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viernes, 17 de marzo de 2023

SOLEDAD Y SILENCIO

 


¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,
que no sea en el desordenado sufrir
de turbias y sombrías moradas.

John Keats

         La vida es, permanentemente, una lucha entre la compañía y la soledad, entre la sensación de necesaria soledad y la amenaza de los otros, que son multitud, luego masa.

    El poeta y pensador estadounidense Emerson, nos dice que

El hombre grande es aquel que en medio de las muchedumbres mantiene, con perfecta dulzura, la independencia de la soledad”.

 No obstante, existen dos soledades diametralmente distintas.

    La soledad temida y la soledad querida.

  La soledad temida es la no deseada, en la que sentimos el abandono de los seres queridos, la familia, los amigos, bien porque vayan engrosando la lista de los desaparecidos, bien porque nos abandone su presencia por circunstancias de la vida.

Soledad, en fin, dolorosa.

La soledad querida, sin embargo, es la buscada a propósito, circunstancial y vivificadora, pues facilita la quietud que permite al alma el silencio necesario, ese silencio que alimenta al espíritu sin ser necesariamente compartido, salvo como nos dijera Erasmo en la amistad, donde el silencio parece ameno.

Por eso pienso que la soledad tiene nombre de mujer, y el olvido de viento... 

Como ya conté en otro post anterior, amo el silencio, amor al que se refiere Azorín en este pasaje de uno de sus ensayos:

 Cervantes, que tanto había andado por el mundo, amaba el silencio. Había vivido, en Valladolid, en un cuartito que se hallaba situado encima de una taberna ruidosa. Y mientras las voces resonaban en la soledad, turbando su sosiego, Miguel ansiaría cada vez más el silencio: el silencio sedante, el silencio dulce, el silencio que es compañero de los coloquios interiores del artista. Cuando Cervantes pinta en El Quijote la casa del caballero del verde gabán, recordad como hace notar que en ella reinaba el silencio. Recordad también como adjetiva ese silencio. Maravilloso silencio, escribe Miguel

     ¡Cuántas veces habremos añorado un poco de silencio, de maravilloso silencio! como lo hiciera Don Miguel en su cuartucho vallisoletano.

        Amo el silencio íntimo, “bálsamo de fierabrás” de nuestras dolencias espirituales, de nuestras ansias de recogimiento, de nuestra necesidad de meditación, nunca silencio, pues nos asaltan nuestros atronadores pensamientos.

         Amo el silencio de los campos paseados, nunca silencio, pues siempre queda roto por el rumor de la brisa entre la vegetación, los sonidos de animales y los gorjeos de las aves.

         Amo el silencio de los templos, nuca silencio, siempre hollado por los ecos de puertas y pisadas, de murmullos de confesión, de roce de cuentas de un rosario que se deslizan entre los dedos de alguien que reza, o del crepitar de las velas.

          Pero amo sobre todo el más placentero, para mí, de mis silencios, el silencio posterior a la plenitud de la tormenta, nunca silencio, cuando el viento amaina y tan solo se escuchan el goteo de los restos de lluvia, deslizándose desde las ramas de los árboles o desde los aleros de los tejados, y la lejana trepidación, ya apenas audible, de la tormenta que se extingue en la distancia.

Me refiero a Los silencios imperfectos, acogedores, “atopadizamente” protectores, humanos; no a los silencios absolutos, pues esos solo los habrá más allá de la muerte y para ellos deberemos esperar, deseo que por largo tiempo, a nuestro ocaso.

    En cualquier caso, la idea del hombre, aislándose para defender su obra o su alma contra los que le rodean, es una idea nietzscheana. 

Decía Nietzsche que donde quiera que se establece una tiranía se odia al filósofo solitario, por eso todos los hombres que tienen algún valor viven abandonados y sin que nadie les apoye.

Porque la filosofía proporciona al hombre un refugio donde el despotismo no puede alcanzarle con sus esbirros, desde cuyo interior el solitario sortea a los sicarios del tirano; es la caverna del mundo interior, donde solamente el "yo" tiene acceso.

Y en esa situación del "yo" en soledad, en intimidad, vive —en secreto— el misterio, el tesoro del más particular saber, que descansa en, y se nutre del, atopadizo silencio que es su patria y su alimento. 

Schopenhauer, en esta línea, nos recuerda que un hombre sólo puede ser él mismo mientras está solo; si no ama su soledad no amará su libertad, porque únicamente cuando está solo es realmente libre

Y concluyamos con un nuevo video musical, hoy "Regnava nel silencio", de la Ópera Lucia di Lammermoor, de Donizetti, interpretada por María Callas.



© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana

1 comentario:

  1. Profunda reflexión y acertadísimo análisis acerca de la soledad y como la entendemos nosotros, igual que la describieron grandes hombres mencionados en este minucioso artículo. Si preguntásemos que es la soledad, dirían sin vacilar que es algo horrible pues muchos pensarían en ella como obligación y no como deseo. A quien ama la soledad de le considera aburrido, atípico y singular. Se aparta de la sociedad y nunca podrá ser feliz. POBRES ILUSOS....
    Puede que seamos pocos pero como cita D.Jesús, es cierto que seremos más libres y nos querremos más porque nos conoceremos mejor. Perdón por hacer tan largo comentario, pero es que el tema es apasionante y además, como dice su autor, tiene nombre de mujer.
    Buen día!!!

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