martes 8 de mayo de 2007
¡Qué perfección el mundo, don Luis, y qué distante!
Don Luis de Góngora y Argote
11 de julio de 156123 de mayo de 1627
Publicado por Julieta Pinasco (Blog Acuática)
Anónimo dijo...
Este cíclope, no siciliano,del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;
este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;
el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;esta cima del vicio y del insulto;
éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,que un bujarrón le conociera apenas
Quevedo
Julieta Pinasco dijo...
Tantos años de polémicas gastadas:
conceptistas y culteranos; gongoristas y quevedistas...¡Qué campo más extenso
es, por suerte, la literatura! Recibo, con pena, su comentario, don Francisco.
Anónimo dijo...
Admirada acuática:
Solo en mi ánimo troncar deseolas infulas de Gongora escribano
que desde la pluma y con su mano
a Quevedo quisiera ver desecho.
Ni soy conceptista ni culterano
pero me guio, acaso por que lo leo,que de don Luis valorado como cero
don Francisco pagaba así su daño.
Acaso sea penoso el comentario
pero menos que el dañar rastreroque don Luis profiriese con escarnio
Y ante tu recordatorio cual primero
a "Gongorilla" afrento sin encambioprefiriendo de poeta a mi Quevedo.
Permítame pues la licencia de disfrutar
incluso con viejas rencillas en ese océano inmenso del mundo literario.
Julieta Pinasco dijo...
Las grandes almas que la muerte ausenta
de injurias de los años, vengadora, libra, ¡oh gran Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Maravíllome de vuestra facilidad en componer
sonetos y, aclaro, por si fuera necesario, que mi amor gongorino lo disfruto
"en soledad confusa". Quevedo es grande y valga como muestra
deleitosa aquélla que decía:
En crespa tempestad del oro undosonada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Quede usted el placer de don Francisco, que
yo me refugio en ese mundo perfecto y lejano que supo regalarme el otro (aunque
a veces realizo mis viajes por los profundos territorios quevedianos.) Batallas
como éstas ennoblecen dado que "sin romper muros, introduce fuego".
Jesús Fernandez-Miranda (Exanónimo) dijo...
Siempre me ha divertido buscar continuación a
las creaciones de unos autores en las de otros.
Y ya que discrepamos en los amores hacia
Góngora o Quevedo, podríamos hacer este ejercicio:
Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡¡¡mirad el ciego error en que he vivido!!!
Asi, tal vez, la estrofa quevediana pudiera
ser pronunciada por un arrepentido Polifemo tras descargar su furia sobre Acis. Mientras Galatea sufre entre el amor
imposible del torpe Polifemo y el que ella profesa por el bello Acis venablo de
Cupido, gloria del mar, honor de su ribera.
Como verá usted tampoco desprecio a don Luis
aunque prefiera a Quevedo.
Tal vez mi amor por el manchego venga del
reto que en mi infancia me impusiera mi padre, cuya pérdida rememoré
entristecido al leer su “El muerto era mi padre”, de recitar correctamente el
soneto “Amor más allá de la muerte”, que hoy, ya de memoria, me complazco en
pensar que leo con entonación y sentido casi quevediano.
Gracias en cualquier caso por este delicioso
dialogo literario. La verdad es que hacía tiempo que no disfrutaba de esta
manera.
Julieta Pinasco dijo...
Hace unos años, al transitar las aulas de la Facultad de Filosoía y Letras, había aprendido de memoria aquella estrofa de la Fábula que narra la entrada de Acis y "sus ojos dio, sus labios cuanto pudo/ al sonoro cristal, al cristal mudo" y conocí y disfruté como pocas veces de ese mundo terrible y triste en su lejana perfección de Góngora. Años más tarde, viajando con mi hijo por Europa, descubrí, en la Catedral de Córdoba, los restos del poeta a las orillas de ese río de "arenas nobles ya que no doradas". Los padres siempre enseñan aquello que creen que nos hace mejores personas y recitar con entonación quevediana es un don precioso. A mis alumnos les recito ese mismo soneto, pero, aunque mi abuela era andaluza, mi voz está teñida de los matices rioplatenses y se desvirtúa. Sin embargo y a contramano de todo lo que podría suponerse, los chicos se entusiasman. Y, obviamente, es con Quevedo. Para ellos hay algo contemporáneo en aquello de "mañana no ha llegado".
Hace unos años, al transitar las aulas de la Facultad de Filosoía y Letras, había aprendido de memoria aquella estrofa de la Fábula que narra la entrada de Acis y "sus ojos dio, sus labios cuanto pudo/ al sonoro cristal, al cristal mudo" y conocí y disfruté como pocas veces de ese mundo terrible y triste en su lejana perfección de Góngora. Años más tarde, viajando con mi hijo por Europa, descubrí, en la Catedral de Córdoba, los restos del poeta a las orillas de ese río de "arenas nobles ya que no doradas". Los padres siempre enseñan aquello que creen que nos hace mejores personas y recitar con entonación quevediana es un don precioso. A mis alumnos les recito ese mismo soneto, pero, aunque mi abuela era andaluza, mi voz está teñida de los matices rioplatenses y se desvirtúa. Sin embargo y a contramano de todo lo que podría suponerse, los chicos se entusiasman. Y, obviamente, es con Quevedo. Para ellos hay algo contemporáneo en aquello de "mañana no ha llegado".