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sábado, 25 de julio de 2020

LA IGLESIA Y EL COVID, EL MATERIALISMO SE IMPONE EN EL VATICANO


    En 1567 durante la epidemia de peste que asoló Milán, San Carlos Borromeo afirmó que la epidemia era un castigo de Dios por los malos hábitos y pecados de los milaneses. Considerando que la solución a la plaga estaba en la oración y la penitencia.

    Han pasado, desde entonces, 453 y la Iglesia ya no considera las enfermedades, ni las plagas castigo divino, sino que aceptando las conclusiones de la ciencia las cataloga como meras enfermedades que afectan a los hombres por cuestiones de higiene, salud o estado físico, o como la plaga que sufrimos, por la expansión incontrolada de un virus desconocido y de difícil tratamiento o erradicación.

    De aquella imputación al “Castigo Divino”, lamentablemente, hemos pasado a que la iglesia trate la actual epidemia desde un punto de vista meramente sociológico sin mención alguna a la religión.

    En la línea de su encíclica ecologista “Laudatio si” Bergoglio, a través de la “Pontificia Academia por la Vida” presidida desde 2016 por el arzobispo Vicenzo Paglia, vincula el covid-19 a «nuestra depredación de la tierra» y a la «avaricia financiera», en un documento titulado “Humana Communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida”.

    El sesgo puramente materialista del documento lo explica el propio Arzobispo Paglia, que en una entrevista a “Vatican News” afirmó que

"En un momento en que la vida parece suspendida y nos afecta la muerte de seres queridos y la pérdida de puntos de referencia para nuestra sociedad, no podemos limitarnos a discutir el precio de las mascarillas o la fecha de reapertura de las escuelas, sino que tendremos que aprovechar la oportunidad para encontrar el valor para discutir mejores condiciones para guiar el mercado y la educación".

    Lo cierto es que el documento, para algunos católicos, entre los que me cuento, resulta absolutamente decepcionante, pues, de hecho, no entra en consideraciones sobre el origen vírico de la pandemia, ni ofrece reflexiones de índole espiritual, ni invita en ningún momento a la oración ni a los sacramentos, para circunscribirse exclusivamente a lo sociológico.

    En este sentido, es llamativo que en el documento que comentamos, no aparezca, en ningún momento, la palabra "Dios", ni ninguna referencia a Jesucristo, ni el término "cristiano" que pudiera calificar la perspectiva ofrecida, ni alusión espiritual de ninguna clase.

    Tampoco aparece referencia alguna a los términos "misericordia" ni "caridad" (la "solidaridad" aparece trece veces).

    La "esperanza" es mencionada en cinco ocasiones, pero no como virtud teologal sino como expectativa humana.

    Y la "fe" solo se menciona una vez, junto a la también única mención al "pecado", pero alusivo a las estructuras:

"Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama 'estructuras de pecado'".

    La pandemia, nos dice el documento, con una superficialidad infantiloide,

"nos ha privado de la exuberancia de los abrazos, la amabilidad de los apretones de manos, el afecto de los besos, y ha convertido las relaciones en interacciones temerosas entre extraños, un intercambio neutral de individualidades sin rostro envueltas en el anonimato de los equipos de protección. Las limitaciones de los contactos sociales son aterradoras; pueden conducir a situaciones de aislamiento, desesperación, ira y abuso".

 

    Y siguiendo con ese tono superficial, impropio del Vaticano, trata la muerte con una perspectiva estrictamente emocional, sin referencia alguna a su carácter trascendente, que es lo que identifica a los Cristianos Católicos, limitándose a decirnos que:

"en el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad... Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un entierro adecuado. Hemos visto la vida llegar a su fin, sin tener en cuenta la edad, el estatus social o las condiciones de salud... Todos somos 'frágiles': radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra existencia, no sólo de manera ocasional".

    El remate de tanto sinsentido, materialismo y falta de espiritualidad, muy propios de Bergoglio, hace que el documento que comentamos afirme, sin prueba alguna que sustente sus afirmaciones, que:

"La epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra y de nuestra falta de atención"

y para rematarlo, mezcla churras con merinas, afirmando, basándose en la creencia de que el origen del virus en humanos se encuentra en la ingesta de murciélagos procedentes de un mercado ilegal, que

“Hemos de considerar la cadena de conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente deforestación que empuja a los animales salvajes a aproximarse del hábitat humano. Los virus alojados en los animales, entonces, se transmiten a los humanos, exacerbando así la realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido por los científicos como vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda de carne en los países del primer mundo da lugar a enormes complejos industriales de cría y explotación de animales".

"El fenómeno del Covid-19", pues, "es el resultado, más que la causa, de la avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso".

    Todo el análisis de la Pontificia Academia por la Vida se centra así en el mecanismo de transmisión del virus culpando de ello a las desiguales condiciones de los países ricos y pobres.

    La lección que pretende transmitirnos es que "nuestras pretensiones de sociedad modélica tienen pies de barro. Con ellos se desmoronan las falsas esperanzas de una filosofía social atomista construida sobre la sospecha egoísta hacia lo diferente y lo nuevo, una ética de racionalidad calculadora inclinada hacia una imagen distorsionada de la autorrealización, impermeable a la responsabilidad del bien común a escala global, y no sólo nacional".

    Tras esta explicación, la propuesta de la Santa Sede se define como "una nueva visión" consistente en "el renacimiento de la vida y la llamada a la conversión", que no es una transformación por la gracia, sino que está constituida por los ejes de: una "ética del riesgo" entendido como la "realidad existencial" de que "todos podemos sucumbir"; un llamamiento a la cooperación internacional, con "acceso universal" a la prevención y el tratamiento y una "investigación científica responsable"; y un "equilibrio ético centrado en el principio de la solidaridad".

    Frases grandilocuentes, afectadas de cientificismo falso, prepotente, materialista, no espiritual y ajeno a la realidad sociológica de nuestro mundo. Es decir, un tributo al progresismo comunista que tanto gusta a Bergoglio.

    Aunque, sorprendentemente, el texto del documento no incluye sugerencia alguna específicamente cristiana, actuando más como un Think Tank sociológico que como una institución vaticana, Vatican News sí le pregunta a monseñor Paglia cuál ha de ser el papel de la comunidad cristiana en esta crisis.

    Y el Arzobispo, en posición laudatoria o de peloteo de su jefe Bergoglio, contesta que

    "La comunidad cristiana puede ayudar en primer lugar a interpretar la crisis no solo como un hecho organizativo, que puede superarse mejorando la eficiencia. Es una cuestión de comprender más profundamente que la incertidumbre y la fragilidad son dimensiones constitutivas de la condición humana, proponiendo un cambio de actitud de los cristianos que nos haga responsables y solidarios en la fraternidad global”

    Vamos, que el documento en cuestión podría haber sido elaborado por cualquier centro progresista de estudios sociológicos y constituye no solo una falta de respeto, sino una tomadura de pelo a los Cristianos, que en esta época de pandemia, sufrimiento y dolor, espera de su Iglesia reflexiones de tipo religioso que le ayuden a superar la muerte, el dolor y la incertidumbre acercándose a la Cruz, pues que lugar mejor en el mundo para contemplar el dolor que nos afecta, que los pies de la cruz de Cristo, olvidada en este caso por Bergoglio y sus corifeos.

    Y para terminar, un nuevo vídeo, en este caso el salmo 51 “Misericordia Dios mío” cantado en Arameo.



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