Decía Sócrates, en su dialogo con Gorgias a cerca de la elocuencia, según relata Platón:
“Soy de los que gustan que se les refute cuando no dicen la verdad y de refutar a los otros cuando se apartan de ella, complaciéndome tanto en refutar como en ser refutado. Considero, en efecto, que es un bien mucho mayor el ser refutado, porque es más ventajoso verse libre del mayor de los males que librar a otro de él. No conozco, además, que exista mayor mal para un hombre que el de tener ideas falsas en la materia que tratemos”
Para concluir diciéndole a su interlocutor:
“Si la disposición de tu espíritu es igual a la mía, prosigamos la conversación, y si crees que debemos darla por terminada, consiento y sea como quieras”
Me gustaría, en esta materia, seguir las enseñanzas del sabio ateniense, con quien desearía compartir no solo su fealdad proverbial, si no también su talante intelectual.
Estas Reflexiones socráticas me traen a la memoria el hecho de que las cuestiones culturales hayan tenido siempre, especialmente en España, un tufillo de contaminación política que no deja de sorprenderme.
Efectivamente, la derecha, los conservadores y los liberales, han manifestado, siempre, un tradicional y un tanto peculiar respeto hacia los “intelectuales y artistas de la izquierda”, con evidente respeto personal y político hacia los mismos, sobre la base de la calidad de sus creaciones o representaciones.
Se nos dice, a tal respecto, que las creaciones del espíritu y la capacidad de su representación plástica, merecen todo el respeto de las almas cultivadas, sea cual fuere el espectro político en el que se muevan sus autores.
Se nos dice, además, que en las materias intelectuales y culturales hay que ser muy objetivo, muy aséptico, muy imparcial, y que nunca se puede politizar su tratamiento.
En principio estoy de acuerdo.
Sin embargo esa actitud abierta, aséptica y despolitizada propia de los conservadores y liberales en el ámbito del arte y la cultura, raramente la encontramos en la izquierda, que generalmente actúa dogmática, sesgada y partidistamente en los temas culturales, arrimando, casi siempre, el ascua a la sardina de sus intereses políticos.
La izquierda utiliza, con artera maestría, los temas intelectuales y culturales dentro de su estrategia propagandística.
Y una de las técnicas utilizadas es la de denostar la actitud cultural de la derecha, presentar a los intelectuales o artistas de la derecha como “malos”, cuando no “falsos” intelectuales o artistas; catalogarlos de “fascistas” y no aportar argumento alguno que contradiga sus planteamientos, a parte de la descalificación.
Y así, por ejemplo, Pio Moa, con quien se podrá estar o no de acuerdo, y cuyas tesis podrían ser sosegadamente contradichas por otros historiadores con fundados argumentos, es atacado furibundamente por los historiadores “oficialistas” de la izquierda, que le definen como un “dogmático y falso historiador instalado en las inaceptables fórmulas del revisionismo histórico fascista” pues contradice la teoría oficial historiográfica de la izquierda en el tratamiento e investigación histórica del siglo XX.
Y ello porque sus conclusiones ponen de manifiesto el talante profundamente totalitario y antidemocrático de la izquierda española durante la II Republica, la Guerra Civil y la Oposición al Franquismo, época en la que no podemos olvidar las justificaciones, las manifestaciones de comprensión, cuando no de complacencia, o las coartadas de la izquierda hacia el terrorismo etarra. Y aquella descalificación se le aplica taxativamente desde la izquierda sin una crítica científica, formal y profunda, de sus tesis.
Por otra parte, personajes de la talla de Ortega, Unamuno, Marías... y otros más modernamente, son catalogados de retrógrados, intransigentes o dogmáticos desde el punto y hora que sus posiciones ideológicas no son “correctas” vistas desde las posiciones de la izquierda.
O se les instrumentaliza groseramente extrayendo sus frases de su contexto, para demostrar que estaban más cerca de la izquierda de lo que la derecha dice, y así se ha manipulado hasta el empacho la frase de Unamuno “Venceréis pero no convenceréis”.
Mientras tanto, petimetres intelectuales como Castelao ---con su sensiblonería lastimera y lloriqueante--- Cambó ---que no fue un intelectual, si no un rico empresario metido a político--- Sabino Arana ---fascista, racista y panfletario que en su último año de vida abjuró de sus planteamientos nacionalistas en pro de un movimiento vasco españolista--- o Blas Infante ---quien propuso la peregrina idea de un nuevo “Al-Andalus” que incluyera todas las provincias andaluzas y Marruecos, tras su conversión al Islam---, son elevados, pese a su evidente mediocridad, a la categoría de “autoridades intelectuales indiscutibles” tan solo por su cualidad de “padres del nacionalismo” condición que, por si sola, hace que cualquier crítica a los mismos sea objeto de anatema.
Pero lo más lamentable en toda esta realidad cultural que vivimos, es el caso de la creación de “santones intelectuales” en el seno de la “farandula”.
Gustavo Bueno, en un artículo publicado en la web, nos dice que: “La farándula, compuesta por artistas músicos, directores de cine, cantantes, residuos de la movida madrileña, actores, diseñadores, etc… de cuyas filas salían los lectores de los comunicados en las manifestaciones… ha heredado las funciones que los frailes del Antiguo Régimen, incluso en la época del Padre Cádiz, asumiendo el papel de predicar la Paz, la Humanidad…”
Pues dentro de esa “farándula”, se aplica el método de la creación de aquellos “santones intelectuales” y su elevación a los altares de la “excelencia intelectual”.
El planteamiento es que cualquiera que cante, baile, declame, actúe, escriba, diseñe o pinte medianamente bien, y con tal de que sea de izquierdas, asume automáticamente el papel de “paladín ideológico del pueblo” y por lo tanto sus opiniones y sus comportamientos, aunque sean una patochada, pasan a ser modelos de opinión o comportamiento social incontestables.
Paradigma del sistema de los “santones” lo constituyen cantantes, escritores y actores que se han convertido en tertulianos, polemistas y charlatanes profesionales, aupados a la categoría de representantes indiscutibles de la “intelectualidad de izquierdas” pese a que nunca se les haya escuchado una sola frase medianamente inteligente y que son reiteradamente invitados a tertulias, foros de discusión, actos político-culturales o lectura de pregones, en los que se limitan a ser voceros de las posiciones avaladas por la izquierda política.
Entre Ellos porque no citar al Clan Bardem, Ramoncin o el impresentable de Guillermo (Willy) Toledo, aunque este lleva más tiempo en el paro que el la escena.
Cuenta Plutarco en el Tomo II de sus “Vidas Paralelas” que Antístenes, oyendo que Ismenias era buen flautista, comentó:
“Pero hombre baladí, pues a no serlo no sería tan diestro flautista”
Podemos trasladar la reflexión al asunto tratado:
Los faranduleros dominan sus artes luego, por consecuencia, si les aplicamos la reflexión de Antístenes, habremos de llegar a la conclusión de que serán hombres baladíes, pues a no serlo no serían tan diestros faranduleros.
La conclusión es evidente, serán artistas apreciables pero, como tales, no necesariamente han de ser catalogados como apreciables intelectuales.