La
“CORRECCIÓN POLÍTICA”, creo que magníficamente reflejada en las dos viñetas que
abren esta “Reflexión Heteróclita”, es considerada por sus defensores como un
intento de eliminar del idioma ─aunque se expande a los contenidos ideas y
pensamientos─ expresiones pretendidamente discriminatorias para grupos étnicos,
religiosos o de tendencias minoritarias en la sociedad (sexuales, alimenticias,
estéticas o de cualquier otra naturaleza).
Para
sus detractores no es más que un invento del “establishment” para ocultar el
hecho mismo de la discriminación, que pervive en los comportamientos de la
Sociedad, es decir, esconder como los avestruces la cabeza en un hoyo,
imponiendo a los demás la idea de que no expresando la existencia de una
discriminación esta desaparece.
La corrección política es producto de ese
pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con solo cerrar los
ojos. Pero la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir
que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el
mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. Y,
por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos
En
el mismo artículo se nos recuerda que el actor y director norteamericano Clint
Eastwood afirmaba que:
“La
corrección política nos está llevando hacia una sociedad adolescente”
Tal y como nos
cuentan los periodistas ya citados, JAVIER BENEGAS y JUAN M. BLANCO en su
artículo ¿Y si Clean Eastwood tuviera razón?[ii] En el digital VOXPOPULI:
“En la genial novela de Philip Roth, La mancha
humana, la vida del decano universitario Coleman Silk se desmorona tras
interesarse por dos estudiantes que han faltado a todas sus clases, “¿Conoce
alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han desvanecido como
negro humo?” pregunta en el aula. Desgraciadamente para Coleman, uno de los
aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la
interpreta como un ataque racista. Aunque no había ánimo ofensivo en sus
palabras, puesto que jamás había visto al estudiante, Silk es acusado de racista,
cesado como decano y despedido.”
Durante las
últimas décadas, numerosos profesores universitarios han padecido los excesos
de la corrección política ─nacida precisamente en las universidades americanas
como teoría para evitar la discriminación de grupos marginales o minoritarios
mediante el uso del lenguaje “correcto”─ y se encuentran ante una población de
estudiantes y profesores que en la aplicación del concepto manifiestan dos
graves problemas:
1.- La
infantilización y sobreprotección de los alumnos,pues se trata de evitar, a
toda costa, hablar de cuestiones que puedan afectar a su sensibilidad.
2.- La rigidez de
los defensores de la doctrina, que se ha convertido en una auténtica censura
que ataca la libertad de expresión y cátedra.
Estos abusos han
hecho ya que algunos intelectuales hayan saltado en contra de esta imposición
no ya sólo del lenguaje, si no que se ha extendido de forma implacable a los
contenidos.
Así, Richard
Dawkins profesor de biología evolutiva de la Universidad de Cardiff ─cuyas
doctrinas ateas no comparto─ advirtió a sus frente a esta lacra, diciéndoles:
"La universidad no puede ser un 'espacio
seguro'. El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y
se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes
que se ofenden por escuchar opiniones contrarias a las suyas, quizá no estén
preparados para venir a la universidad".
El problema ha
sido que esa “corrección política, nacida en el ambiente universitario se ha
trasladado a la sociedad en su conjunto. Así, la represión se extiende como
mancha de aceite, prohibiendo palabras, términos, actitudes, estableciendo una
siniestra policía del pensamiento.
La corrección
política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al
sistema. Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende
resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad. No es más que un recurso
típico de mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los
problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar
simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico.
Renunciar al
libre discurso, al libre pensamiento, para evitar herir la sensibilidad de
algunos es peor que estúpido: es peligroso porque pone en cuestión los
principios de la democracia. Debemos ser respetuosos con todo el mundo, por
supuesto. Pero también expresar con libertad nuestras ideas y argumentos. Si
alguien se molesta, se rasga las vestiduras, es muy probable que esté mostrando
su talante inmaduro, su carácter infantil e intolerante.
Lo advirtió
George Orwell en su novela 1984:
"La libertad es el derecho de decir a la
gente aquello que no quiere oír".
En los países con
convenciones democráticas consolidadas, con una sociedad civil desarrollada y
consciente de sus derechos y obligaciones, celosa de sus principios y
convicciones, el avance de esta mentalidad ha sido lento, aunque inexorable. En
España, sin embargo, carente de tradición democrática, con una mayoría que cree
que la democracia consiste solo en votar, la ortodoxia de lo políticamente
correcto progresó a una velocidad vertiginosa, convirtiéndose en dogma de
general aceptación a izquierda y derecha en tiempo récord.
