LOS GRANDES
AUSENTES DEL 4 DE JULIO
Al llegar el 4 de julio de 2012, 236 años después de que
se proclamó la Declaración de Independencia
de los Estados Unidos, conviene repasar un poco la historia y regresar a los
orígenes de este gran país.
Fueron españoles los que llegaron primero. Exploraron
tierras, descubrieron golfos y bahías. Midieron abismos del mar y alturas de
montañas, recorrieron ríos, praderas, bosques y desiertos. Reconocieron la
costa Atlántica de Norteamérica desde los cayos de la Florida hasta Terranova y
mirando hacia el oeste, en 1524 el explorador Esteban Gómez escribió sobre el
mapa: ACA NADA, sin saber que había bautizado el inmenso territorio del Canadá.
Pero también exploraron el litoral de Norteamérica que mira al golfo de México,
y las costas desde California hasta Alaska. Pusieron sus nombres, más de 3,000,
en toda la geografía norteamericana, levantaron mapas y cartas de marear, aprendieron
y conocieron tribus y animales. Buscaron metales y maderas. Detectaron
riquezas. Los exploradores que llegaron después del siglo XVI y en los siglos
siguientes dieron sus primeros pasos orientados por los mapas que dibujaron los
exploradores españoles.
Se dice que si en
un mapa del mundo se marcaran con una cruz todos los territorios habitados por
cristianos, esas inmensas extensiones de tierra corresponden a los lugares
donde se desarrollaron la civilización occidental, el pensamiento humanista y
los derechos humanos.
En ese mapa quedaría constancia de que fueron también
españoles los que colocaron en tierra de los actuales Estados Unidos la primera
cruz, y de que fue un marino y hombre de armas español, Pedro Menéndez de
Avilés, quien abrió en la Florida la puerta que da entrada a los Estados Unidos
y toda Norteamérica. Fueron españoles los que erigieron en San Agustín de la
Florida la primera ciudad fundada por europeos en tierras de los actuales
Estados Unidos. En ese momento participaron en la primera misa, por primera vez
dieron gracias a Dios acompañados por los indios cercanos, erigieron la primera
alcaldía, escuela, iglesia, convento y misión, imprimieron los primeros libros
y levantaron la primera fortaleza, que bautizaron con el nombre de Castillo de
San Marcos.
Ellos empezaron a vivir según las normas europeas en
tierras que hasta entonces sólo habitaron tribus nómadas. En Norteamérica se
escuchó por primera vez otro idioma, y las gentes pensaron de otra forma,
adaptando el viejo mundo para fusionarlo con el nuevo. Venían con conceptos
diferentes, con ideas distintas, con técnicas nuevas. Usaban mapas, brújulas,
portulanos, cartas de marear, astrolabios, armas de fuego. Tenían leyes
escritas, leían libros, escribían actas, informes, peticiones y reglamentos.
Propiciaron que en pocos meses la civilización surgiera
para dar un salto de muchos siglos.
Cuando en San Agustín de la Florida nació en 1566 un niño
al que bautizaron con el nombre de Martín de Argüelles, hijo del sargento mayor
Martín de Argüelles y de Leonor Morales, vio la luz el primer hijo de europeos
que vino al mundo en tierras de los actuales Estados Unidos. Medio siglo más
tarde aparecieron los colonos ingleses.
Pasaron muchos años. A fines del siglo XVIII, parte del
territorio actual de los Estados Unidos estaba habitado por colonos
descendientes de ingleses que entraron en conflicto con la metrópolis y se
levantaron en armas para lograr la independencia.
Los españoles de la Florida y los habitantes de Cuba,
México y Puerto Rico, que entonces se consideraban también españoles, acudieron
al llamado de Su Majestad Carlos III de España con el propósito de ayudar a los
norteamericanos que luchaban por la independencia, dirigidos por George
Washington.
En tierras de las Trece Colonias norteamericanas había
casas comerciales de cubanos, mexicanos y españoles que realizaban grandes
negocios en los Estados Unidos. El hispano cubano Juan Miralles y el cubano
Eligio de la Puente formaron una red de agentes, un verdadero servicio secreto
por el cual las tropas de Washington conocían los movimientos de los generales
ingleses, sus armas y abastecimientos, daban fe de la solidez de las alianzas
con las tribus indias, conocían las necesidades del Ejército Continental y las
trasmitían a Cuba, España y México desde donde llegaban a Washington mosquetes,
tiendas de campaña, pólvora, municiones, uniformes, comida, dinero,
bayonetas...
