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domingo, 22 de marzo de 2015

“GUERRA CIVIL DENTRO DE LA GUERRA CIVIL”: LAS LUCHAS INTESTINAS ENTRE REPUBLICANOS


Cuando la izquierda de tinte más revolucionario habla de su “dignidad” y de que se moviliza inspirada en el deseo de “fraternidad” entre los hombres, conviene recordar episodios de su propia historia que demuestran que, ese canto a la fraternidad, es una pura falacia.

Hay numerosos historiadores que ponen su acento en las luchas intestinas que descompusieron el frente popular y la resistencia de los republicanos durante nuestra Guerra Civil (1934-1939), como una de las diversas causa que contribuyeron a la victoria del llamado bando nacional.

Según estos historiadores, la situación ventajosa de partida del Gobierno de la República frente al bando insurrecto era evidente, pues contaban con la mayoría de los barcos de la marina y prácticamente el control de la aviación; además de casi la mitad del ejército. Mientras que la mayoría de los arsenales militares habían sido asaltados por los sindicatos y partidos de izquierdas.

Sin embargo esta aparente superioridad de partida se vio pronto dilapidada como consecuencia de los sangrientos enfrentamientos armados que se produjeron entre las facciones del frente popular, mientras que se mantenía una unidad inquebrantable en las llamadas fuerzas nacionales.

Uno de los episodios más conocidos, dentro de esos enfrentamientos internos entre facciones de la izquierda, aunque rodeado de las sombras de la ocultación, la mentira y la desaparición de sus restos, fue el asesinato de Andreu Nin por el agente soviético stalinista General Orlov.
 
Andreu Nin
De orígenes muy modestos —era hijo de un zapatero y una campesina—, Andreu Nin (Vendrell, Tarragona, 4 de febrero de 1892 - Alcalá de Henares, Madrid, 22 de junio de 1937) consiguió llegar a ser maestro y trasladarse a Barcelona, poco antes de la Primera Guerra Mundial. Aunque fue maestro durante un tiempo, en una escuela laica y libertaria, y pronto se dedicó al periodismo y a la política.

Vivió durante un tiempo en Moscú, y a partir de 1926, perteneció a la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky para oponerse al ascenso de Stalin dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, teniendo que abandonar la URSS en 1930.

Stalin, Lenin y Trotsky

A su vuelta a España, Nin fue clave en la formación de un grupo de orientación trotskista (bolchevique-leninista), la Izquierda Comunista de España (mayo de 1931), grupo afiliado a la Oposición de Izquierda Internacional, publicando también el periódico El Soviet.

Al fusionarse su grupo con el Bloque Obrero y Campesino para fundar el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en 1935, fue nombrado miembro del comité ejecutivo del nuevo partido y director de su publicación, La Nueva Era.

Al estallar la Guerra Civil Española se convirtió en el máximo dirigente del POUM y tras formar parte del Consell d'Economia de Catalunya (entre agosto y septiembre de 1936) fue consejero de justicia de la recién constituida Generalidad (hasta diciembre de ese año) hasta que fue cesado debido a las presiones comunistas.

Finalmente, a medida que las tensiones antitrotskistas se hicieron más evidentes, azuzadas por el Partido Comunista de España y el Partido Socialista Unificado de Cataluña (rama catalana del partido comunista), y tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, fue detenido por la policía política soviética a las órdenes de Stalin, que actuaba clandestinamente en la zona republicana con la connivencia de los mandos comunistas en la policía y el gobierno (junio de 1937). Trasladado a Valencia y luego a Madrid, fue finalmente torturado y asesinado por orden del general Orlov, que actuaba en nombre de Stalin, según documentos de la GPU dados a conocer por Mª Dolors Genoves y Llibert Ferri en su película documental "Operació Nikolai", en Alcalá de Henares el 20 de junio de 1937. La versión oficial que se dio fue que Nin fue liberado de la checa por "sus amigos de la Gestapo". Así lo sostuvo Juan Negrín, jefe del Gobierno de la República.[1]

Sin embargo el episodio del asesinato de Nin ha ocultado a la opinión pública lo que en realidad era un marasmo de luchas intestinas entre las distintas facciones izquierdistas aglutinadas en un heterogéneo Frete Popular.

La pugna desatada entre Josep Stalin y León Trostski a la muerte de Lenin, a que hago referencia en mi POST TROTSKY UN COMUNISTA ANTI STALINISTA, desató una cruenta lucha internacional, uno de cuyos focos fue España.
  
