¡Soplen, vientos, hasta reventar los
carrillos; soplen con rabia! ¡Cataratas y trombas, diluvien hasta sumergir los
campanarios y anegar las veletas, y los relámpagos, pensamiento y obra en un
destello, precursores de los rayos que hienden los robles, chamusquen mi blanca
cabeza, y los truenos que todo lo estremecen, aplasten la redondez del mundo, quiebren
los moldes todos de la naturaleza y dispersen por siempre los gérmenes que
hacen al hombre ingrato!
Dice el Rey Lear de William Shakespeare, en plena vorágine de su locura, quejándose de la traición de sus hijas, a quienes ha dejado su reino, mientras él pierde la vida entre la locura y la desesperación por la traición sufrida y por el fallecimiento de todas ellas.
Locura, esa es la consecuencia que para el hombre tiene, en ocasiones, la obsesión en el dolor, el arrepentimiento, el fracaso…
Y Shakespeare lo representa
maravillosamente en muchas de sus obras.
Podríamos citar aquí la locura de Macbeth, o de su esposa; o la de Hamlet o su amada Ofelia.
Y ello sin hacer de menos a Cervantes
y la locura de su “Caballero de la Triste figura”.
"Los hombres están tan necesariamente locos que sería estar loco, por otro giro de la locura, no estar loco."
"La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma."
En definitiva estar loco es una forma diferente de cordura, aquella que, desde el punto de vista de la razón, se aparta de lo razonable, y en ello se resume la frase de Pascal anteriormente mencionada, pues todos, de una u otra manera, participamos en ese desvarío mental que en ocasiones nos aparta de lo "razonable" conforme a los códigos sociales o culturales del tiempo y del mundo en que vivimos.
Por otra parte, genialidad y locura viven íntimamente entrelazadas, de modo y manera que una y otra difícilmente se pueden diferenciar.
Por eso hablamos siempre, con un punto de prejuicio, de la locura de quienes son almas excepcionales, al no entender, en muchas ocasiones, la "razón" que subyace bajo su genialidad, generalmente heterodoxa y alejada de los usos sociales imperantes.
El mismo Blaise Pascal nos lo explica cuando nos dice que
"El espíritu extremo es acusado de locura. Solo la mediocridad se considera buena."
Así por ejemplo no entendemos la melancolía que, en numerosas ocasiones, acompaña a la creatividad genial, melancolía que no deja de ser un trastorno de la razón, una forma controlada de locura, melancolía que como dijera Víctor Hugo ―fuera de toda "razón" ortodoxa―:
"Es la felicidad de sentirse triste."
extraña felicidad que debemos aceptar, pues tal y como nos dice Ernst Jünger
"No podemos estar siempre exentos de dolores, no podemos estar sin sombra, tenemos que aceptar la melancolía. También allí hay dioses."
Aunque no todo es aceptable en la locura, pues muchas veces, como piensa Sinclair en el "Demian" de Hermann Hesse:
"Los locos tienen unas intuiciones más profundas que la gente de la calle, pero no tienen la clave ni el timón (de sus vuelos mentales) y se despeñan en el abismo."
Y concluyamos ya esta breve reflexión con un nuevo video musical. Hoy con el Pasacalle de Henri de Bailly "Yo soy la locura".
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