El caminante sobre el mar de nubes, Caspar David Friedrich. (1818)
En septiembre de 2009 publiqué este post en este blog a cerca de la SOLEDAD, que hoy
reedito con correcciones y ampliaciones y vuelvo a poner al alcance de mis
lectores, pues creo que su objeto tiene interés en estos momentos.
Los Laberintos del alma
son los recovecos intelectuales por los que transitamos cuando nos enfrentamos
a todas aquellas cuestiones que, en principio, se presentan como irresolubles
ante nuestras reflexiones, pero a las que la razón siempre acaba encontrando su
salida.
El primero de los laberintos
del Alma al que quiero referirme es el laberinto de la soledad.
La soledad es una de las
sensaciones más complejas que afectan al alma humana y, al abordar su análisis,
creo que debemos partir de la distinción de dos tipos, bien diferenciados, de
soledad:
La soledad querida y la soledad temida;
O lo que es lo mismo: la
soledad buscada y la soledad sufrida.
Recuerdo la lectura, en
uno de esos típicos libros de aforismos para adolescentes, de una frase escrita
en 1886 por el abate Joseph Roux:
«La soledad vivifica, el aislamiento mata»
La frasecilla de marras
encierra todo un mensaje de sabiduría a los efectos de esta reflexión
heteróclita, pues no es sino el compendio de las ideas que trato de expresar.
Efectivamente existe una
soledad buscada, refugio de reflexión, amparo de meditaciones y de paz, que
ensancha el alma y enaltece el espíritu.
Esa soledad no es
castigo, no es mortificación, no es pena, sino que es consuelo y como dirían en
mi tierra, no dejaría de ser “atopadiza” morada de los propios
sentimientos necesitados de restaño.
El hombre necio necesita
de la permanente presencia de sus iguales para no sentirse desafortunado, pues
resulta incapaz de sentirse satisfecho con tan solo sus propios pensamientos;
por el contrario existen otros que necesitan apartarse de sus prójimos, en
ocasiones, para recuperar el buen sentido de esos mismos pensamientos.
Decía Friedrich Nieztsche que:
“En la soledad el solitario se
devora a sí mismo; en la muchedumbre lo devoran los muchos. Elige pués.”
No obstante el mismo
Nieztsche decía que
“También el alma ha de tener determinadas cloacas propias por donde
dejar fluir sus inmundicias”
y estoy convencido de que la soledad, a
tal efecto buscada, pudiera ser una de esas cloacas y que, por tanto, lo que el
solitario devoraría en su soledad no sería tanto su propio ser, sino aquellas
partes del mismo que desprecie, las inmundicias de las que su espíritu desee
desprenderse.
Por otra parte,
únicamente en soledad es posible la creación artística o literaria, o la
reflexión científica o espiritual, que son incompatibles con el bullicio de
otros en rededor.
Efectivamente, la
soledad es el ingrediente crucial de la creatividad, pues cuando estamos
rodeados de otros, nos limitamos a seguir el comportamiento de los demás para
no romper la dinámica del grupo
La soledad, sin embargo,
permite desarrollar pensamientos nuevos y originales
Dice el escritor Andrés
Trapiello que existe un tipo de soledad que él califica de “soledad
consciente”, que no es sino un estado de soledad en el que uno piensa,
observa las cosas, encuentra matiz y contempla. Y en esta contemplación se
aprende y se madura. Te conoces, te mides y creces. Pero creces hacia dentro,
que es el único lugar hacia el que se puede crecer llegada cierta edad.
Todose los grandes
personajes de la Historia de las Religiones tuvieron, en un momento u otro de
sus existencias, momentos en que buscaron esa Soledad Consciente como paso
previo a su labor pública.
Antes de iniciar su vida
pública, tal y como relatan en sus evangelios Mateo (4:1-11), Marcos (1,12-15)
y Lucas (4,1-13) Jesús buscó su retiro espiritual de 40 días en el desierto,
soledad perturbada con reiteración por el Maligno, que trató de seducirle con
las promesas más ambiciosas de poder y gloria que Él fue desatendiendo una tras
otra.
Finalmente, Cristo buscó
también la soledad, apartándose de sus discípulos, para orar en el huerto de
los olivos en el momento más angustioso de Su existencia como hombre, cuando,
atormentado por la proximidad del Sacrificio conocido, imploró al Padre que
apartase de Él el cáliz que había de beber, aunque sometiéndose a la voluntad
Suprema del Creador.
