Los primeros
lugares públicos que servían café, apareciéron en el mundo árabe, y no fue sino hasta comienzos del siglo XVII, que Venecia
introdujo los cafés en Europa que se extendieron por Italia, Austria y Francia.
En
España la introducción del café considerándolo tanto como consumición como por establecimiento,
estuvo unido a la mentalidad ilustrada del siglo XVIII. Junto a los Salones y
los Clubes, los Cafés fueron medios de difusión de ideas ilustradas y científicas
y lugares de sociabilidad que respondían a las nuevas costumbres y demandas de
las altas clases sociales españolas.
El
antecedente de los cafés españoles parece estar en los mentideros, remontándonos
para ello al siglo XVII, pero el antecedente más claro es la botillería –Casa o
tienda, a manera de café, donde se hacían y vendían bebidas heladas o refrescos
(según definición del DRAE)—
A
diferencia de ésta, el Café tuvo a comienzos del siglo XIX un carácter más permanente
y no transitorio. A. Bonet los define como centros de reunión y discusión que
acaban convirtiéndose en verdaderos Clubes con gran influencia en la opinión pública
y en los Gobiernos .
A
mediados del siglo XIX se produjeron varios cambios en los Cafés: se
reconstruyeron los viejos y se construyeron nuevos Cafés por influencia de
París, fueron el marco idóneo para la
burguesía y se abrieron a las mujeres. Después en los años noventa del mismo siglo
se dejó sentir la influencia del modernismo en las estructuras de los Cafés, predominando
ahora la arquitectura de hierro y la uniformidad espacial.
El
mayor esplendor de los Cafés madrileños, de produjo a fines del siglo XIX y
primer tercio del siglo XX.
Este
esplendor vino dado por la aparición por estos Cafés de las figuras de la
llamada Edad de Plata de la literatura española, la Generación de 1898 tal y como la definía el propio Azorín el 19 de Mayo
de 910 en el ABC; definiéndola generación de 1896 y posteriormente en 1913 como
del ‘98, que germinó en el Café de Madrid, sito en la Calle de Alcalá.
Las
posteriores generaciones de 1914 y de 1927, parte importante del pensamiento y
del sentimiento de los contertulios venía de un grupo de tertulianos amantes de
la vida bohemia.
Para
ellos era el único recurso ante la situación de hostilidad del medio social que
según ellos sufrían. Atravesaban por todo tipo de penurias, hambre frío...
Solían
dormir en los Cafés o en los bancos o en la calle durante el verano y en el invierno
tenían que ingeniárselas para cubrirse en soportales, casas de cartón, debajo de
los puentes... sin más capital que lo justo para un café y una media tostada
durante todo el día que en algunos casos pasaban a engrosar un cifra de débitos
en el café.
El
escaso trabajo que les venía de su vocación como escritores o artistas les
reportaba pocas perras gordas con los que poder malvivir. Dependían de los
escasos recursos que les enviaban las familias como en el caso de Cornutty,
francés amante de la obra de Paul Verlaine, empeñado en escribir sus naderías
dolorosas. También Bargiela vivía de los envíos familiares, sobre todo por el
empeño que tenía su padre en que aprobara las oposiciones a la carrera
consular, que siempre suspendía, hasta que aprobó una de las muchas a las que
se presentó y desapareció.
Esto
da pie a entender la vida bohemia como una doble forma, el que lo es por
necesidad y el que lo es por amor a la vida bohemia.
La
vida bohemia fue siempre recurso de la autoridad para buscar entre ellos a agitadores,
rebeldes, subversivos y lo peor que se podía ser en la época para la autoridad:
anarquista.
Julio
Camba, periodista gallego fue detenido por su presunta relación con Mateo
Morral, autor del intento de regicidio en la boda real de Alfonso XIII, siendo
detenido con cargos falsos.
Otro
que fue tomado por anarquista fue el autor de un cuento que ganó un premio en
el periódico El Liberal, desde su catre de la prisión de Ocaña. Detenido por
lanzar vivas a la República, el culto agente de la ley lo tomó por anarquista y
fue mandado apresar, cuando para sorpresa de todos empuñó un arma y se lió a
tiros.
Detenido
unos días después fue encarcelado, siendo excarcelado tras la concesión de su
premio y nombrado por este periódico corresponsal en Marruecos donde continuó
con su vida bohemia.
Pero
no todos los tertulianos se daban a la vida bohemia, muchos fueron personajes importantes,
e incluso, influyentes en su época, como Marañón, Ramón y Cajal, Manuel Azaña,
el consagrado Juan Ramón Jiménez, Ramiro de Maeztu...
La
fórmula del protector y la venta de pequeños artículos o libros, escribir en
revistas que ellos mismos producían en los Cafés e, incluso, trabajar para
otros escritores consagrados era práctica habitual entre los bohemios, pero no
la única.
Otros,
en cambio, se dedicaban al engaño y al timo entre sus propios compañeros de
tertulia y con extraños, para sacar un poco de allí, engañar a otro por aquí y
sacar pingües beneficios que les permitían una vida más sosegada.
En
otros casos empujados por la compasión de algún personaje influyente pasaban a
engrosar la lista de funcionarios de la corrupta administración, que no tenían
nada que hacer más que cobrar cada final de mes.
