“Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño: soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia. Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho».Génesis 28, 10-15
y viajó huyendo de su
enfurecido hermano Esaú, a quien había suplantado para recibir la bendición
paterna que correspondía a la primogenitura que el propio Esaú se había dejado
arrebatar por su hermano por un plato de lentejas.
Se trata de un símbolo que en la
interpretación judía representaría el exilio del pueblo de Israel antes de la
llegada del Mesías, y que en no pocas exégesis se identifica con el Monte
Moria, lugar señalado para el sacrificio de Isaac y en el que, en su día, se
levantaría el templo de Jerusalén.
En la teología cristiana es una invitación al
recogimiento y a la meditación sobre el cumplimiento de las profecías en el
Mesías:
En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre
Evangelio de San Juan 1, 51
Es importante el detalle de afirmar que el
lugar en que el Templo fue construido por Salomón es justo el mismo lugar donde
Jacob soñó con una escalera por la que se ascendía al cielo.
Este lugar, según una tradición cabalística,
sería la primera de una serie de puertas por las que Satanás podría acceder a la
Tierra, y el templo actuaría como su cerradura y sello.
Sabéis que siempre me ha interesado
filosóficamente el destino del hombre después de su muerte.
Siempre he enfocado esta cuestión desde la
perspectiva del creyente y, por lo tanto, desde la consideración de que existe
otra vida, espiritual o tal vez místicamente plena, en cuerpo y alma, después
de que fallezcamos.
Este tema lo he tratado ya en varios POST,
dentro de este blog.
Pero siempre aparecen, tras otras lecturas y
reflexiones, nuevas ideas, nuevas consideraciones, que quiero compartir con mis
lectores, en este caso la infinitud, la eternidad y el tiempo.
Y el porqué de este interés por el destino del hombre tras su muerte se refleja. Magistralmente, en estas líneas de Chateaubriand:
“Aun cuando lleguéis al colmo de vuestros deseos, aun cuando gocéis de todos vuestros placeres, y os veáis reyes, emperadores y dueños de toda la tierra, un momento después borrará la muerte todas estas nadas con la nada vuestra.” [i]
Podemos
leer en Nietzsche: «... nada hay tan terrible como lo infinito» [ii],
afirmación que, en lo temporal sería verdad si el infinito implicase contemplar
un futuro inacabable, inabarcable por su enormidad, tedioso por su extensión inconmensurable.
Friedrich Nietzsche no solo plantea la infinitud como un castigo insoportable
para el hombre, sino que la vincula al concepto de “eterno retorno” [iii] concepto que se plantea como un infinita repetición de la propia vida y no sólo
son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos,
sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable.
Pero el “eterno retorno”, el infinito nitzscheano,
no es real cuando ese infinito se presenta en una dimensión espiritual y divina
que se sitúa fuera del tiempo, convirtiendo lo eterno en un permanente “ahora
mismo” siempre diferente y gozoso.
Así
nos lo adelanta el evangelio de Juan (14,1-6):
“En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón;
creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando
vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo,
estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»”
Y San Agustín escribió que el tiempo existe solo dentro del universo creado, de manera que Dios existirá fuera del tiempo, ya que para Dios no existe pasado ni futuro, sino únicamente un eterno presente que se podría llamar el presente continuo. Y explica que el tiempo brota de la eternidad de Dios y comienza con la creación del mundo. [iv]
Pero como las cosas creadas cambian, éste cambio, Según San Agustín, es lo que entraña el tiempo [v].
Aunque prefiero el concepto de tiempo de Spinoza quien nos dice que:
“El tiempo no es sino un simple modo de pensar que sirve para explicar la duración"
Así podemos afirmar que Dios es eterno y que para Él y en Él no hay tiempo.
Y concluyamos con la pieza “Vivat, vivat in aeternum”
compuesta por Abbé Roze, para la
Coronación de Napoleón.
© 2023 Jesús Fernández-Miranda y Lozana
Es un placer poder leer un artículo tan interesante como este acerca de “Lo infinito y lo eterno” y no dar vueltas siempre sobre lo mismo: política, política y más política. Por fin alguien escribe algo poco habitual y tan profundo. Todo lo que nos rodea es finito, tan sólo debería de importarnos un poco más lo eterno, o por lo menos intentar averiguar algo sobre el tema. Aquí tenemos una buena muestra y una excelente guía para adentrarnos en otras lecturas mucho más interesantes. Os lo recomiendo porque produce mucha paz y después de todo la vida es demasiado corta…..
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Si "bucea" Vd. En los posts anteriores podrá comprobar que procuro hablar de otros muchos temas además de la política, y muy especialmente asuntos filosóficos y teológicos.
EliminarGracias otra vez