Entre las fuerzas frentepopulistas se formaron dos grupos. Una facción reunió a anarquistas de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica [FAI], y al POUM, que veían prioritario desarrollar la revolución para vencer.

La otra aglutinó al PSUC, la Unión General de Trabajadores [UGT], Esquerra Republicana de Catalunya [ERC] y otras fuerzas menores con una prioridad opuesta: efectuar la revolución tras derrotar a los rebeldes. Para lograrlo proponían medidas como sustraer el control de las industrias de sindicatos y partidos, crear un ejército regular y un único cuerpo de seguridad interior. La liza acabó con la victoria de los últimos y centenares de muertes. La CNT entró en declive y el POUM fue estigmatizado como fascista.

Este episodio –definido como “una guerra civil en la Guerra Civil”- influyó en la remodelación del gobierno catalán y del republicano (el presidente Francisco Largo Caballero fue substituido por Juan Negrín) y desde entonces ha merecido lecturas opuestas: la de la victoria del “orden revolucionario” o la del triunfo de “la contrarrevolución”.

Hay así quien compara la desaparición de Nin con los casos de los alemanes Kart Liebknecht y Rosa Luxemburg y con el del italiano Giaccomo Matteotti. Era evidente ya que Nin había corrido la misma suerte que otros revolucionarios europeos no estalinistas. [2]

Lo cierto, pues, es que en el Frente Popular existió una guerra civil, que se desarrolló en paralelo a la guerra civil desatada entre nacionales y republicanos.
No se trató de meras rivalidades más o menos violentas que originasen algunas decenas de muertos; no, se trató de una confrontación en toda regla que provocó miles de muertos: rojo contra rojo, antifascista contra antifascista.
Es la zona oscura y más silenciada de la Guerra Civil, de la que nadie quiere hablar y poco se puede conocer. Es una de las investigaciones que están por hacer, uno de los trabajos más complicados e incompletos que puedan elaborarse sobre la Guerra Civil española. Esto es tan sólo el adelanto de un pequeñísimo esbozo.
Hay multitud de ejemplos registrados de tales luchas, de los que solo citaremos algunos.
Se produce un enfrentamiento sindical el 10 de junio de 1936, con motivo de la huelga de secaderos de las  pesquerías de Málaga, y, como consecuencia del mismo, los sindicalistas de la CNT asesinan al concejal comunista Andrés Rodríguez González. Responden los de la UGT abatiendo de seis balazos a Miguel Ortíz Acevedo dirigente de la CNT. Al día siguiente es asesinado el socialista Antonio Román Reina.
Finalizan los enfrentamientos con una batalla campal en el puerto, en la que muere de catorce balazos, el obrero Carlos Santiago Robles afiliado a la CNT. Como consecuencia de esos enfrentamientos resultó muerta por una bala perdida, la niña de once años María Manzanares de la Cruz.
En los primeros días de agosto de 1936 en el frente de Buitrago, es fusilado por comunistas el socialista teniente coronel Cuervo. El joven poeta John Cornford, bisnieto de Darwin, dirigente comunista del movimiento estudiantil en Inglaterra y enrolado primero en el POUM y después en las Brigadas Internacionales, es asesinado por sus mismos compañeros a finales de diciembre de 1936 en el frente de Córdoba, según confesó su madre Frances Cornford al historiador Hugh Thomas.
El 6 de septiembre de 1936, es asesinado por venganzas y rivalidades el delegado de Abastos, Manuel López, de la CNT-FAI. Buenaventura Durruti líder anarquista, es herido de muerte el 19 de noviembre de 1936 en el frente de la Ciudad Universitaria de Madrid, de un disparo a corta distancia y por la espalda.
En Molins de Llobregat, el 25 de abril de 1937 es asesinado Roldán Cortada dirigente del PSUC. Al día siguiente en Puigcerdá, son abatidos el anarquista Antonio Martín y dos de sus compañeros. Antonio Sesé Artaso, secretario de la UGT catalana, dirigente del PSUC y consejero de la Generalidad, el 6 de mayo de 1937 es herido de muerte de un disparo realizado desde una barricada ocupada por militantes del PSUC.
Hasta aquí las víctimas con nombres y apellidos, ahora sólo cifras, víctimas anónimas, desconocidas.
No existen cifras exactas ni aproximativas de las numerosas ejecuciones sufridas por los modestos  campesinos, artesanos y comerciantes, la mayoría partidarios del Frente Popular, asesinatos llevados a  cabo por la CNT-FAI y otros grupos sindicales, al imponer e implantar por la fuerza de las armas las colectividades agrícolas, siguiendo la técnica de los “pogrom” soviéticos en Ucrania.
Dentro del comunista Quinto Regimiento se creó la Compañía de Acero y una de sus consignas era: “Si un camarada avanza o retrocede sin órdenes, tengo derecho a disparar sobre él”.