Mahoma, a sus cuarenta
años, tuvo su primera experiencia como profeta en una cueva del monte Hira,
donde se había retirado en soledad para meditar. Allí se le apareció, por
primera vez, el arcángel Gabriel que le exhortó para que predicara en el nombre
de Señor que le había creado.
Buda se retiró en
soledad a la selva hasta alcanzar el Nirvana bajo una gran higuera, momento a
partir del cual comenzó su peregrinaje enseñando sus conocimientos.
Tras esa soledad buscada
se inicia la deriva hacia la soledad temida.
“Yo sólo soy yo cuando estoy
solo”
dicen que decía Miguel Hernández, quien transitaba envuelto en la
tristeza
“de su corazón a sus asuntos”
en tránsito de soledades cual si
de Lope de Vega se tratara,:
A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos
Sensación de soledad
mezcla de deseo y de temor, soledad parcial e inevitable, a la que también se
refería Franz Kafka, quien en sus Diarios (1914-1923) nos dice:
“Esta zona fronteriza entre soledad y compañía, he podido cruzarla rarísimas
veces, e incluso puedo decir que me he afincado en ella más que en la misma
soledad.”
Y acabamos en la soledad
absoluta, la lacerante sensación con la que deambulan aquellos que se
encuentran en soledad rodeados por una muchedumbre.
Es la SOLEDAD
TEMIDA, no deseada, impuesta por las circunstancias circundantes al propio
ser, y cuyo origen es diverso e impredecible y que padecen quienes la soportan
inexorable, dolorosa e irremediablemente sin buscarla.
Esa soledad ha llegado a
ser, incluso, parte de nuestras vidas contemporáneas, sabiamente descrita por
Ernesto Sábato:
«Cuando multitudes de seres humanos pululan por las calles de las grandes
ciudades sin que nadie los llame por su nombre, sin saber de qué historia son
parte, o hacia dónde se dirigen, el hombre pierde el vínculo ante el cual
sucede su existencia. Ya no vive delante de la gente de su pueblo, de sus
vecinos, de su Dios, sino angustiosamente perdido entre multitudes cuyos
valores no conoce, o cuya historia apenas comparte»
El propio Sábato,
relaciona la “Soledad Social” de nuestro tiempo con la pérdida del
sentido del absoluto; o, dicho de otra manera, con el relativismo:
«Si los valores son relativos y uno se adhiere a ellos como a reglamentos de
un club deportivo, ¿cómo podrán salvarnos ante la desgracia o el infortunio?
Así es como resultan tantas personas desesperadas y al borde del suicidio. Por
eso la soledad se vuelve tan terrible y agobiante»
Junto a todas estas
soledades existe otra soledad trascendente, escatológica y mística, cual es la
soledad de la muerte.
Sartre hizo famosa la
expresión “El infierno son los otros” como una de las manifestaciones
centrales de las posiciones del nihilismo de mediados del siglo XX.
Frente a esa
consideración del existencialismo ateo, el Papa Ratzinger, ya en 1968,
contestaba que no, que “El infierno es estar solo”, pues el miedo de
cualquier ser humano ante la muerte no es sino “el miedo a estar a solas con
la muerte, la siniestra sensación de la soledad en si misma”.
Recientemente se ha
publicado en Roma bajo el título “Porqué Continuamos en la Iglesia”, una
recopilación de artículos teológicos de Ratzinger antes de acceder al papado.
En uno de dichos
artículos, precisamente llamado “El infierno es estar solo” Ratzinger
nos dice:
“Si existiese (después de la muerte) una suspensión de la
existencia tan grave que en ese lugar (o situación) no pudiera
haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el
teólogo llama infierno”
Para concluir afirmando:
“Una cosa es cierta, hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay
una puerta que podemos atravesar solo en soledad: la puerta de la muerte. La
muerte es la soledad por antonomasia.
Aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno.
Sin embargo Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; con su
Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado (Descendió a
los infiernos nos dice el Credo Cristiano).
Allí donde no se podía escuchar ninguna voz. Allí está Él.
De este modo el infierno, la muerte, que antes era el infierno, ya no lo es
más. El infierno, así, es o una clausura voluntaria (el deseo de
permanecer irredento) o como dice la Biblia, la segunda muerte.”
De tal modo y manera 6 como ya dijera en mi escrito ALTERIDAD, YO Y LOS OTROS la formulación
cartesiana del “yo”: “Pienso luego existo”, sin relación alguna
con los demás —con los otros— llevaría a un concepto de “Yo” solitario,
que no sería sino una realidad capaz de auto pensarse, pero vacía de contenido
fuera de su propia existencia y que solamente cobraría sentido en relación con
la existencia de otro, de Tú, aunque ese Tú sea, al menos, el Dios redentor.
