A
veces me deslizo por derroteros íntimamente personalistas. No sé si ello
satisface o no a mis lectores, pero a mí me sirve de desahogo para mis
sufrimientos emocionales y físico.
Hace tiempo que las Musas no me acompañan, y no me
iluminan con su inspiración ni su sagrada influencia.
Y lo más grave es que, de momento, ni están ni se las
espera.
Por eso hace tiempo que no se me enciende la luz
profunda, brillante, de la inspiración, y a ello seguramente hayan contribuido
los hados de la larga enfermedad que he padecido y el desánimo que dichos hados
de tristeza afectan a mi espíritu, de modo que mis sentimientos, mis ideas, mis
recuerdos, se ocultan en la oscuridad de lo más recóndito de mi alma.
La lectura ha sido siempre una de mis fuentes de
inspiración. Pero durante mi última estancia en mi “castillo” ni siquiera esto
me ha provocado la necesaria capacidad de escribir, bastándome con sobrevivir y
tratar de ir superando las consecuencias de la grave enfermedad recientemente
sufrida y que me ha tenido cinco meses en dique seco.
Sin embargo, hoy, parece que mis recuerdos comienzan a
fluir con más presteza y ello me invita a coger la pluma y emborronar mis
papeles.
Para ello he tenido que abandonar el encierro en mi
castillo, y salir a respirar el aire libre y disfrutar con el sol que empieza a
calentar entre días de frío, cambios propios de la primavera.
Al final, después de meses con la inspiración
bloqueada, estoy empezando a despertar a mis Musas, mis fuentes y mis
recuerdos, con la intención de retomar, con mayor constancia, mis “reflexiones
heteróclitas”.
Y me he impuesto la tarea de seguir escribiendo de
política, de filosofía, de Teología, así como hacer intentos literarios o de
divulgación científica.
¿En
cuántos lugares he comenzado a escribir estas reflexiones, en cuantos las
continuaré, en qué lugar las terminaré? ¿Cuánto tiempo me pasearé por el
lindero de los bosques, o asomado a las barbacanas de mi castillo, escribiendo,
sin prever un final aproximado?
En mi castillo
convivo con la soledad, y como nos dijera Jung, "La soledad es
peligrosísima, Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuanta Paz hay en
ella, ya no quieres lidiar con la gente"
Mis
pensamientos no serán sino sentimientos: surgirán con dificultad de mi alma;
pero cuando consiga expresarlos, no habrá nada que se les pueda comparar, y
responderán al posicionamiento del príncipe danés, pues vivir ya no será más
que morir, dormir, tal vez soñar.
Y serán esos sueños
el reflejo de mi existencia, de mis anhelos, de mis vicios, de mis virtudes
Llegados
a este punto, mis reflexiones quiero que sean positivas, la vida es un don
precioso que transitamos con todas nuestras esperanzas y todos nuestros anhelos
como objetivo, y la muerte, esa realidad inevitable, no será sino la
culminación de nuestra existencia.
Y
mientras aquí nos encontremos deberemos tratar de lograr que aquellos anhelos,
esos deseos, lleguen a concretarse.
No
obstante voy recuperando las sensaciones que me permitan conectar con los
demás, y he recuperado la escritura y el juego de croquet, actividades que
alivian mis limitaciones intelectuales y físicas.
En
cualquier caso no abandonaré por siempre la soledad de mi “castillo”, pues, al
fin y al cabo, con mi edad y mi salud he de sustituir por otras las actividades
que desarrollaba en el pasado como cazar, montar a caballo, esquiar, o
disfrutar del vino y la buena esa.
Y no quiero olvidar tampoco, mi origen vernáculo,
mezcla de asturiano y madrileño.
Ambos imprimen carácter, pero el asturiano me resulta
más “atopadizamente prestosu” (confortablemente ilusionante), de modo que
siempre recordaré que los asturianos, sean hombres de mar o de tierra adentro,
comparten su leguaje de modo que el marinero cuando la mar está picado con
pequeñas olas rematadas por un mechón de espuma, dicen que se forman borregos
en las olas, mientras que el hombre de interior habla de las olas que provoca
el viento en la hierba de verano durante la siega de la “pación”, cuyo olor es
absolutamente embriagador y dio lugar al intento de su captación en los jabones
de “Heno de Pravia”.
Todos esos
recuerdos, hoy, me emocionan y abruman.
Nunca
había sido consciente de que la “Parca” está ahí, esperando a darte su último
golpe con su guadaña en cualquier momento.
Y sientes
que Dios está ahí, colmándote con una inmensa paz de espíritu.
Lo
cierto es que a esa paz de espíritu contribuye no tenerle miedo a la muerte,
considerando que si después de ella existe la salvación seremos eternamente
felices.
Mientras
que si lo que nos encontramos es la nada, nada habremos de temer, pues nada
sufriremos, nada añoraremos, nada nos agobiará ni entristecerá…Siempre pensé
que la certeza de la propia muerte me produciría un absoluto terror, y sin
embargo me ha congraciado con el destino de una profunda sensación de
aceptación y paz.
Muchos
me dirán: Eso es porque eres creyente.
Sin
embargo no es eso, pues como dijera Montaigne, la filosofía tan sólo consiste
en aprender a morir. Pues, según Albiac, nada hay en relación con la muerte
sino la danza laberíntica del miedo y la esperanza.
Me
admiran aquellas personas que tiene un pie sobre el borde de su tumba y
mantienen el otro sobre una cáscara de plátano y aun así son capaces de no
alterarse al sentir el aliento caliente de un toro en el cogote, y cuando la
muerte afecta a sus seres queridos, empieza a valorar las cosas de otra manera.
De todos modos, si no consigo los objetivos enunciados
en este POST, habré de consolarte con la frase del poeta argentino Almafiera,
que nos dice:
“Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte.”
Y así termino, no sin antes seguir mi
costumbre de incluiros un nuevo video musical, en esta ocasión el “Canon
in D Major para 2 Trompetas, Organo y Orqueesta” de Johann Pachelbel:
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