 En julio de 1936, en Barcelona miembros de la CNT asesinan a más de 80 trabajadores del transporte de la UGT. Cerca de Barbastro a finales del verano de 1936, fueron asesinados por anarquistas 25 afiliados de la UGT.
Las ejecuciones de izquierdistas realizadas por las anarquistas y autónomas Columnas de Hierro y Columna del Rosal, sus enfrentamientos con otras fuerzas del Frente Popular; como por ejemplo, el choque de noviembre de 1936 en Valencia, cuando la Columna de Hierro sembró el terror en la capital y su posterior enfrentamiento con la Guardia Popular Antifascista, policía comunista-socialista, con un saldo de 148 muertos. Los 30 milicianos fusilados por orden del general José Asensio en el frente de Tagus.
En Villanueva, pueblo de la provincia de Toledo, por orden del alcalde comunista fueron asesinados 16 militantes de la CNT.
Los sucesos del mayo catalán de 1937, con un mínimo de 277 muertos, como los 36 anarquistas asesinados  por el PSUC en Tarragona, o los 12 cadáveres de los jóvenes anarquistas abandonados en el cementerio de  Sardañola, “horriblemente mutilados, con los ojos fuera y las lenguas cortadas”, según denunció la ex  ministra y dirigente anarquista Federica Montseny Mañé.
Al conocerse los sucesos de Barcelona, el 4 de mayo de 1937 fuerzas anarquistas abandonan sus posiciones en el frente de Aragón y se dirigen a la Ciudad Condal a defender a sus compañeros. A su paso por Binéfar, Barbastro, El Grado, Albalate de Cinca, Peralta de Alcolea, Valderrobles, Mora de Rubielos y otras poblaciones, se producen enfrentamientos y ejecuciones. Después del mayo catalán vendrían las represiones, primero contra el POUM, hasta casi su total exterminio.
Al mismo tiempo, en todo el territorio del Frente Popular, los comunistas desataban una campaña contra  las colectividades anarquistas. Enrique Líster, comandante comunista de la XI División, fue el responsable de un gran número de asesinatos de campesinos castellanos, como los 60 fusilados en el pueblo toledano de Mora, ejecuciones que jamás negó ni se arrepintió; pero tanto en número como en crueldad fue superado por su camarada comunista Valentín González, “el Campesino”.
Según testimonios, sólo en la zona central castellana fueron eliminados cientos de campesinos y artesanos colectivistas. Finalizada la represión de las colectividades agrarias anarquistas le tocó el turno al Consejo de Aragón.
Desde octubre de 1936 los anarquistas eran dueños de Aragón, y según los comunistas la región estaba dominada por el pillaje, el desorden y el crimen.
El 5 de agosto de 1937, el socialista Indalencio Prieto llamó a su Ministerio de Defensa a Enrique Líster para darle la orden, pero no por escrito, de actuar sin contemplaciones ni trámites burocráticos y acabar  con el Consejo de Aragón. Enrique Líster, que además de asesino contaba con una de las mejores y más eficaces unidades armadas del Frente Popular, cumplió con creces la orden.
A finales de agosto, cuando ya casi estaba dominado el territorio aragonés, fue nombrado el militante de Izquierda Republicana, José Ignacio Mantecón gobernador general de Aragón, y con las dos compañías de Guardia de Asalto que le acompañaron más la División de Líster, se dio por finalizada la misión llevada a cabo “con extremada violencia”.
De las numerosas ejecuciones del comunista Enrique Líster ─de algunas de ellas alardeó ufano hasta el último día de su vida─, se sabe que durante la ofensiva de Brunete en julio de 1937, ordenó fusilar a un comisario de división y a un comandante de brigada regular, ambos anarquistas. En cuanto al elevado número de ejecuciones dentro de las Brigadas Internacionales, en Brunete y en la noche anterior a las ejecuciones ordenadas por Líster, fueron fusilados 18 brigadistas.
Se tiene certeza de la existencia de prisiones reservadas para los brigadistas, como la del barrio de Horta en Barcelona, con una población reclusa de 625 brigadistas en el año 1937. También existían otras prisiones, en Castellón, en Albacete.