Es decir, desde esta
perspectiva, la única expresión posible del “yo” se da en el encuentro
con el otro, en la intersubjetividad, de la que emana el concepto mismo de “yo”
y todas las manifestaciones trascendentes que dan sentido al descubrimiento y
la confirmación de la existencia del propio ser.
Y por lo tanto la total
ausencia de cualquier otro en la soledad profunda de la muerte, incluso la
ausencia del Cristo Redentor, la absoluta soledad a la que se refiere Ratzinger
como infierno, implicaría la nada, una “segunda muerte” según la
expresión Bíblica.
La condena pues al
infierno no sería sino la condena a la absoluta soledad, sinónimo de
inexistencia, de no resurrección, a la que se verían abocados los Irredentos,
pues el “YO” sin referencia a nada ni a nadie sería sinónimo de la propia
inexistencia.
Finalmente no podemos
dejar de hablar, es esta reflexión sobre la “soledad temida” de la “soledad
de amor”, la que nos invade como consecuencia de la pérdida del afecto del
ser querido, ya por su abandono, ya por su desaparición o muerte.
Pero te quiero, amor, aunque la vida me pague con tormentas
de atronadora soledad.
Nos dice Mariano
Estrada, en uno de sus poemas.
Es precisamente la
muerte o desaparición de un ser querido la situación que provoca un mayor
desconsuelo al ser humano, una mayor sensación de Soledad profunda e
insuperable.
Ese desconsuelo, o falta
de alivio de la pena que se sufre, esa sensación de soledad, por abandono
insuperable, es una sensación rayana en la desesperación, no trascendental,
sino anímica.
Es la sensación de
impotencia ante la pena, ante la certeza de que no existe esperanza ante la
ausencia del otro, desconsuelo ante el dolor que se sufre, del que se sabe que
no tendrá remedio.
Nunca la pena por la
muerte de alguien puede tener consuelo más que trascendental.
No quiero dejar de
recordar en este punto, las palabras de mi padre Torcuato Fernandez-Miranda
sobre el dolor por la muerte de otro:
“Dicen que soy frio ante la muerte de otro; no es frialdad.
La muerte del prójimo me impresiona de tal forma que mi alma tiende a
refugiarse en el silencio, la desolación y la tristeza.
Os aseguro que el llanto más doloroso es aquel que carece de lágrimas, de
lamentos y de palabras.”
La muerte como hecho
irreversible no tiene otra esperanza que la del reencuentro con el ser amado en
el más allá, y la confianza de que disfrutaremos de las promesas de Dios
conjuntamente.
La tristeza, la soledad, el desconsuelo,
ha sido uno de los sentimientos humanos que mayor inspiración han provocado en
los artistas o en los poetas.
Umbrío por la pena, casi bruno porque la pena tizna cuando estalla. Donde yo
no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno
Escribe doliente Miguel
Hernández, intentando trasladarnos en sus versos aquella sensación de
desconsuelo.
Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el
aliento.
Nos dice Miguel en otro
de sus poemas, posiblemente uno de los poetas del s.XX que con mayor
sentimiento ha sabido trasladar al verso la sensación de la pena humana, de la
amargura, del dolor por la muerte de un ser amado, de la soledad irresoluble.
Y no podemos olvidar
que, fruto de la epidemia de COVID19 y de las medidas adoptadas por el
Gobierno, esa soledad en la muerte se ha visto incrementada dolorosamente en
las víctimas de la epidemia, que no han podido estar acompañados de sus seres
queridos ni en el momento de su muerte ni en el de sus exequias, produciendo un
desgarro del que la Sociedad no ha sido consciente por la manipulación de la
VERDAD en que ha incurrido el Gobierno y los subvencionados (por no decir
comprados) medios de comunicación, esencialmente las TV.
Pero la Soledad presenta
también otros aspectos diferentes y es estudiada por los modernos sociólogos
como un fenómeno en aumento y con connotaciones de carácter político y de
configuración de los hábitos sociales.
Según los más recientes estudios, muchas personas
acabarán viviendo solas en los próximos años, ya que cada día nos casamos más
tarde, las tasas de divorcio aumentan y las personas viven más. La prosperidad
económica también fomenta este estilo de vida, elegido voluntariamente por el
lujo que representa.
