Hoy no ilustro mi post, como de
costumbre, con una ilustración de entrada, y ello con el objeto de evitar que
el debate se centre sobre si lo que pongo es feo o no, y no se profundice en el
fondo de estai reflexión heteróclita.
Prefiero ilustrarla con una canción.
La estética contemporánea
occidental es, cuando menos, peculiar. Lo feo gusta, tiene éxito, y no entiendo
por qué.
Este amor por la fealdad me
intriga, no llego a comprenderlo.
A veces pienso que es un mero
intento “postmoderno” de ruptura con nuestras tradiciones eclécticas de
búsqueda de la belleza y el placer conforme a los cánones clásicos, es decir
dentro del orden y el equilibrio.
Concepto tradicional–clásico de lo
bello y lo feo que conecta con las tradiciones de nuestra moral cristiana
europeo occidental, más o menos puritana, más o menos latina.
El filósofo cristiano Kierkegaard
dice que:
"La fealdad
es una forma de comunicación que nos ayuda a recuperar la realidad del aquí y
del ahora, a valorar lo bello y el bien"
pero no creo que el
amor de la gente hacia lo feo tenga visos de trascendentalidad intelectual.
Pero ¿Qué es realmente lo feo?
El disípulo de Hegel, Karl
Rosenkranz en su “Estética de lo feo” (1853) consideraba que la belleza es un
concepto puramente “convencional”.
Lo bello sería, así y según este
autor, lo que está de moda y, por lo tanto, fenómenos que juzgados desde el
ideal clásico de belleza
---proporción y equilibrio--- se definirían como feos, cuando la moda
social los reconoce como bellos terminamos aceptándolos como tales.
El cualquier caso la consecuencia
de ese carácter convencional y temporal de los cánones de belleza-fealdad es
que lo bello solo es bello, y lo feo sólo es feo, de manera temporal, porque
puede volverse bello o feo en cualquier momento en atención a los criterios de
la moda.
Pero aún así, ¿por qué los cánones
de belleza-fealdad contemporáneos, admiten como bello lo deforme, lo
monstruoso, lo atormentado?
Creo sinceramente que los cánones
estéticos se han tergiversado en aras de una modernidad mal entendida.
No se trata tanto de apreciar la
belleza en expresiones estéticas objetivamente bellas, rechazadas en el pasado
más por prejuicios ético-morales, que por criterios estéticos, sino de que se
aprecie como admirable no lo bello, sino lo feo reconocido como tal feo.
Como dijera Silvia Schwarzbök, en
un artículo publicado en la revista electrónica “Ñ” del grupo Clarín de Buenos
Aires, el 12 de marzo de 2005, bajo el título “El fracaso de lo feo”,
criticando la obra de Humberto Ecco “Historia de la Belleza”:
“No es un
dato menor que el arte moderno haya querido ser feo él, en lugar de representar
lo feo”
La pregunta en cualquier caso
sería:
¿Por qué al público le gusta el
arte contemporáneo si efectivamente es feo?
Burke, el pensador irlandés que
anticipándose a Kant en la reflexión sobre los conceptos de lo bello y lo
sublime, vinculaba lo sublime a la estética del terror desde cánones
neoclásicos, anticipándose a las formulaciones románticas del alemán, puede
darnos parte de la clave que buscamos en su respuesta a la pregunta de cómo
pueden resultarnos agradables el sufrimiento o el terror:
“Porque no
nos tocan demasiado de cerca”.
decía.