 Uno de los jefes carceleros, el croata Emil Copic, hermano del coronel Vladimir Copic, con motivo de la llegada de una nueva remesa de brigadistas a la prisión de Castelldefels mandó fusilar a 60. En otra ocasión, cincuenta prisioneros lograron evadirse de la prisión de Horta, por lo que se ordenó como escarmiento y disciplina la ejecución de 50 presos.
El ex brigadista Roger Codou conoció y consultó 2.000 expedientes de brigadistas cuyos familiares reclamaban saber sobre su destino, pudiendo comprobar que no pocas fichas provenientes de la prisión de Castelldefels indicaban que habían muerto por ahogamiento o por accidente. El dirigente de la Internacional Comunista y uno de los organizadores de las Brigadas Inter nacionales, el  francés André Marty, conocido entre sus camaradas como “el Carnicero de Albacete”, informaba en noviembre de 1937 ante el Comité Central del Partido Comunista Francés, que las ejecuciones ordenadas  por él no sobrepasaban las 500.
A 31 de marzo de 1938, el total de los incorporados a las Brigadas Internacionales eran 31.369, de ellos, 5.740 figuraban en un apartado denominado “diferencia”, que incluía a los desertores y a los ejecutados aunque no a todos, porque se dieron casos de ejecutados que después eran computados como muertos en combate. El 20 de enero de 1938 fueron fusilados en el pueblo turolense de Rubielos de Mora, 46 milicianos acusados de insubordinación.
Del 5 al 13 de marzo de 1939 tuvo lugar en Madrid la última batalla de la Guerra Civil. Se enfrentaron fuerzas prosoviéticas contra fuerzas anarquistas de Cipriano Mera Sanz y del militar profesional y republicano Segismundo Casado López. Tampoco se conoce el número exacto de muertos, y las cifras que dan van desde los más de 200 hasta los 20.000. La única certeza, es que el coronel o general Casado ordenó fusilar a los comunistas, coronel Luis Barceló Jover y al comisario José Conesa, y que anteriormente fuerzas de Barceló habían ejecutado a los ayudantes de Casado, los coroneles José Pérez Gazzolo, Arnoldo Fernández Urbano, Joaquín Otero Ferrer y al comisario Ángel Peinado Leal.” [3]
Otra muerte rodeada de extrañas circunstancias fue la del Anarquista Buenaventura Durruti, líder anarquista, en la batalla de Madrid, Efectivamente, aproximadamente a la una de la tarde del 19 de noviembre de 1936 (en plena Batalla de la Ciudad Univesitaria de Madrid), en la calle Isaac Peral, menos de dos horas después de haber sido entrevistado en la calle en Madrid para el noticiario filmado del PCUS, Durruti fue herido en el pecho por una bala de extraña procedencia; en grave estado, fue llevado al Hotel Ritz, sede del hospital de sangre de las milicias catalanas, donde muere al día siguiente a las cuatro de la mañana. La autopsia reveló que el deceso de Durruti se debió a los destrozos causados por una bala calibre nueve largo, la cual penetró el tórax y lesionó importantes vísceras. Su cuerpo fue entregado a los servicios especializados del Municipio de Madrid para ser sometido a un proceso de embalsamamiento, ya que sería trasladado y enterrado en Barcelona.
 La muerte de Durruti ocurrió en oscuras circunstancias que han propiciado la aparición de diversas hipótesis para su explicación. Según la CNT, escuetamente fue una «bala fascista». Las emisoras de radio de la zona nacional les atribuyeron el hecho a los comunistas, quienes a su vez aseguraron que el atentado había sido ocasionado por trotskistas o hasta por los mismos anarquistas, debido al enfrentamiento de Durruti con su propia dirección.
Aciertan pues los historiadores que consideran que las pugnas, o purgas internas, en las filas del frente popular o bando republicano, diezmaron su capacidad combativa, favoreciendo de modo directo el triunfo del Bando nacional.
Esperemos no tener que vivir nuevamente episodios similares en nuestra historia.

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