A diferencia de Chateaubriand hablo frecuentemente de mis intereses, de mis emociones, de mis trabajos, de mis ideas, de mis afectos, de mis alegrías, de mis tristezas, sin pensar en el profundo tedio que el francés temía causar a los demás hablandoles de si mismo.
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martes, 12 de septiembre de 2023
VULGARIDAD Y EXCELENCIA - LUDIBRIA MORTIS
Este mortal despojo, oh caminante, triste horror en la muerte, en quien la araña hilos anuda y la conciencia engaña. Que ha romper lo sutil no fue bastante, coronado se vio, se vio triunfante. Con los trofeos de una y otra hazaña, favor su risa fue, terror su saña. Atento el orbe a su Real semblante, donde antes la soberbia dando leyes a la paz y a la guerra presidía, se prenden hoy los viles animales. ¿Qué os arrojáis, oh Príncipes oh Reyes, si en los ultrajes de la muerte fría comunes sois con los demás mortales?[i]
Hoy os traigo una "reflexión heteróclita" puramente filosófico teológica, que comprendo que pueda aburrir y superar la paciencia o el interés de más de uno de mis sufrientes lectores, pero entra de lleno en lo que para mi alma son profundas preocupaciones.
Cuán cierto es, como nos dice Saavedra Fajardo en el epílogo de su obra, que la muerte nos iguala a todos con sus ultrajes, pero ni tan siquiera ello es absoluta verdad, pues si somos Cristianos habremos de pensar que tras la muerte habrá quienes alcancen la gloria y quienes no.
Hablando de igualdad percibo que los movimientos filosóficos contemporáneos, reiteradamente y de distintas tendencias, establecen su “Utopía” en una Sociedad en la que la igualación de los ciudadanos sea la esencia de la convivencia y la paz.
Discrepo, no obstante de tal afirmación, venga de donde venga, pues siempre he sido más partidario de la defensa de la libertad individual que de la igualdad de los individuos.
He de reconocer que es loable que la cultura, ―aunque realmente se habla de “Cultura” para referirse al “Ocio”― sea extensible a todos, pero de ahí a obviar la necesidad de “élites” sociales, afirmar, casi, que cabe la “autogestión” de una Sociedad compuesta por un todo de “Individuos Excelentes” creo que hay un trecho importante.
Yo no soy un filósofo profesional, y como dijera Herman Hesse:
“No tengo ningún arma defensiva contra las inteligencias agudas ni contra la técnica intelectual súper ejercitada, y menos aún poseo armas para la réplica y el ataque. Pero tengo cierta intuición para saber si detrás de las palabras y escritos de un hombre hay alguna convicción. Con esta ingenua varita consigo superar mis encuentros con las filosofías de nuestro tiempo.” [ii]
Valgan pues estas primeras líneas para entonar un “mea culpa” un “Sí, he sido yo”, denunciando mi atrevimiento al plantear mis comentarios como lo que son: los que pudiera hacer cualquier discípulo ante los Maestros; como hicieran con Platón sus amigos en sus “Diálogos”.
Pues bien, centrémonos en el asunto que queremos tratar:
Hay, hoy en día, una corriente filosófica que ensalza el concepto de la VULGARIDAD, pero no en su sentido peyorativo sino como el entendimiento de que lo que antes se consideraba la excelencia de unos pocos, se ha convertido, por efecto de la sociedad democrática en que vivimos, en una exigencia de excelencia de todos.
Sólo es vulgarmente excelente, dentro de tal concepción, quien desde su posición individual dentro de la masa, es excelso por vocación propia; quien asume el concepto de humanidad y del yo consciente y desde él trata de cumplir su misión de hombre adulto y pleno dentro de la Sociedad y no como excepción sino como regla general.
Se trata pues de ensalzar la excelencia, pero no desde una posición elitista, sino como aspiración que ha de ser, de todos y para todos, un acicate de la existencia, conectando con la idea que ya aparece en las Odas de Horacio, cuando habla de la "Aurea Mediocritas" o "Mediocridad dorada", expresión con la que alaba la vida equilibrada y equidistante de cualquier posición extrema.
