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viernes, 8 de diciembre de 2023

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

 


Hoy es el día de la Inmaculada Concepción de María, y es una constante indicativa del escaso conocimiento de los fundamentos de la fe cristiana ―que profesa nuestro pueblo mayoritariamente, pues un 80 % de los españoles se declara católico, sin perjuicio de que mayoritariamente se declaren, también, no practicantes― la confusión que se produce entre el Dogma de la Inmaculada Concepción de María y la Encarnación Virginal de Jesucristo.

Si se pregunta a la gente de la calle que es la Inmaculada Concepción, la respuesta mayoritaria es que se trata de la referencia a la concepción sin macula de Jesús.

La confusión refleja una idea subconsciente, fruto de una desviada educación sexual ultra conservadora, de que el sexo es impuro, y que dado que Jesús fue concebido por María sin pérdida de su virginidad se trató de una concepción “Pura”.

Sin entrar en consideraciones más profundas a cerca de dicho disparate, lo cierto es que el dogma de la Inmaculada Concepción se refiere a otra cosa.

El Papa Pío IX proclamó el 8 de diciembre, de 1854, en su bula “Ineffabilis Deus”, que era verdad revelada por Dios y que todos los fieles tenían que creer firmemente que:

"La Beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano".

Es decir, que María gozó de la plenitud de la Gracia, de la total ausencia de pecado desde el momento de su concepción, momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica preparada por los padres.

La razón de esa inmaculada concepción es que Dios preparó en María un lugar puro donde su hijo se encarnaría.

Y la consecuencia de ello es que María, no afectada por el pecado original, se mantuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida.

Esta es la grandeza de María, propugnada por la fe católica, que siendo libre, nunca opto por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.

En atención a que el Papa Pío IX declaró el dogma de la Inmaculada el 8 de diciembre este día es festivo, lo que unido a la fiesta que se ha establecido para recordar el hecho de que la Constitución Española fue aprobada en referéndum el día 6 de diciembre, los españoles gozamos de un magnifico “puente” a principios de diciembre, que constituye la antesala de las navidades y que se han convertido en unas mini vacaciones muy apreciadas por los españoles y por lo que veo en la prensa, en peligro de extinción si prospera la petición formulada en el Senado por el PSC, ERC e IU.

Efectivamente, la izquierda radical catalana pidió en su día en el Senado que todas las fiestas nacionales, salvo el 25 de diciembre, el 1 de enero, y como no el 1 de mayo, se pasasen a lunes para evitar los puentes, y a cambio que se incrementasen las vacaciones de 30 a 35 días naturales al año y se estableciese la jornada semanal en 35 horas.

Naturalmente el día 6 de diciembre les importa una higa, no en balde la Constitución no es precisamente el santo de sus devociones, y es gracioso que mezclen como inamovibles una fiesta profana, el 1 de enero Año Nuevo, la fiesta Cristiana por excelencia, el 25 de diciembre día de la Navidad, y la fiesta socialista y reivindicativa por excelencia, el 1 de mayo, día del trabajo.

Nuestros políticos son especialistas en mezclar churras con merinas, y la selección de fiestas inamovibles de la propuesta comentada, así lo corrobora.

Puestos a ello me pregunto porque no declarar fiestas nacionales inamovibles el Viernes Santo, el 15 de agosto (aunque no, claro, porque está en el mes por excelencia de las vacaciones veraniegas), o el 14 de abril, ya que la propuesta es republicana. Y ya de paso, finalmente y en consonancia con el pensamiento “alicia” de la Alianza de Civilizaciones inventarnos una nueva fiesta en la primavera, en conmemoración de la entrada de los moros en la península.

Pero volvamos al asunto que quería tratar en este escrito, el del “Pecado Original”.

Según la tradición cristiana el pecado original es el pecado cometido por los primeros padres de la humanidad (Adán y Eva) al desobedecer el mandato divino de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.

El pecado, cometido por tentación del demonio bajo la forma de una serpiente, fue castigado con la expulsión de la humanidad del jardín del Edén y su sujeción a la muerte, la enfermedad y el trabajo, dañando también de manera perdurable la naturaleza humana.

Desde el punto de vista teológico, la doctrina cristiana del pecado original se fijó en el concilio de Cartago, y se precisó posteriormente en los de Orange y Trento.

Los detalles de su forma actual probablemente procedan de la influencia de la doctrina maniquea de la maldad innata de nuestra naturaleza y su semejanza superficial con la doctrina del pecado original, a través de los escritos de san Agustín de Hipona, el cual formuló la noción de una corrupción fundamental de la naturaleza humana por consecuencia del pecado original que ha tomado carta de naturaleza en la Iglesia.

