Los derechos colectivos no son derechos humanos sino intereses de grupo
Un fantasma pernicioso deambula por las naciones
occidentales y golpea con la furia de la “Guerra Santa” a sus ciudadanos y sus
instituciones, mientras que nuestros políticos y periodistas miran para otro
lado en tributo a la religión de la “corrección política.
Se trata de el abrumador triunfo de los “DERECHOS
COLECTIVOS”
Y quiero advertir a mis lectores que esta reflexión es larga, pues el tema tratado es importante. Espero no aburriros.
Se entiende por “Derechos Colectivos” los derechos
cuyo sujeto no es un individuo ─como es el caso de los derechos individuales─,
sino un conjunto, colectivo o grupo social.
Mediante esos derechos se pretende proteger los
intereses e incluso la identidad de tales colectivos.
El asunto de los derechos colectivos es muy
controvertido, particularmente cuando los derechos colectivos entran en
conflicto con los derechos individuales.
Como en toda clase de derechos, el debate se centra
en tres aspectos:
1.- Determinar si realmente existen esos derechos
colectivos.
2.- Si se acepta su existencia ¿Cuáles son?
3.- Determinar, si se acepta su existencia, como
juegan en su interrelación con los derechos individuales.
Todas estas cuestiones, aunque en orden aleatorio o
implícitamente, se tratan en estas líneas.
Los modernos autores marxistas nos permiten afirmar
que, desde un punto de vista estrictamente teórico, los derechos colectivos
tienen su raíz en la consideración marxista de que su materialismo y el
colectivismo de la síntesis marxista, no dejarían lugar para la formulación de
lo que, desde la consideración occidental se llaman habitualmente «Derechos Humanos».
Si acudimos a los escritos de Marx, podemos
contemplar cómo, desde épocas muy tempranas, critica lo que hoy conocemos como
derechos humanos y que el refiere a la declaración revolucionaria francesa de
los derechos del hombre y del ciudadano ─no olvidemos que La “Declaración
Universal de Derechos Humanos” se formula en la ONU en 1948, mucho más tarde de
la muerte de Marx─, y respecto de tales derechos ya nos dice en «La Cuestión
Judía», inserto en el primer y único número de los «Anales Franco Alemanes»,
publicados por él en París en 1843, que:
«…comprobamos ante todo el hecho de que los
llamados derechos del hombre son los derechos del miembro de la sociedad civil,
es decir, del hombre egoísta, del hombre separado de los demás hombres y de la
comunidad»
para
afirmar, más adelante que:
«Ninguno de los llamados derechos del hombre
sobrepasa, pues, al hombre egoísta, al hombre tal como es, miembro de la
sociedad civil, al individuo cerrado en sí mismo, reducido a su interés privado
y a su arbitrio particular, separado de la comunidad. Lejos de considerarse al
hombre un ser social —continúa— la propia vida social, la sociedad, aparece más
bien como un cuadro exterior al individuo, como una limitación de su autonomía
originaria.»
párrafos
en donde vemos ya la formulación “social” del concepto del “hombre” que
posteriormente formularía en “El Capital”, pues Marx considera que el hombre no
es una realidad unipersonal y autónoma, sino que para Marx el hombre es ante
todo el conjunto de sus relaciones sociales, y concretamente nos dice:
«La esencia humana no es algo abstracto inherente a
cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales.»
Concepción que nos marca el camino a la negación de
los derechos individuales y nos acerca al concepto de “derechos colectivos”.
Esta idea la recoge Gianfranco Morra, sociólogo y
ensayista católico italiano, quien escribió:
«para Marx, el verdadero hombre es el social, el
hombre colectivo; para él, hablar de la «dignidad de la persona humana» es un
juego de palabras, como ha hecho la revolución burguesa con la «Declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano». En realidad, para el marxismo, el
hombre y el ciudadano existen solamente cuando cesa el dualismo entre vida
privada y vida social. El hombre individual, según esta doctrina, debe ser integrado en el hombre social: sólo
entonces la emancipación será un hecho real y la religión, ese juego interior,
no tendrá ya sentido»
Por su parte Mounier, fundador de la corriente
filosófica “Personalista” afirma:
«La laguna esencial del marxismo es haber
desconocido la realidad íntima del hombre, la de su vida personal.»