Sin embargo, si bien este planteamiento de la vulgaridad parece, desde el punto de vista semántico, literario y filosófico, un concepto novedoso, no es menos cierto que, a mi juicio, conecta con las teorías expuestas por Ortega y Gasset en su “Rebelión de las Masas” [iv], ya que, en definitiva, se reinterpreta la idea de que la generalidad de la ciudadanía ha abandonado la búsqueda de élites excelentes que la dirijan —porque ya no las hay— y busca en sí misma la dirección, el rumbo, la iniciativa de sus acciones y de la determinación de su futuro.
Y esa vulgaridad se pone en conexión con la idea de EJEMPLARIDAD, entendiendo que es, precisamente, la ejemplaridad de la excelencia vulgar en el comportamiento de cada uno de nosotros en sociedad, de nosotros todos, lo que constituye el vínculo de enaltecimiento del individuo en la Sociedad.
Sin embargo, ante esta formulación me surgen algunas dudas.
Así, según Weber:
“De forma inevitable y justificada el hijo del mundo cultural europeo moderno tratará los problemas de la historia universal a partir de la cuestión: ¿qué encadenamiento de circunstancias ha conducido a que justamente en Occidente y sólo aquí aparecieran fenómenos culturales que —al menos como nos gusta representárnoslos— se encontraban en una línea de desarrollo de significado y validez universales?”[v]
Lo que implica atribuir carácter universal al pensamiento occidental, lo que desde mi punto de vista es erróneo, pues ello implicaría que sólo sería válida la ejemplaridad occidental, —al menos como nos gusta representárnosla— y que no sería admisible la planteada por otras religiones y culturas como la Musulmana o la Budista.
Y es precisamente la existencia de supuestos tales, de esquemas éticos y de principios tan distintos de los occidentales, lo que me lleva a pensar que la ejemplaridad o el deseo de mejorar la vida de las generaciones futuras, (en un sentido puramente volteriano), son conceptos en sí mismos relativos, no universales, y que por tanto, la esencia del ser humano y de la cultura ha de ser buscada en otra parte, más que en la mera ejemplaridad dentro del contexto de la Sociedad Occidental.
No olvidemos tampoco, en esta línea de negar el carácter universal a los principios de la Sociedad Occidental, lo dicho por el muy controvertido Samuel Phillips Huntingtong, padre de la teoría del “Choque de Civilizaciones”, quien nos dice:
"Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no occidentales nunca lo olvidan."[ix].
No desdeño sin embargo, el papel fundamental que la ejemplaridad juega en nuestra Sociedad moderna y “vulgarizada”, incluso aunque su formulación me retrotraiga a los conceptos volterianos de idealización de la conducta humana, pues según Voltaire:
“La labor del hombre es tomar su destino en sus manos y mejorar su condición mediante la ciencia y la técnica, generar principios de convivencia fraternal y fructífera y embellecer su vida gracias a las artes.” [x]
En definitiva, me recuerda la concepción ilustrada y agnóstica conforme a la cual el comportamiento de los hombres en sociedad debe ser presidido por la aceptación de una exigencia de ejemplaridad general que viene impuesta por la asunción del concepto moderno del “yo”.
Llegados a este punto he de confesar que me pasa como a Baruch de Spinoza, quien afirma que:
“Los filósofos conciben a los hombres no como son, sino como ellos quisieren que fueran. De ahí que, las más de las veces, hayan escrito una sátira en vez de una ética, y que no hayan ideado jamás una política que pueda llevarse a la práctica, sino otra que o debería ser considerada como una quimera, o sólo podría ser instaurada en el país de Utopía o en el siglo dorado de los poetas, es decir, allí donde no haría falta alguna.”[xi]
No quiero ser irrespetuoso con quienes defienden estos conceptos de Vulgaridad y Excelencia, nada más lejos de mi intención, lo que digo es que su formulación filosófica encaja en la crítica de Spinoza, pues se analiza nuestra Sociedad no como lo que es, sino como gustaría que fuese, expresando esa fórmula del “Ideal” social que se añora, en la que todos los ciudadanos fuesen ciertamente excelentes, de modo que la excelencia llegase a vulgarizarse hasta el punto que el comportamiento de todos fuese ejemplar para los demás, y que ello implicase una sociedad democrática perfecta.