La teología escolástica distingue entre el pecado original originante —el acto concreto de desobediencia cometido por Adán y Eva— y el pecado original originado —las consecuencias que el mismo provocaría sobre la constitución de la especie humana—, en cuya virtud no sólo se perderían los dones preternaturales de la inmortalidad y la exención del sufrimiento, sino que las capacidades del espíritu humano —tanto las morales como las intelectuales— carecerían de su vigor natural, sometiendo la voluntad a las pasiones y el intelecto al error. De acuerdo a la doctrina fijada en el concilio de Trento, la condición de "naturaleza caída" se transmite a cada uno de los nacidos tras la expulsión del Edén.

La doctrina teológica disidente (protestante) considera que es injusto que a causa del pecado de un hombre se haya originado la decadencia de toda la humanidad, y que el concepto del pecado lleva implícito el elemento de “voluntariedad” que no se da en el caso del Pecado Original.

Y aunque la doctrina católica considere dogma de fe la existencia de ese pecado, la verdad es que resulta difícil aceptar sus formulaciones.

El arzobispo Angelo Amato, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica, afirmó el 3 de marzo de 2005, que la figura del pecado original solo puede entenderse como desobediencia a Dios cuya consecuencia es la muerte, entendida como perdida de la gracia santificante de la que disfrutaban los primeros hombres, concluyendo que:

«La doctrina católica sobre el pecado, en último término, se resume en la solidaridad de los hombres en Adán, contrapuesta a la solidaridad de los hombres en Cristo»

Por causa del pecado de Adán con el que todos nacemos, sufrimos la privación de la santidad y justicia originales. El pecado introduce en el mundo una cuádruple ruptura: la ruptura del hombre con Dios, consigo mismo, con los demás seres humanos y con la creación toda.

Producto de estas rupturas, las consecuencias que tiene el pecado original para nosotros serían: el debilitamiento de la naturaleza humana, que ha quedado sometida a la ignorancia, al sufrimiento, a la muerte y a la inclinación al pecado.

Y solo por la acción de Jesucristo obtenemos la redención y la gracia.

Hasta aquí la formulaciones teológicas oficiales católicas.

Tal vez una formulación diferente podría partir de la idea de que Adán y Eva perdieron, como consecuencia del Pecado Original, de su desobediencia a los mandatos Divinos, aquellas características preternaturales de la inmortalidad y de la exención del sufrimiento de que disfrutaron en el Edén, y que una vez afectados por la muerte, fruto de su distanciamiento de Dios, sus descendientes, nacidos ya mortales y sufrientes, vienen marcados por aquella “privación de la gracia” en palabras de Santo Tomás de Aquino, más para enfatizar la labor salvífica de Cristo, respecto del hombre “esencialmente” pecador, que como mácula pecaminosa e impura.

No se trataría de “pecado” en fin, con todas sus características de acto de distanciamiento de Dios realizado por el hombre en uso de su libre albedrío, sino de privación de la gracia divina con la que aquel fuera primigeniamente creado, y que solo podrá recuperar por la intercesión de Jesucristo, a través de Su sacrificio.

En resumen y simplificando, el concepto de “Pecado Original” haría referencia a la condición del hombre como ser imperfecto por libre, que se equivoca, que peca, y cuya salvación no se lograría por sus meritos propios, pues su propia imperfección la haría imposible o inalcanzable, sino que sólo es posible por la intervención salvadora de Dios mediante Su propio sacrificio en la persona de Su Hijo.

La consecuencia sería que la Iglesia manifiesta como dogma de Fe que María fue concebida y creada perfecta, pese a ser libre, sin pecado alguno ni imperfección, ni propensión alguna al pecado, como condición “sine qua non” para engendrar al Hijo de Dios por mediación del Espíritu Santo.

Y de ahí dos hechos reflejados en nuestra fe: 

María no murió sino que se produjo su "Dormición" que fue seguida de su "Asunción" a los cielos, por el Espíritu, en cuerpo y alma, pues al no estar tocada por el "Pecado Original", gozaba de aquellas características preternaturales de la inmortalidad y de la exención del sufrimiento, de las que gozaron Adán y Eva hasta que las perdieron con su desobediencia a Dios.

Y para concluir, os traigo un video de la canción más bonita, a mi juicio, dedicada a la Virgen, la “Salve Marinera” cantada en Santiago para  el Papa Benedicto XVI en su visita de 2010


© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana 

 

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