Finalmente, Benedicto XVI expone que:
«El marxismo parte de la idea de que la libertad es
algo indivisible y subsiste por tanto, como tal, sólo si es la libertad de
todos. La libertad está unida a la igualdad: para que haya libertad, hay que
establecer ante todo la igualdad. Lo que significa que para el objetivo de una
plena libertad son necesarias ciertas renuncias a la libertad. La solidaridad
de los que combaten por la libertad común, de todos, precede la realización de
la libertad individual.»
En definitiva, en Marx prevalece la idea de la
postergación de la libertad del individuo en aras de lograr la igualdad de
todos los miembros de la Sociedad, lo que lleva, a la postre, a una libertad
limitada del individuo, pues sobre la libertad individual ha de prevalecer la
igualdad de los miembros comunidad y sobre sus derechos individuales como
persona los derechos de la Colectividad.
Llegamos, así pues, a la consideración indiscutible
de que los llamados Derechos humanos de tercera generación, o “derechos
colectivos”, nacen y se fundamentan en la concepción sociológica marxista de
los derechos humanos, que niegan su individualidad y solo aceptan su existencia
en tanto que tales derechos sean “colectivos”.
Pues bien, lo asombroso de esta cuestión es que tales derechos colectivos han sido abrazados con entusiasmo no solo por la izquierda marxista ─Socialdemócratas, Socialistas y Comunistas─, sino que también lo ha sido por Partidos que pretenden autodefinirse de derecha o centro derecha, y ello porque esa política responde al principio de lo “políticamente correcto”.
Lo cierto es que tales “derechos colectivos” no son sino
privilegios en perjuicio de las mayorías, y en beneficio de las minorías que lo
sean por razón de nacionalidad, real o pretendida, raza, sexo, pensamiento
político, religión, circunstancias económicas o familiares, etc.
Así, en los últimos decenios hemos visto como se ha
penalizado a los movimientos “provida”, con la disculpa de que se perjudican
los derechos de las minorías proabortistas.
Hemos visto cómo se penaliza el cristianismo a
costa del Supremacismo islámico, mediante la penalización de la “Islamofobia” y
la censura de las posiciones cristianas por “ultraconservadoras”.
Hemos visto cómo se penaliza la heterosexualidad
con la condena del inventado heteropatriarcado y la subvención y fomento de los
movimientos LGTBI, hasta el punto de la censura de la libertad de expresión de
quienes se oponen a los privilegios de estas minorías sexuales, o la imposición
de la educación infantil en la “ideología de género”, que defiende que las
diferencias entre el hombre y la mujer, a pesar de las obvias diferencias
anatómicas y fisiológicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son
unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los
roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos, y que por lo tanto
lo importante no es lo que cada cual sea biológicamente sino psicológicamente.
Hemos visto cómo, en España, la Ley de Memoria
Histórica se utiliza para reinventar la Historia, reescribiendo la “Victoria
Moral” de los vencidos en la guerra civil 1934-1939 y elevando a la categoría
de héroes a asesinos y pandilleros comunistas frentepopulistas y golpistas,
tratando de vender como verdad la mentira de que la II República fue un ejemplo
de Democracia, y olvidando injustificadamente, que en una guerra civil los
abusos y la violencia se ejerce, siempre y desgraciadamente, desde las dos
partes contendientes.
Hemos visto como los fondos destinados al injusto
sistema del PER andaluz han sido desviados a sindicatos y partidos y a sus
dirigentes, sin que haya existido una acción contundente de la Justicia, y
cuando la ha habido se juega desde la izquierda con el indulto a los penados
por estas fechorías.
Hemos vivido la politización de la Justicia, en
beneficio esencialmente de la izquierda, sin que se haya reaccionado
contundentemente frente a ella.
Hemos visto como la Nación española se desintegra
en beneficio de los Reinos de Taifas en los que se han convertido la
Autonomías, que además han quintuplicado el gasto público en los últimos 30
años.
Hemos visto ¡¡tantas cosas!! que, al final, las
mayorías silenciosas han empezado a decir ¡Basta!
Y toda esta acumulación de agresiones formuladas
desde la “corrección política” no hacen sino establecer mecanismos de censura y
sanción al discrepante, como nos dice Armando Pego:
«Es una pretensión tiránica intentar relegar al
ámbito privado la disconformidad de los ciudadanos por razones morales y/o
religiosas con esa usurpación de facto ─del derecho a la discrepancia─.
obligándoles a un asentimiento público por acción u omisión. Y lo es sobre todo
en una época cuya ideología dominante ─la corrección política y el conjunto de
los derechos colectivos─ está tejiendo un entramado legal que intenta imponer
la "transparencia" -¿cómo cumplimiento del ideal ilustrado?- hasta en
la intimidad del hogar, que se quiere identificar, de manera gnóstica, como un
ámbito de oscuridad y de freno al progreso.»
