El rey Carlos III, apodado como “El mejor Alcalde de Madrid” fue un Rey de alma ilustrada, y se empeñó en realizar numerosas mejoras en la Capital, tratando de darle un aire más moderno y cosmopolita, que le permitiera competir con otras ciudades europeas.
Así se esforzó por modernizar Madrid con la construcción de paseos y la realización de trabajos de saneamiento impulsando por ejemplo la recogida de basuras y la iluminación pública.
De igual modo intentó engrandecer la Ciudad con diversos edificios y monumentos como la Puerta de Alcalá, Cibeles o Neptuno, el Museo del Prado —concebido inicialmente como Gabinete de Historia Natural—, el Hospital de San Carlos (Actual Museo Reina Sofía) o la construcción del nuevo Jardín Botánico, en sustitución del antiguo de Migas Calientes, el Real Observatorio de Madrid, en una colina del Parque del Retiro y otros edificios representativos destinados a albergar los servicios de la creciente administración pública, como la Real Casa de Aduanas (Actual Ministerio de Hacienda de la calle de Alcalá) o las Reales caballerizas, en edificio anexo al Palacio Real, derruido durante la II República y que ocupaban los hoy llamados jardines de Sabatini, o la Iglesia y Convento de San Francisco el Grande.
Sin embargo sus medidas no siempre fueron admitidas de buena gana por los ciudadanos de la Real Villa. Así se cuenta que cuando el Rey emprendió el proyecto de construir un sistema de conductos de canalización de las aguas, cuyo propósito era el de limpiar la ciudad de residuos, se produjo una fuerte contestación por parte de los madrileños con protestas y tumultos, lo que llevó al Monarca a exclamar: Mis súbditos son como niños pequeños. Lloran cuando se les lava
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