Su Majestad el Rey
de España Carlos III entró en guerra contra Jorge III de Inglaterra el 16 de
junio de 1779, dispuesto a ayudar económica y militarmente a los
independentistas norteamericanos de las trece colonias. Antes de la declaración
de guerra España ya ayudaba a los norteamericanos secretamente. En 1777
Benjamín Franklin, el representante americano en Francia, pidió la ayuda
secreta de España a las colonias, de la que obtuvo 215 cañones de bronce; 4.000
tiendas; 13.000 granadas; 30.000 mosquetes, bayonetas, y uniformes; más de
50.000 balas de mosquete y 300.000 libras de pólvora. Franklin agradeció por
carta al Conde de Aranda toda esta ayuda, de la que posteriormente recibió
12.000 mosquetes más enviados a Boston desde España. Además España dio casi dos
millones de libras a los insurrectos.
Las naves del comodoro norteamericano Alexander Gullon
eran reparadas y artilladas en el Real Astillero de La Habana.
El gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez, y su
poderoso hermano, José de Gálvez, estaban al tanto de victorias, derrotas,
estrategias y decisiones. Bernardo de Gálvez trazó un plan estratégico genial,
que constaba de varios aspectos:
--Tomar el delta del Mississippi, para que los ingleses no
pudieran moverse por el río y llevar refuerzos a sus tropas encerradas en el
campo atrincherado de Yorktown;
--Controlar el Mar de las Antillas, tomando las bases de
abastecimiento y suministros que utilizaba la poderosa marina británica;
--Conquistar Pensacola y los puestos fortificados de los
ingleses en el delta del Mississippi y tierra adentro hacia el norte, a lo
largo del río.
--Fortalecer al Ejército Continental de Washington para
facilitar su victoria.
Para Bernardo de Gálvez, acción y decisión formaban parte
de una misma fórmula. En una serie de acciones relampagueantes venció a los
ingleses en Manchac, Panmure de Natchez, los puertos Thompson y Smith, Baton
Rouge, Fort Charlotte y Mobila, tomó sus fuertes, y los desalojó completamente, al tiempo que
aseguraba los pactos de alianza con las tribus indias de la zona hostiles a los
británicos.
Una vez tomado el delta del Mississippi y los fuertes,
los ingleses de Yorktown no podían recibir refuerzos y tampoco atacar a
Washington por la retaguardia.
Ahora había que tomar Pensacola, donde los ingleses
mantenían una poderosa guarnición protegida por fortificaciones. Gálvez se
reunió en La Habana con refuerzos llegados de España, los completó con tropas
cubanas y con parte de sus veteranos. Una primera expedición fracasó, pero en
poco tiempo estuvo lista la segunda. En ella embarcó el Regimiento de Fijos de
La Habana, el batallón de pardos y morenos, y algunas tropas auxiliares junto
con los regulares españoles.
La toma de Pensacola se realizó en dos meses, desde el 9
de abril al 10 de mayo de 1781. Los británicos tuvieron unas 500 bajas, y los hispano
cubanos, alrededor de 200:
El comandante
británico, el general John Campbell y el Almirante Chester que era el Capitán
General y Gobernador de West Florida, se entregaron junto con sus 1.113 hombres
y todas sus banderas, artillería, pertrechos (123 cañones, 4 morteros y 6
obuses, además de balas, fusiles y demás material bélico) y la ciudad intacta
gracias a un acuerdo previo entre los españoles y británicos para no llevar el
combate a la ciudad. También se entregaron más de 300 norteamericanos de
Georgia que apoyaban a las fuerzas británicas.
Durante las operaciones fueron capturados cinco buques de
guerra ingleses que trataron de apoyar a los defensores británicos de los
fuertes.
Los franceses apoyaron la toma de Pensacola con ocho
navíos de guerra y 725 hombres. El 19 de abril llegaron de La Habana 1,600
hombres de refuerzo al mando del Mariscal de Campo Juan Manuel Cagigal y
Monserrate, nacido en Cuba. Después de
la rendición de la ciudad, Gálvez dio a
la flotilla francesa unos 100.000 pesos, cuando se aprovisionaban para partir.
Esas naves francesas iban a participar en el bloqueo de Yorktown, donde la
Armada española apoyaba eficazmente a la francesa, el 19 de octubre de 1781 el
general británico Cornwallis se rendiría con todo su ejército y su flota.
