A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
Hoy pensaba haber hecho una reflexión sobre los resultados electorales del domingo.
Sin embargo, la sorpresa de lo ocurrido me obliga a detenerme un poco a fin de no repetir lo que los medios de comunicación llevan diciéndonos desde que se conocieron los resultados finales de las elecciones.
En definitiva, no quiero repetir lo que todos habéis ya escuchado, sino llegar a conclusiones que puedan ser de vuestro interés, más allá de lo que ya todos hemos escuchado y conocemos.
Así que hoy dedico mi reflexión a Gijón
Gijón
es mi ciudad familiar, pues en ella nacieron tanto mi Padre como mi madre,
siendo mis abuelos de distintas procedencias ―aunque todos mis ancestros son
asturianos― y también mi lugar de veraneo durante mi infancia y juventud, por
ello voy a dedicarle este POST.
El
auge de Gijón durante el siglo II d. de Cristo es un hecho que ha quedado
plasmado en las termas o baños públicos, uno de los conjuntos arqueológicos romanos
más significativos legados por su civilización a la ciudad.
En
relación con su nombre, Miguel de Unamuno considera que provendría del latín
saxum ‘peñasco’, lo cual tendría relación con las características geográficas
de su emplazamiento.
Otras interpretaciones
buscan el origen del término en voces celtas como:
gy:
‘agua’ + om: ‘rodeada’ (según Bullet);
egi +
gon: ‘sitio estrecho y recogido, alto y bueno’ (según Becerro de Bengoa).
Finalmente
hay quien, basándose en el primitivo carácter de Gijón como asentamiento
militar, propone la palabra sessio, teoría que reforzaría la presencia de unas
‘aras sestianas’ o ‘aras sessianas’ en la Campa Torres.
Por último, también cabe suponer que, puesto
que la ciudad fue fundada por la Septima Legio Gigia Macedonica, deba a ello su
nombre.
Sus
gentes vivían principalmente de la agricultura y la ganadería, al tiempo que se
intensificaba la pesca, de lo que da fe el hallazgo de los restos ―fechados en
los siglos III y IV― de una factoría de salazones en la plaza del Marqués,
junto al palacio de Revillagigedo.
Con la
caída del Imperio romano y las posteriores invasiones se produjo un abandono de
la civitas gijonesa, ignorándose las causas de su despoblamiento en el
transcurso de la Alta Edad Media, periodo en el que escasean las noticias sobre
Gijón, que revive para la Historia en el momento en que el soberano Alfonso X
le otorga, el 12 de mayo de 1270, la condición de puebla, hecho reflejado en
documentos de San Vicente de Oviedo.
Sin
embargo, esa reaparición histórica se ve ensombrecida por los acontecimientos
que siguieron a la muerte del rey Alfonso XI, en la siguiente centuria; Gijón
sirve, entonces, de escenario a un enfrentamiento entre partidarios del rey Pedro I y Enrique de Trastámara.
En el
s. XIV gobernaba Gijón Rodrigo Álvarez de las Asturias, titular de los condados
de Gijón y Noreña. Fue tutor de Enrique II, hijo bastardo de Alfonso XI, al que
Gijón apoyó en sus enfrentamientos con su hermanastro Pedro I.
Gijón era entonces una plaza fuerte encaramada
en lo que hoy se conoce como “Santa Catalina”, una península rocosa rodeada por
el mar y cuyo único acceso por tierra era a través de los arenales pantanosos
que le unen al continente, según puede verse en esta representación pictórica.
En el
que todo su frente rocoso, frente al arenal, estaba amurallado, existiendo un
muelle de madera, en la zona donde hoy está el antiguo muelle pesquero, y una
iglesia dedicada a San Torcuato, uno de los varones apostólicos discípulo de
Santiago, que colaboró con él en la cristianización de Hispania, en el espacio
que hoy ocupa la Iglesia de San Pedro.
Enrique
II dio a su hijo, Alfonso Enríquez, los condados de Gijón y Noreña, y este se rebeló
contra su hermano, el rey Juan I, a la muerte de su padre, y haciéndose fuerte
en Gijón, en 1383, hasta der derrotado y hecho prisionero.
Perdonado
por Juan, volvió a rebelarse contra el Rey su sobrino, Enrique III, quien
reacciona privándole de sus bienes.
Alfonso
Enríquez huye a Bayona, dejando al mando de la villa a su esposa Isabel, quien
en 1395 incendia la ciudad antes de abandonarla. Entonces, el rey toma la
determinación de que Gijón se incorpore a la Corona, aunque de hecho ya lo
había sido en 1388 cuando se crea el Título de Príncipe de Asturias por Juan I,
en beneficio de su hijo Enrique y a la esposa de este, Catalina.
