Cuando se habla de
“Guardia Suiza” todo el mundo recuerda la colorida guardia del Vaticano, y se
identifica el país como un lugar plácido, pacifico y alejado de toda clase de
conflictos. Pero pocos saben que los
Suizos, siempre Independientes de los Grandes Reinos Europeos, aportaron
Regimientos de apreciados Mercenarios Voluntarios a todos ellos, desde el
s.XIII. y siempre con sus coloridos uniformes llamados de “Reisläufer”.
Desde el siglo XV y hasta
mediados del s.XIX, un regimiento de mercenarios suizos formó la Guardia
Personal de los reyes de Francia.
En 1789 estalló la
Revolución Francesa. En junio de 1791 Luis XVI trató de huir al extranjero y
fue condenado a arresto domiciliario. En la insurrección del 10 de agosto de 1792,
los revolucionarios tomaron el Palacio de las Tullerías. Cuando comenzó el
asalto 5 miembros de la Guardia Suiza fueron asesinados ante su capitán por la
turbamulta, pero la Guardia logró contener el asalto mientras el Rey se refugiaba
en la Asamblea Legislativa, donde fue obligado a ordenar a su Guardia Suiza que
se retirase y volviese a sus cuarteles. El capitán Dürler pidió la orden por escrito al Rey y cuando la acató
y al salir del palacio, indefensos, la Guardia fue masacrada sin piedad. De los
1.000 miembros de la Guardia Suiza que defendían al Rey, sólo sobrevivieron 300.
La iniciativa de crear el
monumento en recuerdo de esta matanza, fue tomada por Karl von Pfyffer
Altishofen, oficial de la Guardia que estaba de permiso en Lucerna en el
momento de la lucha. El diseño del monumento se debe al danés Bertel Thorvaldsen y su realización al
cantero alemán Lucas Ahorn y está
tallado directamente sobre la roca bajo la inscripción “HELVETIORUM FIDEI AC
VIRTUTI” “A LA LEALTAD Y VALENTÍA DE LOS SUIZOS”
Y esa tradición guerrera
pervive hoy en día en el país alpino, que mantiene un ejército activo de
500.000 hombres con 7,5 millones de habitantes, mientras que España, con 50
millones de habitantes, apenas llega a los 150.000 efectivos.
Pero junto a esta
tradición guerrera llama la atención la exigua pero conocidísima Guardia Suiza
Vaticana, que se hace más presente en estos momentos, con la atención del mundo
pendiente de la ciudad estado como consecuencia de la renuncia de Benedicto XVI
al papado. Su origen se encuentra en la petición formulada por el papa Julio
II, en 1505, encargando a Peter von Hertenstein conducir hasta Roma a 200
hombres que se ocuparían de la custodia de la persona del Papa y de los
palacios pontificios.
Una de las más dramáticas
historias en torno a este cuerpo de guardia fue el protagonizado durante el
‘saco di Roma’, saqueo de la ciudad por las tropas del emperador Carlos V al
mando de Carlos Montpensiertercer duque de Borbón, enfrentado con Francisco I, su señor natural, y al mando de una tropa de 20.000 hom,bres, de ellos 17.000 lansquenetes alemanes luteranos, a los que debía su paga y quiso pagar con el saqueo de la Ciudad Santa, al tiempo que escarmiento al papa
Clemente VII por su cercanía a la Liga de Cognac, formada por Francisco I –el mortal enemigo del Emperador– como alianza militar enfrentada al
‘César’ Carlos. El pontífice, protegido por la Guardia Suiza, se salvó
refugiándose en el castillo Sant’Angelo, pero 147 de los guardias perecieron en
su defensa.
Carlos I que no había autorizado el saqueo, se manifestó enseguida indignado, pidiendo expreso perdón al Papa y vistuendo de luto en esñal de su rrepentimiento, aunque lo cierto es que el Papa Clemente no volvió a aliarse con Francia.
Carlos I que no había autorizado el saqueo, se manifestó enseguida indignado, pidiendo expreso perdón al Papa y vistuendo de luto en esñal de su rrepentimiento, aunque lo cierto es que el Papa Clemente no volvió a aliarse con Francia.
Y es precisamente el 6 de
mayo, fecha de aniversario del famoso ‘saco’ cuando la Guardia Suiza celebra anualmente la
ceremonia de juramento de los nuevos guardias que se han incorporado al cuerpo,
bellísima celebración en que la Guardia al completo forma con sus alabardas,
corazas y morriones con plumas rojas, salvo las moradas y blancas de los suboficiales y oficiales.
En este acto, los
reclutas sujetan con su mano izquierda la bandera, y con la derecha alzada con
solo los dedos pulgar índice y corazón estirados, en referencia a la Santísima Trinidad,
juran lealtad al Papa y al Colegio Cardenalicio, a quienes sin dudarlo protegerán
hasta con su propia vida, si se ven, de nuevo y como han demostrado que puede
suceder, abocados a ello.
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