Y finalmente, si llegamos a la conclusión de que
son una mera construcción ideológica izquierdista, la respuesta a la pregunta
de cómo funcionan frete a los “derechos humanos Individuales” es evidente:
Mi conclusión es que “Los pretendidos “derechos
humanos colectivos” nunca pueden prevalecer sobre los “Derechos Humanos
Individuales”, realidad que la progresía dogmática intolerante de la “izquierda
progresista” niega, pues es un freno a sus privilegios, que se concretan,
esencialmente, en predominio social y subvenciones.
El problema es que de momento las mayorías dicen
¡Basta! con la boca pequeña, pero puede llegar un día que lo digan de tal modo
que, en España, se pueda llegar a producir algún fenómeno tan inesperado como
la victoria electoral de Trump, el Brexit o la amenaza de crecimientos
importantes en partidos de la extrema derecha en diversos países europeos, como
acaba de ocurrir en Italia.
Pero el stablishment parece ciego y sordo, y continuará, por desgracia, en la senda que ellos consideran que les perpetuará en el poder, que no es otra que el uso de la corrección política como una reedición del despotismo ilustrado del s. XVIII, consistente en decirle al pueblo, a la gente, como debe comportarse, como debe pensar y lo que debe censurar.
Y no porque lo que les digan busque su bienestar, sino porque
facilita su perpetuación en el poder, sin tener en cuenta que la corrección
política, articulada como esa reedición del despotismo ilustrado, es
incompatible con la democracia, con la sociedad abierta, porque niega la
libertad de pensamiento, expresión y debate, dando lugar a un nuevo puritanismo
que se escandaliza con un inocente retrato dieciochesco, una suerte de religión
laica al estilo de lo planteado por
Rousseau, en su “Contrato Social” publicado en 1762, que establece como ideal
del jacobinismo la imposición por el Estado de un credo laico: una profesión de
fe civil, cuya definición corresponde al Soberano, que hoy son los políticos y
los medios de comunicación, fijando las reglas, no como dogmas de religión,
sino como sentimientos de sociabilidad, sin las cuales es imposible ser buen
ciudadano; religión laica concretada en un conjunto de prohibiciones, códigos y
tabúes lingüísticos, cuya excusa es que sólo prohíbe lo que pudiera resultar
ofensivo para las “víctimas” sin tener en cuenta que la ofensa suele ser
subjetiva, que no se encuentra en el emisor sino en el receptor y que por ello,
la frontera entre lo permitido y lo prohibido es arbitraria y, demasiadas
veces, interesada.
Y, al mismo tiempo, muestra una exquisitez tan
extrema y exagerada con otros, que prohíbe muchas expresiones que ni por asomo
tienen ánimo de injuriar
En España, la expansión de esa corrección fue
primero consentida, y después alentada, por las élites, porque políticos y
burócratas cayeron en la cuenta de que podían utilizarla en su favor.
Clasificar a la sociedad en rebaños dificulta el
control sobre los gobernantes.
Además, políticos y partidos podían suplir su mala gestión y ganar notoriedad sumándose a las nuevas “causas sociales”, incluso llegando a ser sus ideólogos.
Y por último, la súbita eclosión de
“discriminaciones” justificaba una ingeniería social que, como es lógico, lleva
aparejada más poder y más gasto.
Claro que… una cosa es resolver problemas y otra
muy distinta favorecer a unos cuantos grupos de activistas bien organizados.
Con demasiada frecuencia, las nuevas medidas no
sólo agravan los problemas, sino que crean otros nuevos.
Y la solución, cómo no, es la creación de más
organismos, más observatorios, más burocracia, más presupuesto…
Pero juzgar a los individuos por el colectivo al
que pertenecen, y no por sus hechos y cualidades personales, desemboca
finalmente en aquello que la corrección política dice combatir: la injusta
discriminación.
Error sobre error, la ingeniería social no cambia
la naturaleza humana, no puede erradicar la maldad, mucho menos construir un
mundo feliz.
Más bien suele conseguir lo contrario.
De hecho, la corrección política, como herramienta
de transformación social, se ha convertido en un factor determinante de la
alarmante polarización política que hoy aflora en muchos países.
Convierte a
muchas personas en personajes dogmáticos, quejumbrosos y neuróticos, que en
todas partes ven agresiones, conflictos, agravios contra su propio colectivo.