En un
intento por superar la lucha dinástica entre las casas castellanas de Borgoña y
Trastámara, se recurrió al principado, ―señorío jurisdiccional de mayor rango
entre los que el rey puede otorgar― que no había sido reconocido a nadie.
El
título, designaba al infante primero en la línea de sucesión cuando el rey le
transmitía de manera efectiva el territorio del Principado, con su gobierno y
sus rentas.
Los
orígenes del Principado de Asturias se remontan a los condados de Noreña y
Gijón, territorios dotados de jurisdicción señorial que pertenecieron a Rodrigo
Álvarez de las Asturias, a los que ya hemos hecho referencia.
Estos señoríos presentaban una extraordinaria
singularidad: eran territorios que en tiempos remotos llegaron a ser el Reino
de Asturias, el identificado con los orígenes de la monarquía.
Al
morir Rodrigo sin sucesión en 1333, legó su patrimonio a Enrique de Trastámara.
Durante el reinado de Pedro I se desató «una verdadera guerra civil» que se
decantó en favor de Enrique III de Trastámara con la muerte de Pedro I.
El 8
de julio de 1388, fue acordado el Tratado de Bayona entre Juan de Gante y Juan
I de Castilla, estableciendo la reconciliación dinástica tras el asesinato del
rey Pedro I. Por este tratado, Juan de Gante y su esposa Constanza renunciaban
a los derechos sucesorios castellanos en favor del matrimonio de su hija
Catalina con el primogénito de Juan I de Castilla, el futuro Enrique III, a
quien se le otorgó como heredero la dignidad de príncipe de Asturias.
El título se concedió con cierta ceremonia.
La muerte prematura de Juan I y la minoría de
edad de Enrique impidió la conformación institucional y jurídica del
principado, mientras que Alfonso Enríquez se volvía a levantar tras obtener su
libertad por orden real. Asediado por las tropas del rey, fue sometido al
arbitraje del rey de Francia, que impuso al conde la devolución de los
territorios que poseía en Asturias. Se logró pacificar el territorio y se
confirmó su situación de realengo.
En los
primeros tiempos de la institución, el título de príncipe de Asturias no fue
solo un título de honor, pues el territorio asturiano les pertenecía como patrimonio.
Juan II dispuso finalmente en un albalá fechado en Tordesillas el 3 de marzo de
1444 la conversión del principado en señorío jurisdiccional, vinculando las
ciudades, villas y lugares de las Asturias de Oviedo con sus rentas y
jurisdicciones al mayorazgo de los herederos de la Corona ―dicho documento fue
en algún caso desobedecido e ignorado por los pueblos asturianos por
considerarse un «contrafuero»―.
Con la conformación legal se recuperó la
dualidad realengo-señorío (villa-tierra) que perduraría bajo la jurisdicción
del príncipe hasta la época de los Reyes Católicos.
El 31
de mayo de ese mismo año el futuro Enrique IV intentó hacer efectivo el mayorazgo
y recordó a Oviedo y las veintiuna principales villas asturianas que
pertenecían a su señorío. aunque no había «ejecutado ni usado [el principado]
así por causa de mi minoridad como por causa de los grandes debates y los
escándalos acaecidos en estos reinos».
En
1496 se intentó revitalizar el principado por Real Carta fechada a 20 de mayo,
en la que los reyes, «queriendo observar la costumbre antigua» de sus reinos ―en alusión a Aragón―, dieron al príncipe Juan las rentas y jurisdicciones de
los lugares de Asturias que habían pasado a pertenecer a la Corona,
reservándose la mayoría de la justicia y la condición de no enajenar el
patrimonio.
Pero
volvamos a Gijón, tras esta digresión.
La
repoblación de la villa de Gijón comenzó en 1400.
En
1480 los Reyes Católicos dan su autorización para que en Gijón se construya un
puerto de piedra, y se le den los medios para llevarlo a cabo.
A
partir de entonces la historia de Gijón aparece vinculada estrechamente al
desarrollo de su puerto. En las postrimerías del s. XV se crea el primer muelle
de mar, complementado en 1552 con un muelle de tierra. Gijón comienza su actual
fisonomía en 1600 al extenderse sobre el arenal y la laguna que ponía cerco a
su antiguo asentamiento.
El
Real Decreto de 1765 y el Reglamento de 1778 fueron dos disposiciones que permitieron
al puerto de Gijón el libre comercio con las colonias americanas, lo que llevó
a la villa a conocer un moderado crecimiento urbano, cuyo ordenamiento se
contempló en el Plan de Mejoras para la ciudad diseñado por Jovellanos y
aprobado por el Ayuntamiento en 1782.
