Vivimos en una sociedad en que se nos repiten
reiteradamente los conceptos de crisis, malestar, indignación, etc. como si a
lo largo de la vida del ser humano esos conceptos no hubiesen tenido
relevancia.
Nada más lejos de la realidad.
La vida del hombre, desde que el “homo
sapìens” despejase, con carácter único, las distintas ramas de evolución de los
homínidos, hasta ser el antecesor exclusivo del hombre moderno, ha sido una
permanente “vida en crisis”, plagada de malestar, indignación y superación de
sus problemas como única vía de supervivencia y evolución.
¿Qué nos diferencia, pues, de nuestros
ancestros paleolíticos?
Pues posiblemente la globalización de las
comunicaciones y la información.
Por ejemplo, las grandes masacres que se han
cometido a lo largo de la Historia, eran acontecimientos ignotos para las
culturas que no sufrieron sus consecuencias.
Hoy conocemos inmediatamente y al detalle,
todo acontecimiento brutal que ocurra en cualquier rincón del planeta, por muy
alejados que estemos del lugar en que hubieran ocurrido, y nos acongojamos,
implicándonos emocionalmente con las víctimas.
Ya en ECLESIASTES 17:18, se ponen de
manifiesto los peligros del excesivo conocimiento cuando nos dice:
Y apliqué mi corazón a
conocer la sabiduría y a conocer la locura y la insensatez; me di cuenta de que
esto también es correr tras el viento. Porque en la mucha sabiduría hay
mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor.
Pero las crisis presentan también un aspecto
positivo para el hombre y la sociedad, pues exigen reaccionar imaginativamente
para su superación.
Sin la concatenación de crisis que el hombre
ha sufrido y superado desde su aparición en este mundo, no se habría producido
la evolución social que ha permitido que lleguemos a la Sociedad Desarrollada
en la que hoy vivimos, pues en la solución de cada crisis sufrida hemos
evolucionado y mejorado.
Hoy en día esas crisis las vemos como acontecimientos
históricos que determinaron cambios profundos en nuestra sociedad, generalmente
enriquecedores pese a la brutalidad, sufrimiento o miseria que inicialmente
provocaron.
Así, por ejemplo, en Europa, la crisis que
supuso la caída del Imperio Romano y la entrada y conquista de sus territorios
por los llamados “barbaros”, dió lugar a las distintas culturas nacionales
europeas, papel en que han participado importantes tribus como los Visigodos,
Ostrogodos, Francos o Teutones, que con su asimilación de la herencia cultural
romana dieron lugar a las Naciones Romano-Germánicas que conforman nuestro
continente.
No obstante, las crisis ─ya sean económicas,
sociales, sanitarias, meramente personales, etc…─ en el devenir
cotidiano de los hombres, constituyen, en el momento de producirse, y no en sus
consecuencias a largo plazo, un sufrimiento, un desasosiego y una melancolía,
que impregnan de tristeza a quienes las sufren
Más incluso en las sociedades “tribales” a las
que estamos volviendo en nuestros días, en las que sólo es admisible mantenerse
dentro del patrón medio de vida que la propia tribu exige, pues en caso contrario,
el efecto es la exclusión de la tribu.
Por ello, conforme al proverbio latino, lo
mejor en caso de crisis es pensar “sursum corda” (Levantemos el corazón).
Mantengamos pués nuestro buen espíritu y el
deseo de salir de las crisis que nos rodean y tratemos de pensar que seremos
capaces de mejorar nuestras expectativas de futuro.
Y despidamos de esta triste reflexión con una
nueva pieza musical, “Meditación” de la ópera “Thais” de Massenet
©2022 Jesús Fernandez-Miranda y Lozana
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