A un martillo todo le parecen clavos.
Aun sin saberlo, podemos estar convirtiendo el
mundo en un sufrido espejo de nuestros miedos y traumas personales. En esta
línea se revela Richard Dawkins, con quien no comparto su ateísmo militante,
pero que acierta al afirmar que:
«La Universidad no puede ser un “espacio seguro”.
El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga
el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes que se
ofenden por escuchar opiniones contrarias a las suyas quizá no estén preparados
para venir a la Universidad.»
Se que con este post voy a ganarme los adjetivos de
islamófobo, homófobo, incorrecto políticamente, intolerante y fascista.
Lo doy por descontado y lo asumo, pues
parafraseando a Thoreau:
«El único sitio decente para un hombre libre, en
una sociedad que persigue injustamente las libertades, es la cárcel»
Todas estas políticas, sobre las que reflexionamos,
responden al ideal Gramsciano de superación de la “Cultura Occidental” como vía
para su destrucción y posterior imposición de una Sociedad Marxista mediante la hegemonía social de sus postulados, en la que
sea posible la quimérica creación de la utopía del “Hombre Nuevo”
No olvidemos que, para Gramsci, teórico marxista
italiano idolatrado por los neocomunistas:
«Si la revolución brota de un hecho violento o de
una ocupación militar, siempre será superficial y precaria, y se mantendrá
asimismo en un estado violento. El hombre no es una unidad que se yuxtapone a
otras para convivir, sino un conjunto de interrelaciones activas y conscientes.
Todo hombre vive inmerso en una cultura que es organización mental, disciplina
del yo interior y conquista de una superior conciencia a través de una
autocrítica, que será motor del cambio. La vida humana es un entramado de
convicciones, sentimientos, emociones e ideas; es decir, creación histórica y
no naturaleza.»
Y, por lo tanto el gran objetivo del marxismo contemporáneo ha de ser, como lo fue en su primer experimento en el “Mayo del 68” ─el mayor éxito hasta la fecha de la penetración del marxismo en las sociedades occidentales─ la destrucción de la familia, de la religión, de los principios morales occidentales de raíz cristiana, que constituyen, en lenguaje gramsciano, el entramado de convicciones, sentimientos, emociones e ideas, que conforman el armazón de la sociedad occidental que debe ser destruida como paso previo a la implantación de una sociedad marxista.
Lo más lamentable es que es que todo esto se está
haciendo con la complicidad, o al menos con la obtusa idiocia del pasotismo de
algunos sectores definidos como “conservadores” o considerados “de derecha”,
como pueda ser el propio Partido Popular, trufados de corrección política de
sesgo socialdemócrata.
No quiero concluir esta reflexión introductoria sin
una referencia a lo que está sucediendo actualmente en los países occidentales:
El crecimiento político de los movimientos “antistablishment”.
Efectivamente, los ciudadanos de los países
occidentales están decantando su voto hacia posiciones que, con carácter
siempre despectivo, el stablishment izquierdista socialdemócrata que nos viene
gobernando por décadas, define como “POPULISTAS” o de "ULTRADERECHA" y ello, a mi juicio, no es más
que una reacción de las “mayorías silenciosas” que se han visto flagrantemente
perjudicadas por las políticas en beneficio de las minorías étnicas, sexuales o
religiosas y han contemplado como su propio “bienestar” se ha reducido,
mientras el de esas minorías ha mejorado, pero no gracias a su esfuerzo, su
trabajo y su mérito, sino a través de multimillonarias subvenciones o subsidios
pagados con sus impuestos.
En cualquier caso, si somos optimistas, todavía nos
queda la reflexión de Popper:
«El marxismo solamente constituye un episodio más,
uno de los tantos errores cometidos por la humanidad en su permanente y
peligrosa lucha para construir un mundo mejor y más libre»
Veremos cómo evoluciona todo, y si Popper tenía
razón, pero la denuncia de la situación que hoy vivimos debe hacerse para
contribuir a la superación de la situación de acercamiento al apocalipsis
social.
Ante este panorama, recemos….
Veremos cuánto dura…
Pues, como dice su letra, llorar puede que acabe
siendo nuestro último refugio…
«Déjame llorar sobre
mi cruel destino
y déjame suspirar por
mi libertad.
Que el
dolor rompa
estas cadenas,
por mis tormentos,
sólo por piedad.»
© 2022
Jesús Fernández-Miranda y Lozana