A
fines del XVIII ostenta la capitalidad marítima de la región y se independiza
de la Capitanía de Castilla al comienzo del XIX. Gijón tiene en 1794 el
carácter de ciudad industrial y comercial que ya no le abandonaría hasta
nuestros días.
No
obstante, durante los últimos años la crisis de la siderurgia y el sector naval
ha supuesto la reconversión de su tejido productivo, lo que ha transformado la
ciudad en un importante centro turístico, universitario, comercial y de I+D+I.
Y finalizo, como siempre con una nueva pieza musical, en esta ocasión la habanera “Gijón del Alma”, muy popular el la
villa gijonesa, cantada por Vicente Díaz.
La tradición católica llama LONGINOS al legionario romano que perforó con su lanza el costado de Cristo en la cruz, hecho que se describe en el evangelio de San Juan:
“uno
de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y
agua” (Jn. 19:34)
En el Museo de Hofburg, Viena, existe una
lanza que se dice que es la usada por Longinos, para atravesar, en la cruz, el
pecho de Jesús para comprobar que estaba muerto, pues según la Ley Romana, un
condenado no podía ser entregado a la familia sin cerciorarse de su muerte, y
si había alguna duda, había que provocarla y asegurarla con una lanzada que
abriese el corazón
Según los científicos modernos, el agua
que acompañó a la sangre de Cristo, como consecuencia de la lanzada, sería
suero acumulado en los pulmones de Cristo.
Bien pronto se le atribuyeron a esta lanza efectos talismánicos
y fue rápida presa de Hitler cuando se apoderó de Austria.
Constantino el Grande había proclamado ser guiado a la
victoria cuando sostenía en la mano dicha lanza en la batalla de Milvian, en
las afueras de Roma, triunfo que llevó a proclamar al cristianismo como
religión oficial de Roma.
Luego, se decía, la misma lanza había también llevado a la
victoria al general franco Carlos Martel (el martillo), en aplastante
inferioridad numérica, sobre los moros en Poitiers (732 d.C.).
Más aún, se suponía que Carlomagno había mantenido toda su
prevalencia empuñando la Lanza y tras cuarenta y siete campañas victoriosas,
sólo cuando la dejó caer accidentalmente se eclipsó su reinado y encontró su muerte.
La leyenda parece tener relación con un viejo relato
irlandés en el que se cuenta que al llegar los antiguos dioses a las
"islas del norte del mundo", llevaron entre otras cosas la lanza del
Dios Lug, cuya característica era que aquél o aquella que la empuñaba no era
vencido en combate alguno.
Hay una segunda Lanza de Longinos, hoy en el Vaticano, regalo
del sultán Bayacyd II de Constantinopla al papa Inocencio VIII, y que se
conserva en San Pedro.
Otra interesante reliquia de la pasión de Cristo es el “Titulus
Crucis”, la tablilla que se colocó en la Cruz, por orden de Pilatos, y que está
conservada en la basílica romana de la Santa Cruz; es un trozo de madera
rectangular de 25 por 14 centímetros, de 2,6 centímetros de grosor y de un peso
de 687 gramos, en la que, en griego, latín y arameo, se lee “Iesus Nazarenus
Rex Iudeorum” (INRI).
Para terminar, como
siempre, os adjunto un archivo musical, en esta ocasión el “Ave Verum Corpus” de
Mozart, cantado por Andrea Bocelli en el funeral de Pavarotti, en la que se
habla de la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo con estos
versos
Se dice, coloquialmente, que Asturias es la Suiza española, por sus verdes valles, por sus montañas nevadas y por su grandioso y sobrecogedor paisaje, pero hay más relación que la puramente física entre el Reino del Norte de España y el pais centroeuropeo de los Cantones.
El dialecto castellano que se habla por tierras del Reino, hoy Principado, de Asturias y que en su conjunto, con sus peculiaridades domésticas o localistas, se conoce genéricamente como “bable”, tiene sus raíces hundidas en el pasado más remoto de nuestra historia.
Según los investigadores, las primeras aproximaciones a lo que, siglos después, sería esta forma peculiar del habla de los asturianos, se encuentra en algunos documentos medievales, en los que ya se establecen diferencias entre los escritos en latín culto propio de los monasterios y en latín vulgar, con notables influencias autóctonas, celtíberas y visigodas, que sería el origen de las lenguas “romance” y muy concretamente del Castellano.
Una peculiaridad asturiana citada por los investigadores es la distinción entre domus, término latino, y el término casa, de origen visigodo, y que ya en documentos de los siglos X y XI se utilizan con pleno sentido para designar, respectivamente, la vivienda principal, centro de una unidad de propiedad y explotación (domus-latin), y las simples dependencias y viviendas de los siervos de estos primitivos señoríos territoriales (casas-visigodo).