Por desgracia estamos muy lejos de esa perfección y me temo que en la Sociedad Occidental contemporánea, priman más las ideas “igualitaristas”, de corte marxista, que las propias del “Ideal de Excelencia vulgarizada” y ello, en gran medida porque el “Estado del Bienestar” que hemos vivido en los últimos años del s.XX y primeros del s.XXI, a rebufo de la ola del bienestar económico, ha producido el efecto ya descrito en su momento por Jean Jacques Rousseau:
“Un pueblo acostumbrado a la dependencia, al descanso y a las comodidades, consiente en que se incremente su servidumbre con tal de fortalecer su tranquilidad.”[xii]
Lo que en definitiva, unido al concepto del “Imperativo del temor gregario” de Nietzsche al que me he referido en un anterior post en mi Blog [xiii] acabaremos encontrándonos inmersos en una sociedad en la que el concepto de igualdad sería siempre el de “igualitarismo” socialista sobre lo que Thomas Jefferson, ya en 1781, advertía que un igualitarismo que vaya más allá del estricto de igualdad ante la ley, conduce al lecho de Procusto [xiv]:
“Como hay peligro de que los hombres grandes ganen a los pequeños hágase a todos del mismo tamaño, estirando a los segundos y cortando a los primeros. Reiterados intentos de establecer uniformidad —ideológica, material o de ambos tipos— han atormentado a incontables seres humanos desde el principio de los tiempos. El resultado ha sido hacer de una mitad del mundo estúpidos, y de la otra mitad hipócritas; apoyar la bellaquería y el error sobre toda la tierra”. [xv]
aproximándonos por otra parte a conceptos de raíz marxista que presidieron los movimientos revolucionarios de mayo del 68, en continuación de las tesis ultra racionales, cercanas al marxismo, del existencialismo.
Así, Marx define el carácter social, gregario y ejemplificador —mediante la “praxis”— del hombre en sociedad al afirmar:
“Es en la práctica donde el hombre debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento”.[xvi]
O atacando la tendencia a la mistificación del hombre “antiguo”:
"Todos los misterios que inducen a la teoría, al misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica”.[xvii]
Pues, no en balde, Marx reduce el ser individual del hombre a la sociedad:
“El hombre, en el sentido más literal, es un zoon politikón, no solamente un animal sociable, sino también un animal que no puede aislarse sino dentro de la sociedad"[xviii]
pensamiento que alcanza su “quintaesencia” en la afirmación marxista:
“La esencia humana [...] es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales"[xix]
Así pues el marxismo participa de la idea de que la plenitud del hombre moderno —para esta doctrina del “hombre nuevo”— solo es alcanzable en Sociedad, y a través de su igualdad con los demás, de su “socialización”.
El individualismo romántico ha de quedar, pues, proscrito, al igual que cualquier idea de trascendentalidad del individuo, que debe reconocerse terrenalmente finito.
Así pues, todos los ciudadanos somos en esencia iguales y no cabe admitir la existencia de minorías excelentes, pues sería tanto como aceptar la existencia de clases entre aquellos “hombres nuevos”, concepto incompatible con la “Utopía Igualitarista Comunista”.
Es precisamente esta excesiva socialización del ser humano, y la negación de su individualidad y especialmente de su trascendentalidad, armada por el marxismo sobre la primacía del concepto de igualdad de los individuos como prevalente sobre el de su libertad, lo que me ha llevado a proclamarme expresamente “anti marxista” tal y como he hecho en mi post “Porqué soy anti marxista” [xx]
En este punto y en relación con ese hiper racionalismo ateizante, voy a referirme tan solo a mis propias creencias y su fundamento.
Para empezar creo que es esencial partir de una realidad ya puesta de manifiesto por Platón:
“Se entra en la filosofía cuando se abandonan las creencias”
Y que Feuerbach formula en forma más agresiva al expresar:
“Yo supe lo que debía y quería hacer: “¡no teología, sino filosofía! ¡no desvariar, sino aprender! ¡no creer, sino pensar!”[xxi]
Y yo, vulgarmente, con una vulgaridad que pretendo “excelente”, quiero recorrer el camino inverso al de Platón o Feuerbach, centrándome en las creencias y abandonando, por tanto, la filosofía. Entrar pues en el terreno de las creencias teológicas. Creer como forma de pensar, pese a que el discípulo de Hegel manifieste la incompatibilidad de ambos conceptos.
