Siempre
es interesante preguntarse por uno mismo, y con preguntas varias que traten de
averiguar la situación de nuestra salud física y espiritual, nuestras
fortalezas y debilidades, nuestras conquistas y nuestras derrotas.
Y a
ello quiero dedicar esta “Reflexión Heteróclita”.
He
de empezar por afirmar que mi
locura es sagrada, por lo que ruego a todos que la respeten.
Y ello, porque debemos recordar que este mundo es para los
locos, los inadaptados, los rebeldes, aquellos que no encajan, los que ven las
cosas diferentes, los que no siguen las reglas y no respetan el status quo.
Se puede no estar de acuerdo con ellos, pero lo que no
puedes es ignorarlos, porque cambian las cosas, empujan a la raza humana hacia
adelante.
Mientras algunos lo ven como locos, yo los veo como
genios porque las personas que son tan locas que creen que pueden cambiar al
mundo, al final son las que lo hacen.
Y por ello, y desde mi locura, lo de caer bien se lo dejo
a los paracaidistas y los de dar buena impresión a las impresoras.
Y es tal la angustia que provoca el caos de este tergiversado
mundo, que querría irme, irme a un lugar donde deba estar porque encajaría.
Pero mi lugar no está en ninguna parte.
No soy deseado, no escribo como hablo, no hablo como
pienso, no pienso como debería pensar y así sucesivamente hasta lo más profundo
de las tinieblas, pero sin olvidar que ello es consecuencia de que, como los
sabios, no digo todo lo que pienso, pero siempre pienso todo lo que digo.
No encajo ni encajaré jamás en el sistema, porque todo lo
que representa el sistema es un gran insulto para mi alma, ya que los políticos
dividen a la humanidad en dos clases: herramientas y enemigos.
Por ello, si desaparezco, búscame en el filo oscuro de la
noche, en el cauce de una larga sombra, en la comisura de una sonrisa forzada.
Yo solo trato de captar el sentir
colectivo, y después, decir en voz alta lo que miles y miles de personas se han
dicho a sí mismos en cualquier rincón de nuestro planeta; aunque no hay que
olvidar, como nos advertía Kierkegaard, que allí donde haya una multitud, habrá
falsedad.
Lo que Oscar Wilde, con su cínico humor describía con
esta afirmación:
Los ingleses tienen tres cosas de las que mostrarse
orgullosos, el té, el whisky y un escritor como yo, pero resulta que el te es
indio, el whisky escocés y yo soy irlandés.
Y en un alarde de amor propio, considero que soy más de
lo que los ojos pueden ver.
Soy mi lucha y mis victorias.
En cada cicatriz se esconde una historia de triunfo.
Efectivamente, los momentos de desesperación que superamos
son uno de los rasgos más extraordinarios de la naturaleza humana.
Y despierto contento de estar solo, por la simple razón
de estar conmigo, que soy el viejo amigo de algunos buenos ratos que he vivido,
aunque en lo más profundo de la noche, cuando todo está en silencio puedo oír
cómo crecen las raíces de mi soledad.
Sin embargo, los fuertes son humanos, por lo que, a
veces, también se derrumban. La diferencia es que no hacen tanto ruido.
Y me extasío pensando que estoy hecho de pedazos de todos
los lugares en los que he estado y de las personas que he conocido.
He sido tejido por letras de canciones, citas de libros,
aventuras, conversaciones nocturnas, la luz de la luna y el aroma del café.
Llegando a la conclusión de que la verdadera fuerza está
en mantenerte firme y sereno mientras todos los demás pierden la cabeza.
Y no podemos confiar en las generaciones venideras, pues
lo han perdido todo sirviéndoles de burla los buenos y los malos de ejemplo,
pero la raíz de esos males está en la propia educación que reciben, pues su
educación limita su imaginación, es decir, se trata de puro adoctrinamiento
Y por ello estamos ante una generación de gente
emocionalmente débil, donde todo debe ser suavizado porque todo es ofensivo.
Incluida la verdad.