La distinción se aprecia ya en un documento de 1024, en el que la infanta Cristina entrega la villa de Cornellana « cum domibus, edificiis, cassas… », y se hace más evidente en 1054, cuando el presbítero Martino dona al monasterio San Vicente la villa de Rozas, « hec domus cum omnia edificia sua, kasas, orreis, abutezis cum suas cupas, torcularia et omnia undensilia domorum ».
Este documento es también interesante por contener una de las primeras, sino la primera, referencia escrita a los hórreos (orreis).
En fin, ya desde el siglo X aparecen en la documentación asturiana otras expresiones que han caracterizado históricamente el hábitat y las unidades de explotación de la tierra en la región, aunque habrá que esperar a documentos del siglo XII para que aparezcan los caseros, arrendadores de una explotación agraria, y la propia célula de explotación pase a ser identificada como “casería” o “quintana”.
Existen, por lo demás, otras circunstancias interesantes para seguirle la pista a las influencias celtas/visigodas de la lengua asturiana.
Así, las similitudes toponímicas existentes entre Asturias y la zona de los Alpes suizos, en donde encontramos asentada a la tribu de los “ESTURES” entre los ríos Tinee y Tanaro, que nos hace recordar el propio nombre dado a los “ASTURES” prerromanos y a los toponímicos asturianos Tineo y Tarna. Lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que según los historiadores los “astures” proceden de la zona geográfica centroeuropea de “Estiria”.
Otras similitudes toponímicas entre ambas zonas son las siguientes:
Lozana-Lausanne;
Libardón-Yverdon;
Sevares-Siviriez;
Arnicio-Arnés;
Pendás-Penthaz;
Zardón-Chardonne;
Bobia-Vevey;
Ercina-Orzens;
Melendreras-Mollendruz;
Bulnes-Baulmes;
San Román-Saint Romont;
Cabranes-Chavornay.
Por no citar la antigua ciudad astur de Noega (en la Campa de Torres, próximo a Gijón) que nos recuerda a la Noecium belga.
Pese a nuestras peculiaridades lingüísticas y culturales, los asturianos nunca hemos tenido otras veleidades nacionalistas más que las españolas, pues no en balde uno de nuestros dichos preferidos es que “Asturias es España y lo demás terreno conquistado a los moros”.
Posiblemente ello encuentre su explicación en el hecho de que la reconquista se inició en Asturias desde una concepción visigótica de “España”, a la que se refiere San Isidoro en su “Cronicae Visigotorum”
“De todas las tierras, cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos.; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia... Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romúlea, después el florentísimo pueblo godo, tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio"
Todas estas palabras de San Isidoro, escritas hacia el año 630, suponen el primer texto de un protonacionalismo ideológico en el seno de la cultura occidental.
El nuevo ideal nacional, que reflejan los textos del Santo visigodo sevillano, se concreta en un territorio, la Península Hispánica y en un pueblo, los Godos, hasta identificar en su conjunción una Patria diferenciada de todos, España.
Y son precisamente aquellos hispano-godos los que más tarde, refugiados en territorio cántabro-astur ante el avance musulmán, mantendrán la conciencia de una «Hispania por restaurar», conciencia de la que carecerían por completo los pueblos autóctonos de aquellos valles norteños, antaño enfrentados tanto al poder unificador romano como al poder central visigodo toledano.
Y sobre la base de esa conciencia cristalizará la creación de un poder político nuevo, el reino astur-leonés, guiado por el claro objetivo de la recuperación de las tierras de Hispania sometidas a los invasores islámicos.
Sobre esos mimbres difícilmente pueden construirse teorías nacionalistas artificiales antiespañolas.
Y como siempre os traigo un nuevo video musical, y que menos que, hablando de Asturias, lo sea la "Marcha Real" interpretada por gaitas.
Ortega y Gasset, en su obra “La Rebelión de las masas” [i], justifica la desaparición de las élites sociales con estas palabras:
«La historia europea parece, por vez primera, entregada
a la decisión del hombre vulgar como tal. O dicho en voz activa: el
hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo. Esta
resolución de adelantarse al primer plano social se ha producido en él,
automáticamente, apenas llegó a madurar el nuevo tipo de hombre que Él representa.
Si atendiendo a los efectos de vida pública se estudia la estructura psicológica
de este nuevo tipo de hombre-masa, se encuentra lo siguiente:
1.º- Una impresión nativa y radical de
que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por lo tanto,
cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo
que,
2.º- le invita a afirmarse a sí mismo
tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual.
Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia
exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a
no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita
constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si sólo él y
sus congéneres existieran en el mundo; y por lo tanto,
3.º- intervendrá en todo imponiendo su
vulgar opinión sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas,
es decir, según un régimen de “acción directa y particular”»
Sería
así preciso replantearse cual deba ser el papel de las “elites” sociales e
intelectuales en el mundo contemporáneo habida cuenta del papel que ha asumido
el “hombre-masa”.
Desde
luego ya ha pasado el tiempo en que las declaraciones de los intelectuales o de
los dirigentes sociales, de las élites en definitiva, tenían el efecto
inmediato de crear opinión en la sociedad o de modelarla conforme a sus
formulaciones teóricas.
Una
de las razones por las que esas élites intelectuales no gozan ya del
predicamento social de antaño es su substitución por lo que podríamos definir
como “castas” sociales.
El
concepto tradicional de “élite” responde a la idea de “excelencia”.
En esta línea cabe la definición de élite elaborada por el sociólogo italiano
Vilfredo Pareto [ii] :
“Hay hombres con cualidades extraordinarias —más allá de la calidad
ética o la utilidad social de dichas cualidades— que se diferencian de la
mayoría de la población por la capacidad óptima que tienen en cada rama de la
actividad humana. Se puede formar una clase con aquellos que tienen las calificaciones
más elevadas en el ramo de su actividad, y a ésta le da el nombre de elite.”
Sin
embrago dudo que hoy en día subsista esa vinculación de los conceptos de élite
y excelencia.
O
al menos si existiese, no se trataría ya de excelencia cultural, científica o
ideológica, sino meramente práctica: la excelencia en los mecanismos de acceso
y mantenimiento en los resortes del poder en un proceso endogámico y
autoalimentado. Lo que podríamos llamar excelencia en la praxis política.
Efectivamente,
en nuestra sociedad la capacidad de “influencia” y de control del poder no
corresponde ya a grupos de excelencia cultural o intelectual cuyas opiniones se
consideren indiscutibles o al menos superiores, sino que las masas responden a
otros parámetros de conformación de su forma de pensar y de actuar.
Los
modelos de influencia social no son los intelectuales, no importa el
conocimiento o la cultura, sino que los referentes son los “triunfadores”
que alcanzan el reconocimiento social.
Tienen
así mayor capacidad de alterar los comportamientos de la sociedad, el joven
inculto, iletrado, pero triunfador en cualquier “reallity show” o
programa-concurso televisivo de gran audiencia, la estrella mediocre, de moda
transitoria, que brille en el firmamento retratado por las revistas de papel cuché,
cualquier figurante del mundo de la “cultureta mediática” tan en boga, o el más
inculto e iletrado de los políticos, con tal de que maneje adecuadamente los
resortes de aquella “praxis política”, por encima de cualquier profesor
universitario, pensador culto y profundo, o intelectual o ideólogo serio y
trabajador, a quienes la moda social imperante tachará de “aburridos”.
Y
eso se debe a que el destinatario de los menajes intelectuales es una mayoría
social invertebrada, carente de inquietudes culturales, masificada y mecanizada
en sus actos-respuestas.
Efectivamente
el problema no es de clases sociales.
Es
cierto que el proletariado, término que procede del latín “Proletarii” —concepto
que San Agustín utiliza en su “La Ciudad de Dios” [iii] y que aparece también en la
“Republica” de Cicerón [iv], para referirse a esa masa
miserable e inculta de ciudadanos que formaban la clase social más baja de la
antigua Roma a quien, por su incapacidad económica y cultural para asumir otras
funciones políticas, económicas o militares, correspondía el duro trabajo
físico y la multiplicación de la prole— no es ya, hoy en día, esa clase
miserable y paupérrima, sino que está formada precisamente por su prole
engendrada, urbanizada, autosatisfecha y pretenciosa, a la que el sistema
educativo, en muchos casos incluso universitario, ha dotado de “instrumentos”
de progresión laboral y económica, aunque no cultural, y por lo tanto carece de
inquietudes intelectuales.
Pero
lo mismo ocurre con las clases medias y altas de nuestra sociedad, quienes, en
teoría deberían considerarse de mayor nivel cultural-intelectual, pero que no
lo son.
Todas
estas clases sociales en que tradicionalmente se dividía la sociedad, están hoy
más preocupadas por garantizarse una situación económica desahogada, incluso
lujosa, que por el pensamiento, las ideas o el conocimiento, homogeneizándose
todas ellas en sus planteamientos vitales, de modo que nuestras sociedades
están formadas por individuos que, pese a su diferente capacidad económica,
responden a parámetros materialistas muy similares, conformando en definitiva
una única “clase”, la de los “ciudadanos”, que solo se diferencian entre ellos
por su dispar poder adquisitivo, no por sus planteamientos vitales.