Y no menospreciemos a la teología, pues su definición a estos efectos, contenida en la Encíclica “Fides et Ratio” de Juan Pablo II nos permite reconocer esta herramienta como:
“intellectus fidei, (es decir) como esfuerzo de la inteligencia creyente para tomar conciencia cada vez más plena de la verdad en la que cree y poder, en consecuencia, no sólo asumirla de forma cada vez más consciente y acabada, sino también, e inseparablemente, expresarla de forma cada vez más penetrante e interpeladora.”[xxii]
Durante los últimos trescientos años, la ciencia del pensamiento, la filosofía, se ha rendido al racionalismo.
Como en su momento dijera, ya en 1948, un joven Catedrático de 33 años de la Universidad de Oviedo, Torcuato Fernandez-Miranda
“La Historia no detiene jamás su curso; nuevas formas de vida emergen de la ruina de las caducas, a una creencia colectiva sucede otra, nuevas instituciones llenan el vacío de las que se desmoronan. Y no obstante, el hombre no cambia fácilmente. Las generaciones son infungibles. Quien pertenece a una generación, es ciego para el espíritu de que se nutren las que vienen detrás. El hombre es lo que es su creencia. Las viejas creencias perviven en los nuevos hombres. Las viejas formas de vida, vigentes con gran fuerza en los quince primeros años del siglo XX, han configurado poderosamente la vida de los hombres de hoy. Poco importa que la nueva realidad histórico/social, forjada en la entraña del devenir histórico del último siglo, haya roto las antiguas formas e instituciones y pugne por hacerse realidad confirmada; el hombre, aferrado aún a las formas mentales y de vida de la vieja creencia, ya muerta, sigue interpretándola con cuadros mentales incapaces de captarla. El viejo concepto liberal-democrático tiene sus raíces en toda una concepción de la vida: la racionalista.
El racionalismo no es sólo una actitud mental, es toda una posición ante la vida; de él emerge todo el modo de ser del hombre occidental moderno. La cosmovisión racionalista encuentra la fe en que la razón puede descubrir la verdad en todo. Verdad que, en cuanto tal, es para el racionalismo una verdad definitiva. El racionalismo cree poder hallar en todo su orden racional, definitivo, inmutable y permanente.
Los dos grandes dogmas del racionalismo son:
1.- Fe en los poderes de la razón. Firme creencia de que la razón puede poner su orden en todo y que para ella no hay conquista imposible.
2.- Fe en que toda conquista de la razón es definitiva, inmutable y permanente.
Es la creencia de que la realidad tiene su logos, su íntima estructura racional. De que hay un orden político/filosófico racional, esto es, definitivo, inmutable, permanente, fuera del cual solo cabe desviación y barbarie.[XXII]
«Esos pueblos que fueron antaño medio salvajes y han ido civilizándose poco a poco, haciendo sus leyes conforme les iba obligando la incomodidad de los crímenes y peleas, no pueden estar tan bien constituidos como los que, desde que se juntaron, han venido observando las constituciones de un sabio legislador.»[xxiii]
“Es decir; lo que es producto de la historia, de la vida, lo que surge al ritmo de las necesidades, de las incomodidades de los crímenes y peleas; lo que es espontáneo y tradicional, decantación del devenir histórico, es necesariamente caótico, contradictorio y bárbaro. En cambio, lo producido conforme a razón es lo perfecto, lo que vale de una vez para siempre, lo definitivo, inmutable y permanente.”[xxiv]
Párrafos que contienen una clara crítica al racionalismo extremo, en tanto y cuanto que, como hemos visto:
“…todo lo espontaneo y tradicional decantación del devenir histórico es necesariamente caótico, contradictorio y bárbaro”, es decir no racional”.
Se podría decir que, en estas cuestiones, solo han de ser susceptibles de ser tomadas en cuenta las opiniones de los pensadores “reconocidos” por los demás, de aquellos miembros de la Sociedad que desde su preparación, su estudio y su formación, han elaborado, con criterio y seriedad racional, una línea argumental definitoria de una contestación a las preguntas formuladas. Lo demás sería no vulgaridad sino barbarie.