Otros
sociólogos piensan que vivir solo significa, además, disfrutar de mayor calidad
de vida, pues la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal
acompañado,Incluso
hay estudios que aseguran que la soledad facilita el desarrollo de la empatía y
que las personas que viven solas poseen una red social de amistades tan amplia
o más que las personas de su misma edad que viven acompañadas.
Las personas somos seres sociales, pero tras un día de
trabajo rodeados de compañeros o clientes, de reuniones, atentos a las redes
sociales y al móvil, la soledad ofrece un espacio de reposo necesario para
recomponer nuestra paz interior.
Y esta expansión de la Soledad, en nuestra sociedad, viene
acompañada de la inactividad, de la dejadez de los ciudadanos, y su
inconsciente sumisión a las modas y corrientes mayoritarias, lo que presenta
efectos preocupantes.
Esta actitud se fomenta desde diversos grupos de
influencia política y social, y surge así la colectivización social: los
individuos, inermes ante los retos de su vida y temerosos de no alcanzar sus
objetivos individuales, se incrustan dentro de un colectivo determinado, cuyos
miembros se asemejan a ellos en sus gustos, inclinaciones morales, religiosas,
sexuales o raciales, y es a través del “Colectivo” que pretende obtener la
ayuda de la Sociedad para colmar sus deseos. Es el “síndrome del rebaño”
Y se fabrica artificialmente, así, la idea de los
llamados “Grupos sociales en riesgo de exclusión” y los “Derechos Colectivos”
en contraposición a los conceptos de “Ciudadano Libre en una Sociedad Abierta”
y “Derechos Humanos”, pues estos últimos están referidos a los individuos en
cuanto tales y no a los colectivos en los que se integran. Problema que ya
hemos tratado en los post:
¿Y a que conclusiones debemos llegar después de esta
larga reflexión?
Pues podría concretarla en mi discrepancia con muchos
de los pensadores de vanguardia, de los que pondré dos ejemplos.
Así, Javier Gomá defiende la idea de la “vulgaridad
excelente”, y que considera que el hombre de la sociedad contemporánea ha
de aceptar la “vulgaridad Escelente” en su vida personal y laboral, y no tratar
de emular la fama en detrimento de la excelencia.
Considero que la pretensión de que el hombre
contemporáneo asuma aquella “Vulgaridad Excelente” es una pretensión elitista
de corte ilustrado, pues vista desde el punto de vista del ciudadano, implica
que el hombre deba contentarse con realizar excelentemente el rol vulgar que le
haya correspondido en la Sociedad como forma de realización personal, olvidando
que todo hombre ha de aspirar a su propia superación, como camino de desarrollo
social, sin ceder al chantaje de servir a la propia Sociedad a cambio de no
asumir el riesgo de tomar decisiones, renunciando a principios sólidos en favor
de la licuefacción de su moral.
Discrepo también del coreano Byung-Chul Han, quien
considera que el hombre contemporáneo está dislocado por “una atención
dispersa”, por “un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas,
fuentes de información y procesos” y no admite centrarse en un solo objetivo
pues ello le produce hastío.
Al contrario que Byung-Chul Han,
creo que la proliferación de fuentes de información y conocimiento empobrece a
los dirigentes políticos, económicos y sociales y enriquece a los ciudadanos, a
quienes hay que tratar como adultos que habrán de ser capaces de discriminar,
en atención a su formación previa, su realidad sociológica y sus demás
circunstancias personales, cual es la información que considera cierta y que
conocimientos le resulta útiles, y no defenderles, contra su voluntad, de ellos
mismos, tratándoles con infantilismo sentimental proteccionista.
Si aceptásemos el principio de la “Vulgaridad
Excelente” de Gomá, la incapacidad de juicio ante estímulos diversos que
proclama Byung-Chul Han, y sobre protegemos a los ciudadanos con sentimentalismo
infantilizante, conseguiremos, precisamente, un hombre que no quiere pensar,
porque no quiere actuar, porque actuar impone asumir responsabilidades sobre
las consecuencias de los propios actos, que carece de principios sólidos por
los que luchar y que se abandona, cansinamente, en manos de sus dirigentes
económicos, políticos o sociales
Y ello sería contrario a la verdadera esencia de la
vida humana, que Torcuato Fernandez-Miranda definió con estas palabras
“La vida humana es radical intimidad, mismidad,
destino propio, peculiar, infungible, intima. Así como nadie puede morirse por
mí, soy yo el que tengo que morir mi muerte, así, de la misma manera, sólo en
mi radical intimidad puede mi vida ser vivida”.