Y
esta nueva mayoría sociológica “desclasada”, poseedora no de “cultura” sino de
“formación general básica”, como el sistema educativo en que se ha formado, no
precisa de “sabios” miembros de una élite intelectual que le abra las “puertas
de la sabiduría”, que le oriente a través del camino vital que debe transitar,
sino que los mensajes necesarios los percibe y los asimila desde otros canales,
esencialmente mediáticos.
Todo
lo cual conecta, haciéndolo más universal, con el concepto orteguiano de
“rebelión de las masas” y de desprecio a “los mejores”, a quienes se da la
espalda.
Algunos
autores consideran que nos encontraríamos así ante una expresión críticamente
al límite de lo que el italiano Vilfredo Pareto vino en denominar “circulación
de las élites”, consecuencia, esencialmente, de la evolución de los
sentimientos colectivos de la población, que suele darse bajo la forma de ondas
o ciclos.
Esos
ciclos serían tendencias cambiantes de gran amplitud —sentimientos de fe o
desconfianza, de optimismo o pesimismo— que hacen que la gente acepte los
argumentos y acciones que están de acuerdo con la tendencia y rechace los
contrarios, determinando así la nueva élite que se constituiría en grupo social
dirigente, que no responde ya al concepto de excelencia propio de las élites
clásicas, sino al de “castas” o grupos sociales cerrados que asumen el
rol de dirigentes de la sociedad con independencia de su poso cultural,
ideológico o intelectual.
Y
así, en atención al último “ciclo” de tendencias sociales las “elites” han sido
substituidas por lo que realmente son “castas”, concepto que significa su
carácter precisamente no “elitista”, no “excelente”, pues lo que sí es cierto
es que la sociedad precisa de esos grupos dirigentes que asuman el poder
director de la propia sociedad —a través de los procedimientos
político-sociológicos imperantes en cada sociedad, ya democráticos ya
despóticos—.
El
problema radica en saber cuáles son los sentimientos, las tendencias que, en cada
momento, dan lugar a la aparición de una clase dirigente en forma de
“casta”, de élite social vacía de contenido cultural, pero conectada con aquellos
sentimientos o tendencias sociales.
Y
más aún, es preciso determinar cuál ha de ser el papel de aquellas élites
culturalmente excelentes, que, pese a serlo, no juegan ya el papel de grupo
dirigente, ni tan siquiera referente, de la sociedad.
Lamentablemente,
si llegamos al convencimiento de que el hombre moderno, la mayoría social, se
acomoda en su comportamiento y en sus ambiciones a la mera satisfacción de sus
necesidades personales, desde las más elementales —alimentación, vestido, vivienda
y salud— a las más elaboradas —confort, servicios, mejora de las condiciones de
trabajo, etc…— (lo que se traduce en la llamada “sociedad del bienestar”),
completada por su “necesidad de divertirse”, habremos de llegar
necesariamente a la conclusión de que el quehacer cultural, ideológico o
intelectual viene a ocupar un papel secundario —casi residual— en las
sociedades contemporáneas, salvo que identifiquemos el concepto de “cultura”
con el conjunto de mecanismos creados por las sociedades desarrolladas para
satisfacer aquella necesidad de vivir y divertirse a que nos hemos referido.
Volviendo
al sociólogo italiano Vilfredo Pareto, y a su discípulo y recensor Georges
Bousquet, nos encontramos con que la “circulación de las élites” sería un
fenómeno que se produce con independencia de la calidad moral o ética de las
cualidades que adornen a la élite (la casta) emergente.
El
propio Ortega y Gasset, en la obra ya citada, nos dice que no hay “moral” en la
sociedad contemporánea:
«Europa se ha quedado sin moral. No
es que el hombre-masa menosprecie una moral anticuada en beneficio de
otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste
precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna.
No creáis una palabra cuando oigáis a los jóvenes hablar de la “nueva
moral”.
Niego rotundamente que exista hoy en
ningún rincón del continente grupo alguno conformado por un nuevo “ethos”
que tenga visos de ser una moral.
Por esta razón, sería una ingenuidad
echar en cara al hombre de hoy su falta de moral. La imputación le traería
sin cuidado, o, más bien, le halagaría.
Si dejamos a un lado todos los grupos que significan
supervivencias del pasado —los cristianos, los idealistas, los viejos
liberales, etc.— no se hallaría entre todos los que representan la Época
actual uno solo cuya actitud ante la vida no se reduzca a ignorar toda obligación y sentirse —sin que él
mismo sospeche por qué— sujeto de ilimitados derechos.»