Pero eso sería, al tiempo, tanto como considerar no válidas las creencias o pensamientos de los demás, de la masa, por muy inculta que sea, y por lo tanto estaríamos dando respuestas subjetivas a una cuestión que, por su esencia, habría de tener carácter universal y no podemos olvidar que en nuestro mundo contemporáneo el principio esencial es que todos somos iguales, tenemos la misma dignidad y ninguna existencia es más valiosa que otra. Y por ende ninguna creencia es mejor que la de otros, aunque la de estos, en esta materia, sea la “fe del carbonero” [xxv] Pues como dicen algunos teólogos la fe, en ocasiones, surge de un mero e ignorante amor a Dios, sin sustento racional alguno, y esa fe también debe ser respetada.
Por ello resulta cuando menos chocante decir, como hace algún autor representante de esta corriente comentada, que el hombre contemporáneo no anhela la inmortalidad:
“Para nosotros, los modernos, la vida ya es de hecho la culminación de los entes de este mundo, la última etapa de la evolución de la vida y su manifestación óptima, y no anhela ninguna transformación en otra cosa superior ni ambiciona superación alguna de su mortalidad finita. Ser individual equivale a ser mortal porque la mortalidad es la materia en la que está tallada la forma de nuestra individualidad más propia y genuina.”[xxvi]
Chocante, sobre todo, si tenemos en cuenta que según las últimas estadísticas del CIS, en relación con las creencias de los españoles y sus hábitos religiosos, podemos afirmar que entorno a un 70 % de los españoles “modernos” se declaran católicos, aunque bien es cierto que solo son practicantes, es decir que cumplen los preceptos definidos por la Iglesia, entre otros el dominical de oír misa, propio del catolicismo, un 10 % de la población.
Pero en esencia, podemos afirmar que los españoles son “mayoritariamente” católicos, es decir creen en la existencia de Dios y en la resurrección tras la muerte y no cabe duda que esa mayoría, en la práctica, se ve incrementada por quienes declarándose no creyentes bautizan a sus hijos o llaman a un cura ante la proximidad de la muerte.
Por eso no puedo aceptar que asumir la conciencia de finitud de la propia existencia, con carácter absoluto, sea un elemento esencial en la adquisición de una conciencia válida del yo.
Toda esta lucubración en torno al concepto de la trascendentalidad humana me lleva a una reflexión sobre la existencia de Dios.
Cuando uno se enfrenta a la cuestión de la existencia de Dios como origen del propio ser humano y clave, por tanto, de su trascendentalidad, las cuestiones fundamentales que le asaltan son tres:
1.- La existencia misma de Dios.
2.- La duda irresoluta de porqué y cómo es posible, si Dios es la figura originaria del cosmos, su creador beatifico, que reúne toda la bondad y sabiduría en su propio concepto, puede consentir la existencia del mal y la desgracia en ese mismo mundo por Él creado.
3.- Y finalmente porqué el hombre tiene “esperanza” pese a la injusticia y mal existentes en el mundo —consentidos por Dios— en que Él nos brinde la posibilidad de romper la finitud humana y resucitar de entre los muertos.
Creo, sinceramente que es llegado este punto cuando el hombre contemporáneo solo puede manifestar, en un ejercicio de desconocimiento y humildad, su incapacidad para responder a estas tres cuestiones y proclamar, como ya hiciera Tertuliano:
“CREDO QUIA ABSURDUM”
(Creo porque es absurdo)
Manifestación ya citada en mi post “ATEOS” de 13 de marzo de 2010. [xxvii]
Y dentro de esa CREENCIA ABSURDA se encuentra la creencia en que Cristo era, perfecto humano y perfecto Dios, al mismo tiempo; dos esencias en un solo ser, y que sus angustias son las del hombre que era, aunque su aceptación final le viniera dada por la fuerza de ser Dios, que en el momento más próximo a su muerte humana sufre como hombre perfecto el fin que como Dios conoce que le aguarda.
No hay en su pasión, ni es sus momentos previos, como la oración del huerto, sensación de fracaso.
El hombre que Cristo es, no quiere enfrentarse al sufrimiento que como hombre perfecto y pleno le abruma, pero el Dios que coexiste en Él le anuncia su éxito en la resurrección, luego su temor es atemperado por su propia divinidad.
