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viernes, 5 de junio de 2020

LA LEYENDA DE LAS CINCO YEGUAS


    Cuenta la leyenda que Mahoma, El Profeta, quiso seleccionar cinco yeguas de cría para sus establos entre todas las que reunían los hombres de su ejercito, así que un día mandó recoger las cien de mayor belleza y calidad y las mandó encerrar en un corral construido cerca de un riachuelo, aguadero conocido por las yeguas y famoso por su agua cristalina y fresca.

    Las yeguas, en el corral, no disponían de abrevadero ni tenían acceso a agua alguna. Así las tuvo, a pleno sol, durante unos días.

    En un momento determinado el Profeta mandó abrir los portones y las yeguas se lanzaron, a todo galope y relinchando, en dirección al agua.

    En este preciso momento, Mahoma ordenó a sus dueños hacer sus señales habituales para llamarlas.

    Para la mayoría de las yeguas, la sed fue más fuerte que la obediencia, salvo para cinco de ellas que dieron media vuelta, antes de beber una sola gota de agua, atendiendo a la llamada de sus dueños.

    El Profeta las bendijo acariciándoles las crines de la frente con su mano y les dio a cada una su nombre:

    Obayah, Kuhaylah, Saqlauiyah, Hamdaniyah Y Habdah

    Estas cinco yeguas son el origen legendario de todas las estirpes hoy en día existentes entre los caballos árabes.

    Los caballos son unos animales por los que el común de los mortales siente gran admiración.

    A su lomo se han producido las mayores hazañas históricas del hombre, desde que fueran domesticados en las planicies esteparias asiáticas.

    Y desde entonces, y hasta mediados del siglo XX, cuando dejó de utilizarse como arma de guerra para convertirse en instrumento de deporte, aunque se mantiene activo en algunos trabajos, ha estado presente, con personalidad y protagonismo propios, en la historia de la humanidad.

    Un viejo militar, profesor de equitación desde hace al menos 30 años, Juan Valenzuela, pronunció hace algún tiempo una conferencia sobre los caballos de la que me encantó el apunte referido al comienzo de la equitación.

    Según él el ser humano que primero montó un caballo fue el hombre y no la mujer.

    En el proceso de domesticación de los equinos estos animales serían, en un principio, fuente de proteínas en la alimentación humana, para pasar a ser animales de tiro, inicialmente, hasta que un hombre se montase por primera vez en su espalda, y no por iniciativa propia, sino por indicación de su mujer, mucho más inteligente y práctica.

    Después de muchos intentos y descalabros y con el jumento ya domado, la mujer y su prole comenzarían a viajar a lomos del caballo, mientras el hombre, a pie, lo dirigiría con su ronzal.

    Desde entonces las epopeyas del hombre se han realizado, casi siempre, a caballo.

Alejandro conquistó medio mundo a lomos de “Bucéfalo”.

Aníbal cruzó los Alpes montando a “Strategos”

Julio Cesar cruzó el rubicón sobre “Génitor”

El Cid ganó su última batalla montado, ya muerto, en su caballo “Babieca”.

    Wellington montando a “Copenhagen”, derrotó definitivamente, en Waterloo, a Napoleón, quien no solo perdió en esa batalla su imperio, sino también a su caballo favorito: “Marengo” ---así llamado por haber sido el que montó en la batalla de Marengo, en la campaña de Italia de 1800--- que tomado como botín por las tropas británicas, fue llevado a Inglaterra, donde murió a la edad de 27 años, y en donde se conserva su esqueleto naturalizado, concretamente en el Museo Nacional del Ejército de Sandhurst.


    Y así, podríamos rememorar numerosos caballos y epopeyas épicas e hípicas, hasta la carga, con sables y lanzas, del 20º Regimiento de Ulanos, de la Caballería polaca, contra las divisiones de blindados alemanes en septiembre de 1939, que supuso la desaparición del caballo en la Caballería militar moderna que, pese a mantener su denominación, hoy en día se compone de fuerzas mecanizadas.

    Pero si me apasionan los caballos no es por sus hazañas militares, sino por sus proezas deportivas.

    Así, por ejemplo, me sorprende que desde 1949 no se haya superado, aún, el record mundial de salto de altura a caballo, establecido en la marca de 2,47 metros por el caballo “Huaso”, montado por el militar chileno Alberto Larraguibel.


    O que no se haya batido, desde hace más de sesenta años, el record de velocidad punta de un caballo de carreras, establecido en 69,62 Km. por hora (401 m en 20,8 sg.) por Onion Roll, que los alcanzó en Thistledow (Ohio, EE.UU), el 27 de septiembre de 1933, igualado por Big Racket, que lo hizo en la ciudad de México el 5 de febrero de 1945.

    O que el record de salto de longitud a caballo, en poder del español López del Hierro desde 1951, con el caballo "Amado Mío", con una marca de 8,30 m, no fuera batido hasta el 26 de Abril de l975, durante el Concurso Nacional "Rand Show de Johannesburgo (Africa del Sur), cuando el caballo "Something", perteneciente a la Señora Van der Merwe y montado por André Ferreira, franqueó el largo de 8,40 m, fecha desde la que permanece imbatido.

    En cualquier caso no os ocultaré que la mayor emoción que me produce un caballo no es cuando galopo, salto, ayudo a las faenas del campo con las reses, taqueo bolas al polo, o lanceo guarros desde su montura, (pues la verdad es que he hecho prácticamente de todo sobre un jumento, salvo la guerra, pues gracias a Dios ni las ha habido durante mi vida, ni aunque las hubiere habido existía ya la caballería montada) si no cuando veo montando a mis hijas, que han heredado mi afición por estos magníficos animales …y que me bajaron de mis monturas para subirse ellas.

Serán los años...o el amor de padre.

    Y para terminar esta reflexión os traigo un vídeo de la doma de un caballo en las famosas "Jineteadas" de Argentina, que es impresionante, ilustrada por una bella música



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