Lo
fundamental no es el conjunto de aquellas cualidades, cuya trascendencia social
era evidente en el s.XIX, sino la capacidad del grupo, de la “casta”, para
acceder y mantenerse en el poder.
Así, pese a que en el “Manifiesto Comunista” [v] se nos diga que:
“A
lo largo de la historia todos los movimientos sociales han sido, hasta el
presente, movimientos de minorías en beneficio de las minorías”
y que eso solo puede cambiar a través de la revolución del proletariado pues:
“El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en
interés de una mayoría inmensa”
lo cierto es que tal y como
escribe Bousquet, las luchas históricas entre patricios y plebeyos, senadores y
caballeros, jacobinos y aristócratas, proletarios y burgueses, etc…, no han sido
nada más que luchas entre minorías sociales —élites o castas— que se disputaban
el poder, por mucho que se trate de encontrar y admirar en sus conflictos la
lucha siempre renovada, nunca definitiva, de las masas contra los
privilegiados, pues, en definitiva la élite emergente procederá de la masa
oprimida y destruirá, para substituirla, a la élite preexistente, a los
antiguos privilegiados.
Como
dijera el propio Pareto:
“La
Historia es un gran cementerio de aristocracias”
Llegados
a este punto podemos distinguir, pues entre élites político-sociológicas,
participantes en la cotidiana lucha por el poder de la sociedad, con
independencia de la calidad de sus cualidades intelectuales, lo que hemos
venido en denominar “castas”, y élites culturales que responden al concepto de
“excelencia” intelectual, con independencia de que en ellas se den o no las
cualidades prácticas, las habilidades políticas, que permiten, a las primeras,
el acceso y mantenimiento en el poder.
Ambos
grupos sociales “privilegiados” cumplen diferente papel en las sociedades
contemporáneas.
Si
la cultura es, según el antropólogo francés Maurice
Godelier, "la parte ideal de lo real", la política podría ser
definida como “la parte práctica de lo real” [vi].
Así,
desde el punto de vista de la praxis política, la cualidad esencial del hombre
es la de ser capaz de contar con los instrumentos, las habilidades, que le
permitan acceder al poder y utilizarlo para el cumplimiento de sus fines.
Por
el contrario, el hombre espiritual, el intelectual, parte de considerar que la
característica esencial del hombre sería la de su capacidad de poder tender a
la racionalidad, más que el hecho mismo de ser racional, y participar, desde
esa premisa, en la elaboración de las formulaciones teóricas que permitan
explicar el mundo, la sociedad, sus realidades y sus proyecciones, anticipando
la solución de sus problemas y anticipando también su destino, por el mero
placer de encontrar respuesta a las preguntas que vienen atormentando al “alma”
humana desde que el hombre es tal y responde, en su vida al aforismo
agustiniano:
“Primum
vívere, deinde filosofare”
“Primero vivir, después filosofar”
y por lo tanto su inestimable
papel, minoritario pero imprescindible, habrá de ser el de continuar
respondiendo a la:
“inquietud
derivada de ver desvanecerse ese afán gracias al cual los hombres son y no sólo
están en el mundo; ese ansia por la que expresan toda su dicha y su angustia,
todo su júbilo y su desasosiego, toda su afirmación y su interrogación ante el
portento del que ninguna razón podrá nunca dar cuenta: el portento de ser, el
milagro de que hombres y cosas sean, existan: estén dotados de sentido y
significación”.
tal y como se expresa en el
“Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra”[vii] lanzado desde las
páginas de “el Cultural” de El Mundo por Ruiz Portella.
En
definitiva, abrir las puertas del conocimiento, acceder al espacio cerrado de
lo desconocido y por conocer, en un intento de enriquecer el propio yo, el
propio espíritu, y al mismo tiempo tratar de facilitar a los demás los
instrumentos de tal enriquecimiento.
La
tarea es grandiosa, y digna de todo respeto y devoción, aunque en nuestra “des
espiritualizada” sociedad occidental contemporánea pueda parecer fútil.
Y como siempre os traigo una nueva pieza Musical. Hoy la obertura de “El Ocaso de los Dioses” de Richard Wagner interpretada por la Filarmónica de Nueva York dirigida por Zubin Mehta.
El
pasado mes de octubre publiqué, en el diario EL DEBATE, un artículo titulado
“SUPREMACISMO ISLÁMICO” que puede leerse pinchando en su título resaltado.
Hoy
ese SUPREMACISMO ha alcanzado la categoría de “BARBARIE” en Francia, nuestro
país vecino.
La
realidad es tozuda y desmonta con los hechos los mantras del
“multiculturalismo” que los políticos de la UE han venido fomentando y
amparando durante los últimos años en línea con la Agenda 2030 y las consignas
del Foro de Davos y sus organizadores del Foro Económico Mundial (EWF) dirigidos
por el peligroso fanático Klaus Schwab.