Cristo es perfectamente conocedor de la resurrección prometida al hombre. A ella se refiere en varias ocasiones, según relatan los Evangelios, entre otras en su visita a la tumba de su amigo Lázaro, cuando le dice a María:
“Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mi aunque muera vivirá” (J.11.25)
O cuando le dice a Dimas, el buen ladrón que le acompaña en la crucifixión del Gólgota:
“De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso.” (L. 23,43)
O en la contestación a los saduceos que le asaltan con sus dudas
“Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo” (Mc.12.25)
sin perjuicio de que toda referencia al “Reino de Dios” o al “Reino de Mi Padre”, hechas por Jesús son menciones a esa situación de vida trascendental que se promete al hombre para después de su muerte.
Y así hemos de volver al principio de mis reflexiones y, conforme a las citas de Platón y Feuerbach, considerar que no hablamos de filosofía, sino de creencias, y que estos misterios, insondables, no son susceptibles de ser penetrados por la razón y que todo intento de ser explicados racionalmente son inútiles.
La existencia de Dios, su papel en relación con la creación y la existencia del hombre y su trascendentalidad vital, son misterios insondables en donde nos movemos en el terreno de la fe y no de la razón y cualquier intento de encontrar respuesta racional a tales MISTERIOS será siempre baldío.
“El hombre que comprendiese a Dios sería otro Dios”
En su obra “Necesario pero Imposible” de Javier Gomá, este interesante filósofo, nos dice, citando a Bonhoeffer, que tras la muerte:
“la puerta está cerrada y sólo puede ser abierta desde fuera”
Ante dicha cita tan solo citaré, por mi parte y para concluir, unas palabras del gran teólogo Ratzinger (Benedicto XVI) recientemente fallecido:
“Si existiese [después de la muerte] una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar [o situación] no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno.
Una cosa es cierta, hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar solo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno. Sin embargo Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con su Pasión [y su muerte y descenso a los infiernos] ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado. Allí donde no se podía escuchar ninguna voz. Allí está Él. De este modo el infierno, la muerte que antes era el infierno, ya no lo es más.”[xxix]
En conclusión, y desde el punto de vista de la fe y no de la razón, podemos concluir afirmando que si Jesús ha bajado a los infiernos, pues efectivamente así lo proclamamos en nuestro “Credo” los católicos:
“Fue Crucificado, Muerto y sepultado. Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”
lo hizo en tanto y cuanto que Hombre [aunque “Dios Verdadero”], que con su muerte “descendió a los infiernos” para redimir al género humano, pues, ya que como Dios Padre no podría hacerlo, pues la presencia de Dios en el infierno es imposible dado que el infierno es la absoluta negación de Dios, según hemos querido explicar en nuestro post “Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITO ENTRE NOSOTROS” [xxx], tuvo que hacerlo el Hijo como Hombre, tal y como nos dice Ratzinger:
“Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con Su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado [el Infierno] y nos ha redimido”.
Y concluyo, reconociendo que mi escrito no es tanto una réplica, crítica o contradicción a las tesis de otros, sino que estas reflexiones han encontrado en aquellas su inspiración para realizar un análisis que transita más por el mundo de la teología y de las creencias, que por el de la filosofía.
Solamente apunto el hecho de que si la falta de fe, la descreencia, fuera algo adecuado a la naturaleza del hombre, al igual que la respiración o el sueño, no habría dado lugar a debates intelectuales tan intensos como los que ha provocado durante toda la historia de la humanidad.
Espero que mis lectores sepan entenderme y disculpar mí atrevimiento, que ha pretendido ser, en el más positivo de los sentidos, de extrema vulgaridad “excelente”, pues tan solo he pretendido traer a colación ideas/creencias y no elaborados pensamientos filosóficos racionales. Y ello con el exclusivo ánimo de hacerle un “hueco” a la FE entre tanto pensamiento racionalista que de modo, a mi juicio abusivo, la pone en cuarentena.
No olvidemos por lo demás, que el proceso intelectual está nutrido del juego constante, casi en bucle, de la afirmación, la crítica y la contra crítica; y volveremos, pues, a empezar, cuando encontremos una nueva afirmación, contenida en una contra crítica, que reinicie el proceso.
