La Primera Guerra Mundial supuso la caída de los
últimos vestigios del “Antiguo Régimen” en dos zonas tan importantes de Europa
como el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso.
Sin embargo su conclusión no supuso la tan ansiada
“Paz”, sino que dio lugar a una crisis económica mundial, cuyo máximo exponente
fue el Crack de 1929. El paro y la hambruna se extendieron por todo el mundo y se
acabó desembocando en la Segunda Gran Guerra Mundial.
El periodo
histórico de “entreguerras”, en el que se produjo esta situación económica
insostenible, dio lugar al nacimiento y consolidación de doctrinas de carácter
socialistas y antidemocráticas, por una parte el fascismo-nazismo, socialismo
nacionalista, y por otra el marxismo-comunismo, socialismo de signo internacionalista.
Cuyo enfrentamiento protagonizó la historia del siglo XX todo.
Fueron fruto del sentimiento popular, de las
clases sociales más desfavorecidas, de que la “Reforma” del sistema democrático
“burgués” no solucionaba, ni sería capaz de hacerlo en el futuro, los graves
problemas por los que se atravesaba.
Las circunstancias culturales, económicas,
estructurales en fin, de la Europa de 2013 nada tienen que ver con las de la
década de los 20 del siglo pasado, pero la pregunta empieza a formularse con
cierta reiteración: ¿Estamos todavía en situación de solucionar nuestros problemas mediante
reformas de nuestro sistema democrático, o necesitamos romper con este sistema,
ya gastado, e inventar otro mejor?
Es famosa la frase de Winston Churchill afirmando
que “La
democracia es la peor forma de gobierno inventada por el hombre, con excepción
de todas las demás formas que se han probado de vez en cuando”
Y lo cierto es que todas las formulaciones
teóricas que en estos momentos se están barajando frente al sistema, que con
carácter general podemos denominar “democracia occidental” y al que se
considera en crisis insuperable, no aportan nada nuevo, no son sino meras
variaciones sobre fórmulas ya fracasadamente ensayadas.
Y así, como panacea para controlar “Los Mercados”,
concepto que, demagógicamente y desde ambas posiciones maximalistas, ha
alcanzado la categoría de “Leviatán”, de mal absoluto, se proponen soluciones bien
de tipo nacionalista, excluyentes de terceros, xenófobas, totalitarias y
limitadoras de la libertad y claramente fascistas (Ejemplo de ello son los movimientos
de alcance nacional como el “Amanecer Dorado” griego, o los movimientos
nacionalistas territoriales de derechas de Cataluña o Vascongadas); o se tratan
de reimplantar, con otras palabras, las doctrinas del socialismo
internacionalista, marxista-comunista, igual de xenófobo, totalitario y
antidemocrático, pero presentado hoy con otras palabras más amables, como hace
el desaparecido y viejo marxista Stéphane Hessel, autor del libro ¡Indignaos!
que planteaba recuperar al espíritu de
la “Resistencia” marxista-antifascista francesa de los años 40 y 50 del s.XX. como
solución a nuestros actuales problemas y que se ha convertido en autor de
cabecera de los movimientos “antisistema”.
O sea, que ideológicamente sigue sin haber nada
nuevo bajo el sol. Tropezamos exactamente en las mismas piedras de siempre.
De nada sirven las bienintencionadas intentonas de
crear un movimiento ciudadano —al margen de los partidos políticos— como fórmula para el saneamiento de lo que se
ha definido como un sistema podrido.
Creo que la única fórmula válida es el
regeneracionismo desde la plataforma de los propios partidos.
Se me podrá llamar ingenuo, tratar de convencer de
que la corrupción, instalada en los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE,
harían imposible esa regeneración, pero creo que la solución a nuestros
problemas pasa por una democracia ordenada, donde, qué duda cabe, se necesita
una regeneración intensa y cambios profundos, que solo se lograran dentro de un
ordenado sistema de partidos.
Ahora bien, y dicho esto, se necesita un verdadero
esfuerzo de regeneración y gran capacidad de gestión, liderazgo e imaginación, para llevar a cabo
el saneamiento que nuestras instituciones y nuestra vida social precisan.
Esperemos que alguno de
nuestros políticos reúna esas características, y los necesarios apoyos para
llevar adelante ese proyecto.
Sin embargo como es muy
fácil terminar diciendo “que lo hagan ellos”, aquí propongo una serie de
medidas —las más básicas y elementales— que creo que, razonablemente, podrían
contribuir a la regeneración que proponemos. Tales medidas no son fáciles,
necesitarían el acuerdo de la Sociedad toda vía referéndum, pues implican
reformas de nuestra Constitución, pero creo que son imprescindibles.
1.- Reordenación del
“Estado de las Autonomías” con recuperación de las competencias en materia de
educación, sanidad, justicia y orden público, así como representación y fomento
internacional, que hubiesen sido cedidas por el Estado Central a las Comunidades Autónomas.
2.- Desaparición de los
órganos legisladores de las Comunidades autónomas. Sus normas de funcionamiento
tendrán el carácter de normas internas ejecutivas con carácter de ordenanzas y
reglamentos sometidas, siempre, a la legislación general emanada del Estado a
través del Parlamento Nacional.
3.- Desaparición del
Senado Nacional por inoperante.
4.- Desaparición de las
Subvenciones a Partidos Políticos y a Sindicatos, que habrán de financiarse con
las cuotas de sus asociados y donaciones que habrán de regularse en una Ley de
Financiación ad hoc.
5.- Reforma de la
Justicia, abandonando el concepto Asambleario de la Cortes, que mantendrán las
competencias de designación del Ejecutivo, y sus propias competencias
legislativas, pero transfiriendo a los Jueces y Magistrados la elección de los
miembros del Örgano de Gobierno del Poder Judicial, y estableciendo un sistema
de meritos objetivos para el ascenso de los Jueces, que serán inamovibles y
solamente sancionables por la Sala correspondiente del Tribunal Supremo,
evitando asi influencias directas sobre los jueces de los poderes legislativo o
ejecutivo.
6.- Reforma del
Ministerio Fiscal, de tal forma que siendo el Fiscal General del Estado
designado en proceso electoral, sea independiente del Poder Ejecutivo, lo que
debería acompañarse de una reforma del Estatuto de la Fiscalía y de las normas
procesales, suprimiendo las competencias de Instrucción de los Jueces, cuya
función habrá de ser Juzgar y no Instruir o investigar, y correspondiendo el
impulso investigador y acusador, además del de defensa de la legalidad, a la
Fiscalía y no a los Jueces.
Apunto sólo esta media
docena de medidas; Más deberían impulsarse, pero todo ese proceso regenerador y
reformista —que por desgracia presumo que contaría siempre con la oposición de
la cerril izquierda patria— es la única garantía de un futuro mejor para
nuestros ciudadanos.
Esperemos que alguien sea
capaz de iniciar este proceso.