Hoy quiero desarrollar una reflexión de corte filosófico que
ha venido preocupando a los pensadores de los últimos treinta siglos, y que no
es otra que la de la “alteridad”, es decir la existencia del “otro” como
realidad esencial a mi propia existencia como “yo”.
En atención al concepto de “alteridad”, “Yo” solo soy “yo” en
tanto y cuanto exista “otro”, pues en caso contrario solo “sería”, sin
adjetivos y como realidad exclusiva y universal.
Dicho con otras palabras, la esencia del “yo” radica
precisamente en la existencia de “otro”, pues si no existiese el “otro” no
existiría el “yo” como concepto, y el propio concepto sería, sin más, el de la
existencia en si misma, sin contraposición posible a otra realidad diferente,
por ser esta inexistente.
El concepto de existencia y de yo quedarían así fundidos en
si mismos.
En su “Discurso del método”, tras plantearse todas las dudas
posibles como método para llegar a la conclusión de la propia existencia,
Descartes llega a la formulación esencial de su obra: “Pienso luego existo”
En tal formulación se concreta el conocimiento indubitado de
la realidad de la existencia del individuo, pero no la de su “yo” existencial
como contraposición a la existencia de los demás.
Efectivamente, en toda su formulación, Descartes no hace
mención alguna al “otro”, por cuanto que lo que le preocupa es la afirmación de
la existencia del individuo en si mismo, no como “yo” diferenciado de los
otros.
Sin embargo, en esa formulación cartesiana del “yo”, sin
relación alguna con los demás, con los otros, el yo no sería sino una realidad
capaz de autopensarse, pero vacía de otro contenido.
Desde esta perspectiva, la única expresión posible del “yo”
se da en el encuentro con el otro, en la intersubjetividad, de la que emana el
concepto mismo de “yo” y todas sus manifestaciones, desde el propio
reconocimiento de uno mismo, en contraposición a los otros, hasta los vehículos
de afirmación-concreción del propio yo en la relación con los demás, culminados
en el lenguaje.
En conclusión, sin tratar de enmendar a Descartes, tal vez
una formulación más adecuada de la propia existencia debería realizarse sobre
la premisa de la alteridad, de tal modo que:
“Pienso, luego existo,
lo cual será trascendente, para la realidad de mi propio ser, si lo perciben
los demás”
Y mientras mantengo mi espíritu enredado en esta tela de
araña conceptual, descubro que una pequeña araña del jardín ha tejido, entre
las ramas secas de un arbusto, la más bella tela que jamás haya visto, que ha
amanecido perfilada, en cada uno de sus hilos, por minúsculas gotas de agua del
rocío de la mañana.
Creo, sin embargo que al concepto de “yo, además de la
alteridad deberíamos darle una proyección más trascendental.
Si llegamos a la conclusión de que el “yo” no tiene sentido
si no es desde la perspectiva de “otro” podemos darle a la reflexión una
dimensión filosófico-religiosa, y así, desde luego ese “otro” siempre existe,
cuando menos de forma inmanente y como principio de toda reflexión: “Dios”.
Desde esas premisas, el concepto de un “yo” trascendental,
ajeno a toda idea de otro, solo sería aceptable como referencia a la divinidad,
existente antes que todo.
“En el principio existía El Verbo. Y El Verbo estaba en Dios.
Y El Verbo era Dios” (Juan 1,1)
Y desde esa existencia unívoca, exclusiva y singular, Dios,
la esencia creadora, ha creado lo demás, lo “otro”, cuya culminación, en una
concepción antropocentrica de la creación, se encontraría en el ser humano.
Si ello no fuese así, la realidad de la propia existencia del
“yo”, y por tanto del “Creador” mismo, se concretaría, como ya apuntaba anteriormente,
en una mera “realidad autopensante”, capaz de ser consciente de su propia
existencia, pero vacía de otro cualquier contenido.
Y no quiero decir con ello que la creación pueda definirse
como un acto de autoafirmación de la divinidad que precise de lo creado para
afirmarse como una realidad superior a la de su propia creación, sino que es
una consecuencia de la esencial perfección de la divinidad, que desde siempre,
“ad initium” y “ad aeternum”, se manifiesta como tal, todopoderosa, a través de
la creación misma; a través de la existencia de lo “otro”.
Así el “yo” alcanza su plena expresión, su plena
trascendencia, su pleno sentido, en si mismo y por si solo, pero
inevitablemente en relación con “otro”, ya entendido como “el prójimo”, o
simplemente como referencia a su propio “creador”.
Ahora solo hay que esperar a que alguien se anime a soltar
más hilo a la cometa. Aunque muchos puedan pensar que nos hemos enredado en su
mismo carrete.
Y me despido con Bach, y su Cello Suite No. 1 in G Major BWV1007 interpretado por Luka Sulic
Me gusta mucho tu reflexion filosofica
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