Hoy es el día de la Inmaculada Concepción de María, y es una constante indicativa del escaso conocimiento de los fundamentos de la fe cristiana ―que profesa nuestro pueblo mayoritariamente, pues un 80 % de los españoles se declara católico, sin perjuicio de que mayoritariamente se declaren, también, no practicantes― la confusión que se produce entre el Dogma de la Inmaculada Concepción de María y la Encarnación Virginal de Jesucristo.
Si se pregunta a la
gente de la calle que es la Inmaculada Concepción, la respuesta mayoritaria es
que se trata de la referencia a la concepción sin macula de Jesús.
La confusión
refleja una idea subconsciente, fruto de una desviada educación sexual ultra conservadora,
de que el sexo es impuro, y que dado que Jesús fue concebido por María sin
pérdida de su virginidad se trató de una concepción “Pura”.
Sin entrar en
consideraciones más profundas a cerca de dicho disparate, lo cierto es que el dogma
de la Inmaculada Concepción se refiere a otra cosa.
El Papa Pío IX
proclamó el 8 de diciembre, de 1854, en su bula “Ineffabilis
Deus”, que era verdad revelada por Dios y que
todos los fieles tenían que creer firmemente que:
"La Beatísima Virgen María, en
el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano".
Es decir, que María
gozó de la plenitud de la Gracia, de la total ausencia de pecado desde el
momento de su concepción, momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en
la materia orgánica preparada por los padres.
La razón de esa
inmaculada concepción es que Dios preparó en María un lugar puro donde su hijo
se encarnaría.
Y la consecuencia
de ello es que María, no afectada por el pecado original, se mantuvo inmune de
todo pecado personal durante el tiempo de su vida.
Esta es la grandeza
de María, propugnada por la fe católica, que siendo libre, nunca opto por nada
que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.
En atención a que
el Papa Pío IX declaró el dogma de la Inmaculada el 8 de diciembre este día es
festivo, lo que unido a la fiesta que se ha establecido para recordar el hecho
de que la Constitución Española fue aprobada en referéndum el día 6 de diciembre,
los españoles gozamos de un magnifico “puente” a principios de diciembre, que
constituye la antesala de las navidades y que se han convertido en unas mini
vacaciones muy apreciadas por los españoles y por lo que veo en la prensa, en
peligro de extinción si prospera la petición formulada en el Senado por el PSC,
ERC e IU.
Efectivamente, la
izquierda radical catalana pidió en su día en el Senado que todas las fiestas
nacionales, salvo el 25 de diciembre, el 1 de enero, y como no el 1 de mayo, se
pasasen a lunes para evitar los puentes, y a cambio que se incrementasen las
vacaciones de 30 a 35 días naturales al año y se estableciese la jornada
semanal en 35 horas.
Naturalmente el día
6 de diciembre les importa una higa, no en balde la Constitución no es
precisamente el santo de sus devociones, y es gracioso que mezclen como
inamovibles una fiesta profana, el 1 de enero Año Nuevo, la fiesta Cristiana
por excelencia, el 25 de diciembre día de la Navidad, y la fiesta socialista y
reivindicativa por excelencia, el 1 de mayo, día del trabajo.
Nuestros políticos
son especialistas en mezclar churras con merinas, y la selección de fiestas
inamovibles de la propuesta comentada, así lo corrobora.
Puestos a ello me
pregunto porque no declarar fiestas nacionales inamovibles el Viernes Santo, el
15 de agosto (aunque no, claro, porque está en el mes por excelencia de las
vacaciones veraniegas), o el 14 de abril, ya que la propuesta es republicana. Y
ya de paso, finalmente y en consonancia con el pensamiento “alicia” de la Alianza de Civilizaciones inventarnos una nueva fiesta en la primavera, en conmemoración de la entrada de los moros en la
península.
Pero volvamos al
asunto que quería tratar en este escrito, el del “Pecado Original”.
Según la tradición
cristiana el pecado original es el pecado cometido por los primeros padres de
la humanidad (Adán y Eva) al desobedecer el mandato divino de no comer del árbol
de la ciencia del bien y del mal.
El pecado, cometido
por tentación del demonio bajo la forma de una serpiente, fue castigado con la
expulsión de la humanidad del jardín del Edén y su sujeción a la muerte, la
enfermedad y el trabajo, dañando también de manera perdurable la naturaleza
humana.
Desde el punto de
vista teológico, la doctrina cristiana del pecado original se fijó en el
concilio de Cartago, y se precisó posteriormente en los de Orange y Trento.
