Mis recuerdos me emocionan y abruman, aunque soy
consciente de que para los demás no significan nada, pues la importancia que
otorgamos a nuestro papel en el mundo es excesiva debido a nuestra vanidad. A
menudo, no consideramos que el tiempo trata a todos de manera implacable, y que
todos seremos igual de ridículos o irrelevantes para las generaciones que nos
sucederán.
Y dentro de esos recuerdos están siempre presentes los momentos gratos de
nuestra existencia, los amores, las amistades, las pasiones, las aficiones...
Pero también están los males padecidos, los sufrimientos,
los odios, las aversiones…
Y precisamente el odio y el amor han
jugado un papel esencial en la obra de los filósofos en el momento de tratar de
explicar la esencia del ser humano, del hombre.
Así, Nietzsche nos dice que:
“Estar en paz con el mundo comprendiendo y aceptando la dualidad que rige la vida —amor y odio— sin que tal dualidad afecte el equilibrio de nuestros pensamientos, es estar por encima del bien y del mal para actuar correctamente, como un justo” [1]
Mientras que para el novelista y premio Pulitzer
americano Cornac McCarthy —posiblemente uno de los novelistas que con mayor
rigor ha definido los conceptos de amor y odio— el mundo de los humanos está en
el lado oscuro, y a veces lleno de odio, bajo una permanente amenaza de
apocalipsis, frente a lo que solo hay un elemento redentor, la indiscutible
realidad del amor, cuyo origen hay que buscarlo en Dios. [2]
¿Y por qué estas referencias a los odios y los amores?
Pués porque adquieren significado, entre otras, con la obra de Max
Scheler, para quien
el ser humano posee algo singular: la facultad de amar y de odiar. Scheler
llegó a la conclusión de que el aborrecimiento no es abstracto. No se odia a la
maldad como término genérico sino al sujeto “malo”, al que ejerce el mal. Por
ende, el odio se encarna dentro de un sentido material. Aunque, a veces,
existan excusas abstractas para detestar.
Continua Scheler diciéndonos que la esencia de un individuo está en el
sistema articulado de sus estimaciones y preferencias. Sistema que llamamos
"el ethos", cuyo núcleo más fundamental es la ordenación de los
sentimientos de amor y de odio, —Ordo Amoris— que conforma la estructura de las
pasiones dominantes y predominantes de cada sujeto, su concepción del mundo,
así como sus acciones y hechos, que van regidos desde un principio por este
sistema. [3]
Y para que ese Ordo Amoris funcione
correctamente, según el mismo autor, es imprescindible que se produzca un
profundo conocimiento de uno mismo, lo que nos conecta con Romano Guardini,
teólogo católico alemán (1885-1969) que luchó contra las corrientes
existencialistas de Sartre y Camus con la afirmación:
“La filosofía de las últimas décadas (el existencialismo) ve en la
angustia la autopercepción de ese ser finito que es el hombre, y que se siente acosado
por la nada. Siendo la angustia inseparable de la conciencia de ser, más aún, idéntica a ella; para esta corriente filosófica ser significa estar en la angustia" [4]
Mientras que frente a la afirmación de Camus
"No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el
suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena ser vivida es responder
a la pregunta fundamental de la filosofía." [5]
Por contra, Guardini considera que
"La auténtica valentía significa saber que se está puesto en la existencia por Dios; y por eso no cabe apartarse de ella, —de la vida— hasta que Él mismo le llama a uno a retirarse. Esto es lo que empieza a dar su seriedad a toda acción y riesgo". [6]
Y el fundamento de esa afirmación lo concreta Guardini en un
hecho indiscutible, en el que coincide con Ortega:
La experiencia del odio consiste en atribuir al
otro la causa de nuestro mal y desear, a fin de evitar ese mal, su desaparición de
nuestra vida.
Lacan dice que el amor y el odio, son una pasión del ser; y son una vía en la que el ser se forma.[8]
En La dialéctica del amo y el esclavo, Georg Hegel reflexiona que lo esencial en el hombre es la voluntad de ser reconocido por el otro, para lo cual es necesario que no exista la paridad entre esos dos. La lucha por el reconocimiento es la raíz del odio mortal y la voluntad de poder es la fuente de la aversión. [9]
Mi conclusión, a la vista de todas las citas realizadas, es que suponer que el hombre no odia, y sólo está destinado a amar, sería negar su propia naturaleza, pese a que en nuestra actual sociedad el mero sentimiento de odio se esté criminalizando por motivos ideológicos más que por un fundamentos criminológicos, lo que plantea el problema de que tal criminalización acabe suponiendo una restricción, inadmisible, de la libertad de pensamiento y expresión.
Por ello, frente a tal posibilidad deberemos estar muy atentos, pues cualquier opinión que no coincida con el poder que ofrezca ―desde el falso progresismo woke de la izquierda, o desde posiciones de control total de los ciudadanos, propias también de la derecha― mayor seguridad y bienestar a los ciudadanos a cambio de limitar sus libertades, esa crítica, insisto, podría llegar a ser considerada como una manifestación de odio inaceptable.
Posteriormente, en ese proceso, se declararán proscritos a los disidentes ―por odiadores― y a aquellos que no se distancien de los "proscritos" serán cada vez más intolerablemente condenados.
A partir de ese momento hasta el silencio no beligerante será considerado sospechoso.
Finalmente, todo el mundo aparentará pensar de la misma manera y todo lo que expresamente discrepe del pensamiento único desaparecerá de la sociedad, y las excepciones serán reprimidas con penas de cárcel o, aún peor, con la pérdida del trabajo, los amigos, la familia... hasta la total muerte social.
Aunque esta es una cuestión que, no obstante, habría de ser objeto de un más profundo desarrollo en un nuevo post, aunque, de una u otra forma, ya la he planteado en alguno de mis escritos en defensa de los derechos y libertades individuales de los ciudadanos.
Y concluyamos, como siempre, con una pieza musical, esta vez la canción “I Hate You Then I Love
You” interpretada por Céline Dion y
Luciano Pavarotti
© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana
[1] ASÍ HABLO
ZARATUSTRA; Nietzsche
[2] LA CARRETERA,
Cornac McCarthy
[3] ORDO AMORIS;
Max Scheler; 3ª Edición (2008); Editorial Caparrós; ISBN 978-84-87943-54-6
[4] LA ACEPTACIÓN
DE SÍ MISMO. Romano Guardini
[5] EL MITO DE
SÍSIFO. Albert Camus
[6] LA ACEPTACIÓN
DE SÍ MISMO. Romano Guardini
[7] PENSAMIENTOS; Blaise Pascal
[8] SISTEMA DEL MUNDO ÉTICO; G. Hegel; J De Zan 2008
[9] CLASE DICTADA EL 5/1/1966; F. Laclan
Lo de los tenores interpretando la musica libre es como si al pregonero le pones a rezar un rosario.
ResponderEliminarSiempre usan el mismo tono...