Pero, tarde o
temprano, estos sistemas, como cualquier otro basado en la mentira, acaban
saltando por los aires. Fundamentalmente por el hartazgo de muchas personas cansadas
de tanta trampa y marrullería oponiéndose a ciertas reglas censoras, vistas
como absurdas y arbitrarias por reprimir conductas e ideas que el sujeto
considera justas y lícitas.
No voy a entrar en el análisis
gramatical, semántico o lingüístico del dislate de la corrección política cuyo
culmen se encuentra en la expresión “Todos y todas” negando la función del
plural genérico propio de nuestro idioma, ello daría para una tesis y si
alguien está interesado recomiendo la lectura del artículo “Los demonios
lingüísticos de la corrección política” de Ylmer Aranda, en su BLOG “SABUDURÍA
HERÉTICA” [iii]
En la misma línea es francamente interesante el libro “Sentimentalismo
Tóxico” [iv]
escrito por Theodore Dalrymple, pseudónimo bajo el que se oculta el escritor y
psiquiatra británico Anthony Daniels, que es realmente recomendable, aunque los
lectores más “sensibles” puedan llegar a considerar que las ideas expuestas en
el mismo pueden llegar a parecerle escandalosas.
El subtítulo con el que presenta la obra Alianza Editorial (De cómo el
culto a la emoción pública está corroyendo nuestra sociedad) resulta
indicativo de la tesis central que sostiene Daniels, que:
«el sentimentalismo es la expresión
de las emociones sin juicio. Quizás es incluso peor que eso: es la expresión de
las emociones sin darnos cuenta de que el juicio debe formar parte de nuestra
reacción frente a lo que vemos y oímos. Es la manifestación de un deseo de
derogar una condición existencial de la vida humana, a saber, la necesidad
ineludible y perenne de emitir un juicio». A partir de tal afirmación, el
problema del sentimentalismo no es tanto su traducción en las relaciones
personales -en las que resulta inevitable-sino su influencia en las políticas
públicas, influencia que el autor estima profundamente negativa: «Es poco
probable que se consiga nada bueno permitiendo al sentimentalismo desbordarse
hacia la esfera de las políticas públicas».
Y es para demostrarlo para lo que el autor de Sentimentalismo
tóxico escribe un libro cuya conclusión es que nuestra sociedad tiende a
difuminar los límites entre lo permitido y lo no permitido y a convertir en
axioma el principio de que:
«siento rabia, por tanto, tengo
razón»
Los efectos del sentimentalismo en la esfera pública, que están mucho más
de actualidad de lo que pudiera parecer (piénsese en la situación de los
desahucios en España o en la ola inmigratoria que vive Europa) son, para
Daniels, indudables, pues el sentimentalismo permite a los gobiernos hacer
concesiones sociales en lugar de afrontar los problemas de una forma racional,
si esta resulta impopular o controvertida. Además, cuando el sentimentalismo
«se convierte en un fenómeno de masas, se vuelve agresivamente manipulador»,
pues se exige que lo asuma todo el mundo, expulsando del círculo de los
virtuosos a los que, echando mano de la racionalidad, se niegan a compartirlo.
Pero no es esto lo peor: lo verdaderamente tóxico del sentimentalismo es
que «distorsiona nuestras percepciones y obstruye el pensamiento racional y la
compresión». El sentimentalismo que analiza el doctor Daniels afecta en fin, de
una manera decisiva a la dialéctica entre juicio y sentimiento, entre Sense
and sensibility, por decirlo echando mano del título de la célebre y
maravillosa novela de Jane Austen.
Por su parte el
catedrático de Historia del pensamiento Político, Demetrio Castro El Imparcial,
24 de junio de 2014 [v] profundiza en la tesis de
que “LA CORRECCIÓN POLÍTICA PERJUDICA SERIAMENTE LA LIBERTAD”
El autor, tras
encomiar la labor y calidad de la Universidad Norteamericana, manifiesta sin
ambages que:
Para confirmar, sin
embargo, aquello de que las mejores intenciones empiedran el camino al
infierno, la universidad americana (aunque no sea la única) viene acusando hace
tiempo con daño para su solvencia los efectos perversos de la corrección
política. Es decir, de los mecanismos formales e informales de reprobación y
punición de actitudes, comportamientos, expresiones que pueden resultar
ofensivos o despectivos para cualquier persona y sus peculiaridades sean éstas
somáticas, culturales o étnicas, de género o de preferencias en materia de
sexo.