Estas
Generaciónes son las tres que le darían la gran época de esplendor a las tertulias
en los Cafés. Se discutía de arte, literatura, política, según le conviniese al
público que acudía a participar en las tertulias.
Estas
nunca eran fijas, al menos en esta primera fase.
Eran
tertulias desenfadadas, donde no había establecido un día para acudir ni un
tema sobre el que hablar, todo era espontáneo, eran menos ritualizados que en
las generaciones posteriores, eran más cotidianas, más del presente, del día a
día. En palabras de algún bohemio se atacaba la vida frívola y estúpida de la
sociedad española.
Otro
fenómeno que influyó en las tertulias es la guerra europea que dividió los
bandos de los contertulios entre germanófilos y aliadófilos, prevaleciendo
estos últimos.
Esto
supuso la irrupción en las tertulias de la discusión política que supondría el
fin del Cafés como el de Levante.
El
tercer fenómeno fue la aparición de nuevas corrientes literarias durante y tras
la guerra que supusieron un nuevo modo de expresar la realidad reflejada en la
literatura y un enriquecimiento en la discusión de las tertulias literarias.
Ramón
Gómez de la Serna instauró la tertulia más importante y más seguida de Madrid y
donde en su nacimiento se prohibió hablar de la guerra, sirviendo como refugio
de todos aquellos que se hartaron de otros Cafés donde sólo se hablaba de eso.
Se estableció los sábados por la noche, después de la hora de cenar. En el
viejo sótano se reunían incluso hasta las 3:00 de la madrugada.
La
luz que alumbraba el Café era de gas, sin calefacción, decorado por espejos con
anchos marcos, algunos de caoba y otros dorados. La imagen de la Virgen del
Carmen figuraba como patrona. En las tertulias se sentaban sobre una larga
mesa, todos con sombreros de copa. Al fondo una escalera de caracol. Un buzón donde
dejar las cartas a Ramón Gómez de la Serna. Divanes rojos, banquetas de terciopelo
y cortinillas en la puerta completaban la ornamentación del espacio.
La
tertulia de Pombo fue asentándose paso a paso durante sus dos primeros años de vida,
se recreció durante la guerra y, al término de ésta, entró en su sazón, que culminaría
con la gran influencia que tuvo en la segunda década del siglo y primeros años
treinta.
Los
años de la Dictadura no pusieron en peligro la vitalidad de los Cafés, pero se
oían desde allí voces que se alzaban contra el régimen Primorriverista.
Valle-Inclán recogió el testimonio del gran inconformista y se dedicó a
vociferar en los Cafés contra la situación política, contra el Dictador e
incluso contra el Rey, siendo finalmente detenido.
Las tertulias
se volvieron cada vez más políticas, y es que la sociedad del momento vivió grandes
convulsiones políticas y sociales que imprimían en las tertulias y en la
literatura del momento.
Esto
hizo que algunos desertasen, mientras otros, pensando en que la vitalidad de
las tertulias residía en su continuidad, no se pararon ante la adversa situación
de ausencia de constitucionalidad y clamaron a voces la vuelta al marco constitucional.
Esto hizo que muchos tertulianos
participasen en varias tertulias cuyo mayor ejemplo es Melchor Fernández
Almagro.
La
Dictadura Primorriverista tocó a su fin dando paso al Gobierno de transición de
Berenguer.
Retornaron los exiliados y se respiraba un
entusiasmo en las tertulias cafeteriles.
Posteriormente
con el advenimiento de la II República encontramos como muchos personajes
tertulianos adquirieron poder político o participaban de instituciones políticas
o culturales, dando paso a lo que algunos autores han denominado la República
de las Letras.
Los
años de la República estuvieron señalados por un florecer cultural. Mientras
los del ‘98 culminaron su obra y empezaron a desaparecer de las tertulias, la
generación del ’14 mantenían una actividad política a la que sólo se resistió
Ramón Gómez de la Serna. La generación del ‘27 prosiguió el fragor tertuliano.
Las
Misiones Pedagógicas, inspiradas por la Institución Libre de Enseñanza, comenzaron
a funcionar con el deseo de llevar la cultura no sólo a la calle, sino también a
pueblos y ciudades de España, llevándose consigo el ambiente cafeteril. En
estas Misiones fueron dos tertulianos los principales actores, Alejandro Casona
y Eduardo Vicente.
Con
el Ministerio de Fernández de los Ríos, en Instrucción Pública, Lorca y Ugarte
montaron La Barraca, para llevar a los pueblos la cultura que hasta entonces
sólo era accesible en Madrid o Barcelona.
Así
llegamos al advenimiento de la guerra que supuso un trauma para la cultura española,
el exilio de una parte muy importante de los intelectuales y hombres de letras de
España y de las tertulias cafeteriles.
De
este modo se apreciaron tertulias al principio de la guerra, pues no era
demasiado preocupante la situación, pero a medida que avanzó éstas se pierden,
las tertulias se politizaron, al igual que los tertulianos que en su mayoría
tomaron partido. En la Zona nacional se pretendió continuar con las tertulias
de Café, pero con un público más empobrecido culturalmente.
Finalmente
se apreció una recuperación del esplendor de las tertulias tras la guerra en 1945.
Y para concluir esta "Reflexión Heteróclita" os traigo, como siempre, una nueva pieza musical, en esta ocasión la "Cantata del Café" BWV 211 de J.S. Bach
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