Los detalles de su
forma actual probablemente procedan de la influencia de la doctrina
maniquea de la maldad innata de nuestra
naturaleza y su semejanza superficial con la doctrina del pecado original, a
través de los escritos de san Agustín de Hipona, el cual formuló la noción de
una corrupción fundamental de la naturaleza humana por consecuencia del pecado
original que ha tomado carta de naturaleza en la Iglesia.
La teología
escolástica distingue entre el pecado original originante —el acto concreto de
desobediencia cometido por Adán y Eva— y el pecado original originado —las
consecuencias que el mismo provocaría sobre la constitución de la especie
humana—, en cuya virtud no sólo se perderían los dones preternaturales de la
inmortalidad y la exención del sufrimiento, sino que las capacidades del espíritu
humano —tanto las morales como las intelectuales— carecerían de su vigor
natural, sometiendo la voluntad a las pasiones y el intelecto al error. De
acuerdo a la doctrina fijada en el concilio de Trento, la condición de
"naturaleza caída" se transmite a cada uno de los nacidos tras la
expulsión del Edén.
La doctrina
teológica disidente (protestante) considera que es injusto que a causa del
pecado de un hombre se haya originado la decadencia de toda la humanidad, y que
el concepto del pecado lleva implícito el elemento de “voluntariedad” que no se
da en el caso del Pecado Original.
Y aunque la
doctrina católica considere dogma de fe la existencia de ese pecado, la verdad
es que resulta difícil aceptar sus formulaciones.
El arzobispo Angelo
Amato, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia
Católica, afirmó el 3 de marzo de 2005, que la figura del pecado original solo
puede entenderse como desobediencia a Dios cuya consecuencia es la muerte,
entendida como perdida de la gracia santificante de la que disfrutaban los
primeros hombres, concluyendo que:
«La
doctrina católica sobre el pecado, en último término, se resume en la
solidaridad de los hombres en Adán, contrapuesta a la solidaridad de los
hombres en Cristo»
Por causa del
pecado de Adán con el que todos nacemos, sufrimos la privación de la santidad y
justicia originales. El pecado introduce en el mundo una cuádruple ruptura: la
ruptura del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás seres humanos y con
la creación toda.
Producto de estas
rupturas, las consecuencias que tiene el pecado original para nosotros serían:
el debilitamiento de la naturaleza humana, que ha quedado sometida a la
ignorancia, al sufrimiento, a la muerte y a la inclinación al pecado.
Y solo por la
acción de Jesucristo obtenemos la redención y la gracia.
Hasta aquí la
formulaciones teológicas oficiales católicas.
Tal vez una
formulación diferente podría partir de la idea de que Adán y Eva perdieron,
como consecuencia del Pecado Original, de su desobediencia a los mandatos
Divinos, aquellas características preternaturales de la inmortalidad y de la
exención del sufrimiento de que disfrutaron en el Edén, y que una vez afectados
por la muerte, fruto de su distanciamiento de Dios, sus descendientes, nacidos
ya mortales y sufrientes, vienen marcados por aquella “privación de la gracia”
en palabras de Santo Tomás de Aquino, más para enfatizar la labor salvífica de
Cristo, respecto del hombre “esencialmente” pecador, que como mácula pecaminosa
e impura.
No se trataría de
“pecado” en fin, con todas sus características de acto de distanciamiento de
Dios realizado por el hombre en uso de su libre albedrío, sino de privación de
la gracia divina con la que aquel fuera primigeniamente creado, y que solo
podrá recuperar por la intercesión de Jesucristo, a través de Su sacrificio.
En resumen y
simplificando, el concepto de “Pecado Original” haría referencia a la condición
del hombre como ser imperfecto por libre, que se equivoca, que peca, y cuya
salvación no se lograría por sus meritos propios, pues su propia imperfección
la haría imposible o inalcanzable, sino que sólo es posible por la intervención
salvadora de Dios mediante Su propio sacrificio en la persona de Su Hijo.
La consecuencia
sería que la Iglesia manifiesta como dogma de Fe que María fue concebida y
creada perfecta, pese a ser libre, sin pecado alguno ni imperfección, ni
propensión alguna al pecado, como condición “sine qua
non” para engendrar al Hijo de Dios por mediación
del Espíritu Santo.
Y de ahí dos hechos reflejados en nuestra fe:
María no murió sino que se produjo su "Dormición" que fue seguida de su "Asunción" a los cielos, por el Espíritu, en cuerpo y alma, pues al no estar tocada por el "Pecado Original", gozaba de aquellas características preternaturales de la inmortalidad y de la exención del sufrimiento, de las que gozaron Adán y Eva hasta que las perdieron con su desobediencia a Dios.
Y para concluir, os
traigo un video de la canción más bonita, a mi juicio, dedicada a la Virgen, la
“Salve Marinera” cantada en Santiago para el Papa Benedicto XVI en su visita de 2010
© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana
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