Y en eso andamos.
Y para acompañar este texto os dejo un nuevo video musical. En esta ocasión el maravilloso cuarteto de voces "Chi mi frena in tal momento?" de la Ópera "Lucia di Lammermoor" de Donizetti
[i] Ilustración y texto
tomados de la obra de Diego Saavedra Fajardo; “Idea de un
príncipe político cristiano representada en cien empresas”; 1640
[ii] HERMANN HESSE, Saber y Consciencia. Lecturas para minutos, 1.
Pensamientos extraídos de sus libros y cartas. Alianza Editorial, 1975.
Selección de Volker Michels. Traductor: Asunción Silván. FD, 12/04/2009.”
[iii] Michel
de Montaigne; “Ensayos”; Versión de 1595.
[iv]José Ortega y Gasset; La
Rebelión de las Masas;
[v] Prefacio (Vorbemerkimg) en M. Weber, Sociología de la
religión, Istmo, Madrid, 1997, trad. y dición por E. Gavilán, p. 313.
[ix] Samuel Phillips Huntingtong: “El choque de civilizaciones y la
reconfiguración del orden mundial” (1996); Cap.2: Las civilizaciones en la
Historia y en la actualidad; Apartado 2º: Relaciones entre Civilizaciones; Pag.
30; Editorial Paidós Buenos Aires – 2001
[x] François
Marie Arouet “Voltaire”; “Diccionario Filosófico” 1764
[xi]BARUCH DE SPINOZA, Tratado político, capítulo I
[xii]JEAN JACQUES ROUSSEAU, Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres
[xiv] La Mitología
Griega habla de un Mesonero de estatura gigantesca y fuerza descomunal, llamado
Damastes, pero apodado Procusto, —el estirador—, por su peculiar forma de
tratar a sus . Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a
quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le
serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura
más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente
al fatídico catre. Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera
que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de
hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado. Esta
leyenda ha quedado como una expresión proverbial para referirse a quienes
pretenden acomodar siempre la realidad a la estrechez de sus intereses o a su
particular visión de las cosas
[xxi] Luwdig
Feuerbach; Esencia del Cristianismo; 1861
[xxii]
Encicllica “Fides et Ratio”; nn 65-66 ; Juan Pablo II; Roma 1998
[xxiii] Descartes;
Discurso del Método. 1637
[xxiv] Torcuato Fernandez-Miranda y Hevia; Revista Alférez, nº 19
de julio Agosto de 1948, pag. 12.
[xxv] Cuéntase que en el s. XV había un carbonero en Ávila y que
cuando le preguntaban: ¿Tú en qué crees?, él contestaba de inmediato: En lo que
cree la Santa Iglesia. ¿Y qué cree la Iglesia?, a lo que respondía: Lo que yo
creo. Pero ¿qué crees tú? Lo que cree la Iglesia... Y no había forma de
sacarle del círculo cerrado de estas contestaciones.
[xxvi] Javier Gomá Lanzón; “Necesario pero Imposible”;
Santillana/Taurus-Pensamiento; 2013
[xxvii] “ATEOS”; Jesús Fernandez-Miranda; Blog Reflexiones Heteróclitas”;
Extraordinario artículo el de hoy D. Jesús. Muy trabajado e ilustrativo, acompañado de fantásticas referencias. Destaco especialmente su brillante exposición entre Fe y Razón y su criterio para contraponer ambas. Sencillamente, no puedo estar más de acuerdo. Destaco de entre todas sus interesantes citas la de su Padre, que orgullo, y la de Benedicto XVI. Dos profundos intelectuales, cada uno en su campo y si no me equivoco, grandes amantes de la música como usted. Gracias.
Extraordinario artículo el de hoy D. Jesús. Muy trabajado e ilustrativo, acompañado de fantásticas referencias. Destaco especialmente su brillante exposición entre Fe y Razón y su criterio para contraponer ambas. Sencillamente, no puedo estar más de acuerdo.
ResponderEliminarDestaco de entre todas sus interesantes citas la de su Padre, que orgullo, y la de Benedicto XVI. Dos profundos intelectuales, cada uno en su campo y si no me equivoco, grandes amantes de la música como usted. Gracias.