La
violencia desatada en Francia por consecuencia de la muerte de un delincuente
argelino de 17 años que se saltó un control policial en un vehículo robado que
conducía sin carnet, demuestra la falacia de las bondades de la inmigración
descontrolada, y de la impunidad con que el Islam campa a su aire en los países
europeos, pero, lo que es más grave, demuestra la incapacidad de sus
gobernantes de controlar los excesos del SUPREMACISMO que ya entonces denunciábamos.
La
política de promoción de la inmigración, capitaneada por la canciller alemana Merkel y seguida
por la UE —como un elemento sustancial de la Agenda 2030— además de un error,
es una total falacia contradictoria, pues mientras se fomentan los derechos de
minorías sociales como las LGTBI o los derechos de las mujeres, se abona la
colonización europea por parte de los musulmanes que no respetan o incluso persiguen
a sangre y fuego aquellos derechos, "ejecutando" a los homosexuales y manteniendo a la mujer discriminada y
sometida al hombre conforme a las enseñanzas del Corán.
Ya
Ben Bela advirtió que Europa sería colonizada por los musulmanes a través del
vientre de sus mujeres, mientras que Hassan II Rey de Marruecos, en entrevista
concedida a la TV F1 en 1992 avisó que los marroquíes nunca serían verdaderos
franceses pues la integración de culturas tan dispares como la cristiana
europea y la musulmana africana era “imposible”.
Y
hoy vemos los resultados de esas predicciones, pues europeos de tercera
generación, descendientes de inmigrantes, y de fe musulmana, son los que están
incendiando Francia, creando Guetos y zonas “No Go” y violentando la paz
social con su intransigencia dogmática ultra religiosa en numerosos países
europeos.
Toda
esta situación está fomentando el auge de movimientos políticos de derecha
nacionalista en varios países de Europa, como Holanda, Italia, Grecia, Suecia, Finlandia, Irlanda, Polonia, Hungría, Chequia, Letonia, Lituania, o Croacia, y es muy posible que los tories ingleses giren hacia posiciones más
nacionalistas y conservadoras y que en España gane la derecha las próximas
elecciones del 23 de este mes de julio.
Pero
el buenismo woke de la izquierda europea es incapaz de ver y combatir el
problema.
Ya
el académico francés Gilles Kepel, politólogo especialista en el Islam, temía y
adelantaba la proximidad de una guerra civil en Europa, pues un número cada vez mayor de jóvenes
musulmanes, hijos y nietos de inmigrantes, con pocas perspectivas de empleo, están conformando lo que él llama
la «generación Yihad», cuyo objetivo es «destruir la sociedad europea
occidental y democrática a través de una guerra civil para construir una
sociedad islámica sobre sus cenizas".
Durante
el Gobierno de Aznar se procuró fomentar la inmigración desde países
hispanoamericanos, ya que su población era más integrable que la musulmana, por
ser de cultura hispana, mayoritariamente cristiana e hispanohablante, pero ese
deseo fue abandonado en beneficio de las políticas pro islámicas
socialcomunistas de los gobiernos sanchistas.
Ello
me lleva a recordar las palabras de la intelectual exiliada rusa Nadiezda
Mandelstam:
«La atracción de los comunistas por
el Islam no es casual. El determinismo, la disolución del individuo en la
sagrada militancia, el orden que aplasta al individuo. Todo eso les atrae más
que la doctrina cristiana del libre albedrío y el valor de la personalidad
humana».
Y
esa incontrolada inmigración de musulmanes ha estado siendo favorecida, por el
socialcomunismo, con subsidios, ayudas económicas, sanidad y educación
gratuitos, impunidad en la okupación, ocultación de identidad en las
violaciones y otros delitos cometidos, etc.
El tema no deja de ser delicado, en cuanto afecta a lo
que la izquierda engloba demagógicamente dentro de los “Derechos Fundamentales”
en el capítulo de la islamofobia y la xenofobia, pero creo que es imprescindible denunciar
la situación existente, los riesgos —hoy en día ya violencia desatada— de la
política migratoria de la UE inspirada en la Agenda 2030 multiculturalista, y la
necesidad de defender nuestra cultura europea, basada en la libertad, los
derechos de los ciudadanos y la aconfesionalidad de las instituciones, sin
renunciar a sus raíces cristianas frente al inadmisible SUPREMACISMO ISLÁMICO.
Y para concluir, os traigo un nuevo video musical, conforme a mi costumbre.
Hoy el "Himno al Apóstol Santiago", cantado durante la visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela, mientras se balanceaba el "Botafumeiro"