Sin embargo esto, en ocasiones, no
es cierto, pues el arte musical, propio de la música experimental de principios
del s. XX, por ejemplo, llega incluso a
ser doloroso, por estridente, para el auditorio y sin embargo es considerado arte
y apreciado por muchos. Dentro de este movimiento “caotico”, disonante y
provocador, podemos citar a autores como George Antheil ---que produjo música
impactante para la audiencia de la época por su desprecio de las convenciones
musicales--- Charles Ives ---que combinó frecuentemente música popular con
múltiples o bitonales capas de música, extremas disonancias y una complejidad
rítmica casi inejecutable--- o finalmente Henry Cowell ---que interpretaba sus
solos de piano pulsando las cuerdas del piano, golpeando la caja, o presionando
teclas con sus brazos y otros objetos con la exclusiva finalidad de provocar la
disonancia y la alteración anímica de sus auditorios---
Tengo muchos amigos muy aficionados
al arte contemporáneo que critican mi siempre escéptica actitud frente a las
corrientes plásticas imperantes hoy en día.
Incluso alguno de ellos me ha
regalado algún libro para tratar de reconducirme.
En una de estas obras magistrales
que me han regalado, la “Historia del Arte” de H.C. Gombrich, se nos dice que
el arte no debe analizarse desde las perspectivas de la belleza o fealdad
convencionales, sino que debemos acercarnos a su valoración desde los conceptos
de la “expresión” y la “representación”, más que desde el de la “contemplación
placentera”.
La conclusión es que el arte no
debe juzgarse como consecuencia de la aproximación estética a la belleza, sino
desde la fuerza representativa o expresiva que el autor haya tratado de
transmitirnos, y así se nos presenta como ejemplo de obra de arte indiscutible,
pese a la fealdad intrínseca del sujeto retratado, el retrato de su madre de
Durero, que refleja magistralmente la decadencia y decrepitud de la ancianidad.
Pero el arte contemporáneo, ya figurativo o no, y desde los años 60 , ha
sido presa de una corriente “intelectual” amante de lo feo, que ha penetrado
insidiosamente en sus entresijos, hasta el punto que en el Puente de la
Academia de Venecia, y con ocasión de la 51 Bienal, se podía contemplar una
gran pancarta con la frase de Patrick Mimran, conocido por su faceta
empresarial como propietario en su día de Lamborghini y hoy en día por haber
llegado a convertirse en un reconocido artista multimedia y compositor:
"El arte no
tiene que ser feo para parecer
inteligente".
Aunque dicho sea de paso, no es
este suizo tampoco uno de mis autores “admirados”, pues sin menospreciar su
obra, no entra esta dentro de lo que son mis gustos plásticos algo
trasnochados.
Y digo algo trasnochados porque mi
espíritu no se conmueve con el arte que no busca expresar sino provocación o
reivindicación de “modernidad”, y que queda circunscrito a los ámbitos cerrados
de los ambientes estrictamente culturales formados por autores, críticos y
galeristas, en una sublimación del dicho popular “ellos se lo guisan y ellos se
lo comen”.
La verdad es que este arte no
despierta en mí sino el desinterés, que me parece un concepto acertado para
definir qué tipo de actitud mantengo frente a la “belleza” intrascendente y
artificialmente forzada hacia lo “feo”, del arte actual.
Y que no se me diga que es que “no entiendo de arte contemporáneo”
y que por eso no me gusta o no me interesa, pues como dice Kant en su “De lo
Bello y lo sublime”:
“No se tiene
razón cuando se acusa a quien no ve el valor o la hermosura de lo que nos
conmueve o encanta de no entenderlo. Tratase aquí no tanto de lo que el
entendimiento comprende como de lo que el sentimiento experimenta.”
Debo
ser muy contumaz en mis errores o muy poco sensible, pero lo cierto es que soy
incapaz de conmoverme, de experimentar sentimiento alguno, ante la “fealdad”
convencional de una obra de arte contemporánea.
Y
sigo sin entender, ni poder explicar, porqué la gente adora lo feo y se
estremece en sentimientos conturbados ante las manifestaciones estéticas,
generalmente “feas”, del llamado arte contemporáneo.
Y ello aunque el arte contemporáneo
sea un negocio estupendo y la cotización de los artistas de moda, pese a la
“fealdad” intrínseca de sus obras, y salvo por la influencia de la crisis económica,
siga por las nubes.
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