En mi biblioteca todo está en calma, de vez en cuando se escucha el crujido de la leña en la estufa ―que he vuelto a encender por el frío provocado por la humedad que nos han traído las terribles tormentas primaverales que nos golpean―.
He disminuido la intensidad de la lámpara y ahora apenas hay luz en el ambiente, solo unas llamas anchas y alargadas que arden en la estufa proyectan sus reflejos vacilantes sobre el suelo y la madera de mi escritorio, mientras medito arrellanado en mi sillón favorito.
El reloj marca las últimas horas del día, y pienso que siempre he sido admirador de Friedrich Nietzsche, como saben mis lectores habituales por las frecuentes citas que hago a su obra filosófica.
Hoy,
sin embargo, no voy a referirme a su obra filosófica, pues en uno de mis habituales
paseos por los libreros de viejo, bajo los chaparrones que, por fin, han regado
las calles de Madrid, he encontrado una deliciosa obra literaria del prusiano,
que relata sus años de juventud.
Pero,
al leerlo, me ha sorprendido la identidad de pensamiento que se produce entre
algunos párrafos de ese genio del pensamiento y algunas de mis reflexiones,
siendo yo un mero aficionado intelectual desprovisto de la grandeza del
filósofo, y con ello temo que, al final, acabe como él, mecido en los brazos de
las Furias entre arrebatos de enajenación.
Por
ejemplo, en mi reciente Post “Soledad y Silencio” casi repito las palabras
de Nietzsche cuando el prusiano nos dice:
“Desde la infancia busqué la soledad.... Una tormenta me ha producido siempre una impresión muy hermosa; el lejano retumbar del trueno y el brillo amenazador de los relámpagos no hacían más que acrecentar mi respeto a Dios.”[i]
al decir yo
“Pero
amo, sobre todo, el más placentero, para mí, de los silencios, el silencio
posterior a la tormenta, nunca silencio, cuando el viento amaina, y tan solo se
escucha el goteo de los restos de la lluvia deslizándose desde las ramas de los
árboles o desde los aleros de los tejados, y la lejana trepidación, ya apenas
audible, de la tormenta que se extingue en la distancia.”
En
cualquier caso, encontrar estos libros, auténticos tesoros, me lleva a la
conclusión de que los
libros son el mejor equipaje que he hallado para recorrer este viaje sinuoso
al que llamamos vida, y me reafirmo en la idea de que la soledad tiene nombre
de mujer —acogedora y amantísima— mientras que el olvido, por el contrario, lo
tiene de viento —arrebatador y dañino—.
A lo largo de mis muchos años de lectura y escritura ―momentos acompañados en muchas ocasiones por el sonido de piezas musicales― he llegado al convencimiento de que el mayor gozo intelectual reside en haber comprendido, con la lectura, todo lo que he ido pudiendo comprender, y en reverenciar, con calma, todo aquello que sigue siendo para mi misterio incomprensible, aunque sin renunciar a que, algún día, alguna nueva lectura me vaya permitiendo comprender una tras otra la esencia de aquellos infinitos misterios, pese a la permanente discusión de si es mejor saber mucho de todo, o todo solamente de algo.
Y
así, he convertido mi biblioteca en mi Castillo, en el que ejerzo un
poder ilimitado, y en el que habita ese “yo interior” al que Goethe llama su
“ciudadela” y al que sólo dejamos entrar a quienes deseamos, por amor o por
conveniencia, pues tenemos en nuestra alma, aunque sea ínfima, una leve
influencia del diablo, que nos hace ser oportunistas e interesados.
Y,
de esta manera, en medio de esta turbulencia política y social que nos afecta,
y en la que cualquier ciudadano corre el riesgo, permanente, de sufrir un
cambio drástico en su situación personal o económica, tratamos de mantenernos
incólumes en nuestros principios y esperanzas, en nuestros derechos y
libertades, en nuestro “yo interior”, al que pretendemos mantener a salvo de
aquellas turbulencias, arropado por nuestras lecturas, nuestra música, nuestras
reflexiones y nuestros escritos en el silencio y la soledad que precisamos para
ello.
Empeño
no desprovisto de dificultad, pues el silencio y la soledad deseados son
permanentemente asaltados, hoy en día, por esos bárbaros, nacidos del cinismo
de los autoproclamados “progresistas”, que prostituyen las costumbres y el
sentido moral de todo, empeñados en la destrucción de nuestra sociedad como lo
que son, deformidades monstruosas y malvadas de una naturaleza corrompida,
aunque aquel “yo interior” siempre estará a salvo de los ataques de los
sicarios de aquellos pretendidos “progresistas” cuyas armas, que son la
censura, la manipulación y el adoctrinamiento, son incapaces de penetrar en
nuestra “ciudadela”.
En cualquier caso, no soy ni filósofo ni pensador, pues mi labor esencial es tratar de moldear mi existencia, mi “yo interior”, mi “ciudadela”, y mi sola intención es facilitar ideas o argumentos a los demás para que puedan hacer lo mismo.
Así pues, tan sólo actúo como crisol donde fundir las palabras que permitan al lector discernir sobre la esencia y cualidades de ese “yo”, lo que, sin lecturas, quizá nunca conseguiría.
Al fin y al cabo sólo soy un “divulgador de ideas” cuyo único propósito es cuidar de su existencia y disfrutar plenamente de la misma.
Cada lector debe encontrarse a sí mismo mediante la reflexión sobre su propio yo.
Lamento sin embargo, transitar por pensamientos tan íntimos y personales, como los expuestos en este post, que, realmente, no creo que interesen mucho a mis lectores; por ello vuelvo, ya, a mi silencio, y lo hago, siguiendo mi costumbre, con una nueva pieza musical, en esta ocasión “El Silencio de Beethoven” del compositor mejicano Ernesto Cortázar.
Jesus, que estupenda reflexion, que comparto en buscar esa soledad que aveces tanto amo!! Hoy estoy tumbado en Valdedios escuchando a vivaldi, y en un ratito ire a dar un paseo en si no lectura, si contemplaciondetallada de verdores yriachuelo. Un abrazo
ResponderEliminarA nuestro querido “divulgador de ideas” nuestra más sincera enhorabuena por este artículo tan bonito que llega directamente al corazón. Se pone uno en su lugar, a la vera de un buen libro y una vibrante chismea y nos transportamos a un mundo onírico delicioso y lleno de ternura. Y como remate esa extraordinaria melodía del Silencio de Beethoven. Gracias por este placentero momento!!
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