady que se habían hecho viejas a la sombra de las torres de Westminster; torres que volvía a encontrar erguidas como las había dejado mientras que al pie de ellas habían quedado enterradas las ilusiones y las horas de su juventud.”
Y al fin y al cabo la vida no deja de ser un cúmulo de recuerdos y una montaña de deseos, y los unos y los otros van conformando nuestro yo en un presente constante y en permanente evolución, hasta el momento de la muerte.
Así, no tenemos nunca en cuenta que tenemos dos vidas y que la segunda empieza cuando termina la primera.
Y como siempre termino esta breve "Reflexión Heteróclita con una nueva pieza musical, hoy la "Danza de las Horas" de la ópera "La Gioconda" de A. Ponchielli.
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