Un acontecimiento
reciente nos proporciona un nuevo ejemplo de hasta qué punto llega la
situación. Hace un par de semanas Naomi Schaefer Riley, una periodista que se
licenció en Harvard y está especializada en cuestiones de enseñanza
universitaria, publicó en The Chronicle of Higher Education un artículo en el
que sugería la posibilidad de suprimir los Black Studies como especialidad
universitaria y aducía para respaldarlo varios ejemplos de tesis doctorales
recientes de las que destaca su “cháchara de victimismo izquierdista”. El
griterío indignado ha sido imponente y tras las consiguientes presiones, The
Chronicle, posiblemente la publicación especializada de mayor circulación, ha
dejado de contar con Schaefer Riley y también ha dejado de contar con algo de
respetabilidad.
Centrado,
pues el tema de la “Corrección Política” y sus peligros vayamos al enunciado de
este POST:
¿TIENE QUE VER ALGO LA VICTORIA DE TRUMP CON EL HARTAZGO GENERAL FRENTE
A LA CORRECCIÓN POLÍTICA?
Para analizar esta pregunta y darle una respuesta me he
permitido beber en las fuentes y me voy a referir al artículo “The end of
Identity Liberalism” de Mark Lilla, profesor de Humanidades de Columbia, publicado
por el New York Times el pasado día 18 de noviembre de 2016 [vi], en el
que se recogen algunas conclusiones que creo que darán luz al respecto.,
interesante artículo del que reproduzco los principales párrafos en los que, tras
elogiar la diversidad cultural y étnica de la Sociedad Americana y la tendencia
de los políticos a elogiarla como una verdadera conquista social, hace un
análisis de los problemas del liberalismo actual, que son las causas de la
derrota de Hilary Clinton:
“Hillary
Clinton estaba en su mejor y más estimulante momento cuando habló acerca de los
intereses americanos en asuntos del mundo y cómo se relacionan con la
comprensión de la democracia. Pero cuando llegó a la realidad sociológica en
los EEUU, durante su campaña, perdió esa gran visión y cayó en la retórica de
la diversidad, llamando explícitamente a los votantes afroamericanos, latinos,
L.G.B.T. y mujeres en cada parada. Ello fue un error estratégico. Si mencionaba
a los grupos étnicos y sociológicos americanos debería de haber mencionado a
todos ellos. Si no, los no mencionados se sienten excluidos. Y eso, como demuestran
los datos, fue exactamente lo que sucedió con la clase obrera y agricola blanca y con los
americanos con fuertes convicciones religiosas. De este modo dos tercios de los
votantes blancos sin títulos universitarios votaron por Donald Trump, así como
más del 80% de los evangélicos blancos.”
Por
último, los demócratas han acusado a quien se opone a su política de
“Corrección Política” de ser revisionistas de las tesis igualitarias y de estar
profundizando en un nuevo racismo. Esta postura les resulta muy conveniente
porque absuelve a los liberales de tener que
reconocer que ha sido su propia obsesión con la diversidad la que ha
alentado a los ciudadanos blancos, rurales, o religiosos estadounidenses a
pensar que serlo es para ellos una desventaja, y que su identidad está siendo
amenazada o ignorada.
En definitiva habremos de concluir que la
“Corrección Política” de los Demócratas y su empeño en establecer distinciones
de grupos sociales “discriminados”, ha llevado a las mayorías a sentirse
abandonadas por ellos y a girar su voto hacia un Republicano “atípico” como es
Trump. A partir de aquí deberemos de esperar a ver los frutos de esta nueva
etapa.
[i] http://www.vozpopuli.com/opinion/Clint-Eastwood-razon-sociedad-adolescente-correcion-politica_0_973103229.html
[ii] http://www.vozpopuli.com/opinion/Clint-Eastwood-razon-sociedad-adolescente-correcion-politica_0_973103229.html
[iii] https://sabiduriaheretica.wordpress.com/2015/03/13/los-demonios-linguisticos-de-la-correccion-politica/
[iv]Sentimentalismo tóxico: Theodore Dalrymple; Alianza Editorial - Colección:
Alianza Ensayo 2016; I.S.B.N.: 978-84-9104-405-5