Como es natural, la toma de Pensacola puso en control de
los españoles el litoral del golfo de México y privó a los ingleses de su base
más poderosa, a partir de la cual podían lanzar ataques a las tropas de
Washington desde el sur.
Sólo quedaba la base naval de Nassau, en las Bahamas, en
poder de los ingleses. Pero una fuerza procedente de La Habana, al mando del
Mariscal Cagigal, formada por 2,000
hombres de los regimientos habaneros, preparó la escuadra, entró en el
archipiélago y el 7 de mayo de 1782 se apoderó de la capital inglesa, Nassau.
Los ingleses, tratando de compensar las victorias de Gálvez y Cagigal, lanzaron
la escuadra del almirante Rodney contra La Habana, pero las tropas y los
destacamentos de milicias, dirigidos por Cagigal, frustraron los intentos de
desembarco.
Pero hubo, además, otras ayudas decisivas. A mediados del
año 1781, y en vísperas de la batalla de Yorktown, el general Washington y su
ejército de rebeldes, se encontraban en condiciones deplorables; las arcas que
financiaban la guerra estaban vacías, los agricultores rehusaban suministrar más
comestibles por falta de pago y lo mismo ocurría con los armamentos y la pólvora,
mientras que a los marinos de la flota del Almirante De Grasse y a la
infantería del General Rochambeau (franceses aliados a la causa de los
rebeldes), no había dinero con qué pagarles tampoco. De Grasse, después de
fracasar en sus gestiones para recoger dinero en Saint Domingue (hoy Haití),
donde era dueño de plantaciones, fue a Cuba donde las damas cubanas y otros
criollos reunieron y donaron 1'200,000 libras tornesas (una moneda de plata
acuñada en la ciudad francesa de Tours, que se aceptaba internacionalmente),
equivalentes a 300 millones de dólares de hoy...
El 3 de septiembre de 1783 terminó la Guerra de
Independencia con la firma del Tratado de Versalles entre Estados Unidos e
Inglaterra.
El 4 de julio de 2012 se celebra el 235 aniversario de la
independencia de los Estados Unidos. Como es natural, ese día se recuerda con
veneración a los hombres que llevaron adelante la heroica lucha por la libertad. Los nombres de Benjamin
Franklin, George Washington, John Adams,
Thomas
Jefferson, John Jay, James Madison, Thomas Paine
y Alexander Hamilton, están vinculados
eternamente a ese día, igual que los que firmaron la Declaración de
Independencia.
También vienen a la memoria el Marqués de Lafayette,
Rochambeau, Tuffin, de Grasse, el héroe polaco Tadeusz Kościuszko y el general prusiano von Steuben van a ser
recordados por sus aportes a la independencia.
Hay otros nombres, sin embargo, que no van a ser
mencionados o sólo se citarán de soslayo. Se trata de Bernardo de Gálvez, su hermano el ministro José de Gálvez, el
Mariscal de Campo Juan Manuel Cagigal, nacido en Santiago de Cuba, o Francisco
de Saavedra, soporte financiero de la independencia norteamericana... es una
pena que no se hable del hispano cubano Juan Miralles, amigo personal de
Washington, en cuya casa murió atendido por el médico personal del Padre
Fundador, que colaboró de muchas formas con la independencia americana.
La lista sería interminable si agregáramos los nombres de
los españoles, cubanos, puertorriqueños,
blancos y negros, que cayeron en los combates del delta del Mississippi, en la
toma de Pensacola o en la batalla por las Bahamas.
Y tal vez ¿por qué no? se debería recordar a los
intrépidos exploradores, los que pasearon por primera vez la mirada por las
extensas tierras, las reconocieron, examinaron, estudiaron y nombraron, a los
misioneros que trajeron la Palabra de Dios, a los que plantaron las primeras
cruces y levantaron ciudades y pueblos, trajeron libros y leyes, conceptos y
pensamientos, humanismo y filosofía.
Ellos fueron también Padres Fundadores, y el Día de la
Declaración de Independencia merece que se les recuerde y con ellos a todos los
que con sus cuerpos y sus almas participaron para forjar la grandeza de los
Estados Unidos, esta tierra de hombres libres, para que no sean los grandes
ausentes en la fecha hermosa del 4 de julio.
Dr. Salvador Larrúa-Guedes
Miami, 3 de julio de 2012
¡Qué injusto silencio! Lo mismo que con el Maine. Ni gracias ni lo siento.
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