Yo, sin embargo, y muchos de mi edad aproximada, mientras
más edad tienen, más entienden el valor de la soledad, de cultivar su círculo,
de solo dejar entrar a ciertas personas, siendo abiertos, honestos, reales,
pero a la vez comprender que no todo el mundo merece un asiento en la mesa de
nuestra vida.
Y en esa misma edad dejamos de estar pendiente de muchas
cosas. No tenemos porqué aclararle a nadie lo que somos, lo que hacemos, ni a
dónde vamos.
En este momento de mi vida tampoco me importa si me
quiere o se me odia. Vivo mi vida sin hacer daño a nadie. Y soy feliz, pues
tengo una paz interior y felicidad que surgen cuando dejas de intentar
controlar lo que está fuera de ti y comienzas a dominar lo que está dentro de
ti.
Y siguiendo a Haruki Murakami, debo reconocer que mis
únicas pasiones sin reserva han sido los libros y la música y tal vez, como
lógica consecuencia de todo ello, me fui convirtiendo en un escritor solitario.
Lo cual me lleva a pensar que de los diversos
instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro.
Todos los demás inventos son extensiones de nuestro
cuerpo.
Solo el libro y la música son una extensión de la
imaginación y la memoria.
Pero aquella soledad que percibe Murakami está tan
concurrida, que está llena de nostalgias y de rostros, de voces, de holas y
adioses.
Yo mismo tengo una soledad tan concurrida que puedo
organizarla como una procesión por colores, tamaños y promesas, por épocas, tactos
y sabores.
Y sólo se convierte en autentica soledad querida cuando
conscientemente me encierro en mi Castillo.
Pero con los años no solo se aprende o consolida la
esencia intelectual de cada uno, sino que también se sufre, de otra manera más
física, que se manifiesta en el deterioro del cuerpo, el deterioro de la salud,
y, también en muchas ocasiones —aunque gracias a Dios no en mi caso— el deterioro
cognitivo, recordándonos que, también se producen dos tipos de cansancio, el
primero es una extrema necesidad de dormir y el otro una extrema necesidad de paz.
En cualquier caso como decía Schopenhauer, nada permanece
en esa efímera vida, todo se diluye en el torrente del tiempo.
Estamos hechos, como nos dice Shakespeare, de la misma
materia de la que están hechos los sueños, y nuestra vida se deshará, también, en
el breve tiempo que dura un sueño.
Por ello no olvidemos que todos nacemos originales y
morimos copias.
Y permitirme que concluya con una trágica historia real.
Un día, Friedrich, el filósofo del superhombre, colapsó
en plena calle.
Pero lo más impactante no es el colapso en sí, sino lo
que ocurrió antes.
Nietzsche estaba paseando por Turín cuando vio a un
cochero azotando brutalmente a un caballo.
Sin poder soportar esa imagen, Nietzsche corrió hacia el
animal, lo abrazó llorando y luego. Se desplomó.
Este incidente marcó el comienzo de su colapso mental,
que lo llevó a pasar los últimos 11 años de su vida en la oscuridad de la
locura.
Algunos dicen que fue una mezcla de agotamiento y
enfermedad.
Otros creen que fue el peso de su propia filosofía.
Sea como sea, sa escena con el caballo sigue siendo uno
de los momentos más misteriosos y trágicos de la vida de Nietzsche.
Un genio atrapado entre su mente brillante y su
fragilidad humana.
Al final, como decía Góngora, hasta en las flores hay
categorías, unas embellecen la vida y otras adornan la muerte.
Así que, llegados hasta aquí, tan sólo deseo sentarme con
Dios y no decir nada, solo llorar.
Él ya sabe por qué.
Y concluyo como siempre esta “Reflexión Heteróclita” con
un video musical. Hoy Mozart: Don Giovanni, K. 527 / Act 1 - "Là ci darem la
mano" Interpretada por Pavarotti y Sheryl Crow.
©2024
JESÚS FERNANDEZ-MIRANDA Y LOZANA
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